EL MURO INVISIBLE – novela en desarrollo
1963
Édouard había ido a la parte antigua de São Francisco do Sul, al oeste de la isla. Allí estaba el centro, con las construcciones más pintorescas, algunas con más de un siglo de antigüedad. De arquitectura colonial y calles empedradas, fue donde se asentaron los primeros moradores y se tejió el circuito comercial. Comprimidos en pocas manzanas, se encontraban el puerto, la comisaría y las oficinas gubernamentales.
A buscar un repuesto para su equipo de buceo, le había dicho a Olinda Da Silva. Y no le mintió. Pero el motivo principal era que también funcionaba la única oficina de correos y telégrafos.
Había averiguado que abrían a las 9 de la mañana y, puntual, allí estuvo. El empleado llegó diez minutos más tarde y, hasta que puso todo en funcionamiento, demoró unos quince más. Recién entonces abrió la puerta que el buzo traspuso unos segundos después.
Con mímicas y algunas palabras aprendidas, el francés logró que el funcionario le diera un papel y una lapicera con la que redactar una nota de feliz cumpleaños para Nicole, su reciente exmujer.
Por entre las palabras que buscaba escribir, se le filtraba la melancolía por todo lo que fue, lo que no y lo que pudo haber sido a su lado. Los años juntos y los años que ya no vendrían le circulaban por las venas, obturándoles las de la entrepierna cuando estaba con otra mujer, dejándosela fría y fláccida, e hinchándole las de la cabeza, que quedaba al borde del estallido por tanto pensamiento.
La misma noche en que se acercó al fuego y conoció a Olinda, creyó que la vida por fin le volvía a fluir equilibrada. Ella derritió su frialdad europea con desparpajo brasilero casi de arranque, al decirle que era un flaco lindo, aunque con poco culo. Y más tarde, ya sin tambores ni cantos, bastó el rescoldo del fuego y la marea lamiéndoles los pies para que él pudiera tener su primer orgasmo en largo tiempo y al amparo de otra mujer. Cuando sintió que venía, lo gimió y, por miedo a que se le muriera antes de nacer, lo gritó mientras oía que, desde la olas, hacían coro los espíritus mágicos de los que le hablaba Olinda.
Pero ¿dónde estaban hoy esos orixás que no venían en su ayuda? La hoja de papel seguía en blanco y las palabras seguían en su cabeza, arremolinadas junto con los recuerdos. «Au revoir, Nicole», tendría que haber gritado aquella noche para conjurarla en todos y cada uno de los orgasmos que le siguieron. Pero no lo hizo, y por eso es que los orixás no estaban aquí para ayudarlo ni con la hoja, que seguía en blanco, ni con el empleado, que esperaba a que la completara con el mensaje para poder mandar el telegrama a Francia.
Y claro que no lo iban a ayudar, porque los espíritus le leían la mente y sabían que, a pesar de que Olinda superaba en belleza, pasión y entrega a Nicole, él necesitaba cada vez más de los recuerdos con su exmujer para llegar al clímax con la mulata. Y eso era lo real, tanto como que los orixás, Yemanyá y todo el umbanda no eran más que palabrerías místicas para gente sin rumbo, algo que en su caso, era justo lo opuesto: el suyo estaba bien claro: 31 kilómetros mar adentro. Esa era la ubicación del submarino nazi U-3523 que, finalmente, había encontrado dos noches atrás, luego de semanas de analizar hasta el último resquicio en las notas y los mapas que había traído de Francia.
Se encaminó al puerto, donde se encontró con los pescadores, gente del mismo grupo de umbanda de Olinda, que había contratado. Zarparían mañana, les confirmó.
Qué bueno leer el principio, Germán!! Está bien que empiece la historia nomás en los primeros párrafos. Te atrapa de entrada. No desentona para nada con el resto que tenía leído. Metele! Cuándo seguimos leyéndola?
¡En breve! Por lo pronto, la voy a ir poniendo acá.