EL MURO INVISIBLE – novela en desarrollo

Gaspar piensa en la coincidencia. Él también está tratando de olvidar a su ex y, como Olinda con Édouard, Ana logra lo mismo, aunque de tanto en tanto.

«Qué loco», se dice. Los dos en Brasil. Se lo imagina al francés, casi sesenta años antes, parado en el mismo lugar donde se encuentra ahora.

Repasa este fantaseo sobre el francés que, hora a hora, cobra nitidez: el tipo era buzo, pero no uno cualquiera sino uno especialista en profundidades. Trabajaba para una petrolera, reparando plataformas submarinas, pero, abrumado por la separación había pedido licencia.

En uno de esos días en los que se revolvía de melancolía, recordó el tesoro que Hitler quiso poner a salvo en Sudamérica. Su padre, que había sido miembro de La Résistance, se lo había contado. En una operación de inteligencia contra la ocupación nazi, aquel y sus compañeros dieron con un reporte donde constaba que la nave llevaba a Argentina reliquias saqueadas al Museo del Louvre, pero fue interceptada y hundida por los Aliados a unos treinta kilómetros de São Francisco do Sul.

 «Varios pájaros de un tiro —piensa Gaspar, que los enumera: Tomarse unos días en el laburo, ver qué de cierto había con ese submarino—, pero sobre todo tratar de sacarse a su ex de la cabeza», concluye, sin saber si está hablando del francés o de sí mismo.

Le da una última mirada a la iglesia y se los imagina al buzo y a la mulata saliendo a hurtadillas de la iglesia, con la botella de agua bendita.

Un bostezo le dice que su día está acabando. Saca el celular del bolsillo y lo confirma: hora de dormir.

Unas cuadras después, está en la habitación del hotel y contesta los mensajes que tenía pendientes desde la cena, relacionados con el trabajo, concretamente con la campaña de Nike: ya está lista para ser lanzada.

Felicita a todos en el grupo de WhatsApp y les avisa que se queda en Brasil un día más. «Sí, todo bien. El martes estoy en la oficina y analizamos los primeros reportes», se despide.

Lee un rato los diarios, pero sin leerlos, porque no puede dejar de pensar en el día que ha tenido. Le escribe a Ana para ver cómo llegó.

En media hora son las doce de la noche, comienza su cumple y quiere ser el primero en decírselo. Se queda un rato mirando la pantalla, esperando que ella le conteste, y le empieza a bajar el sueño. Ella ni siquiera le ha clavado el visto y, si así lo hiciera, lo tendría más que merecido por haberla dejado plantada en el aeropuerto de Florianópolis. Fue un pelotudo, pero el impulso o lo que sea que lo mueve en estos días, le ganó y lo seguirá haciendo. Así lo siente y tiene que hacerlo: dejarse llevar, cueste lo que cueste. ¿Cueste lo que cueste? Acaba de costarle una relación que venía bien. Sí, cueste lo que cueste si a cambio logra derribar su muro invisible.

Vuelve a la página del diario, para mantenerse despierto, pero se conoce y, en menos de dos minutos va a estar dormido profundamente.

Esta vez se asegura de enchufar el celular y el último chispazo de su cabeza es el apellido de Olinda: Da Silva.

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2 Respuestas

  1. Marcos Saraniti dice:

    Qué bueno leer el principio, Germán!! Está bien que empiece la historia nomás en los primeros párrafos. Te atrapa de entrada. No desentona para nada con el resto que tenía leído. Metele! Cuándo seguimos leyéndola?

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