Un punto

Un punto, minúsculo, inofensivo. No fue más que eso, te lo juro. Qué mierda le puede joder la vida a alguien un punto, ¿o no? Lo vi distraído a Trabuchi y aproveché. No esperaba que me viese, obvio, pero justo se dio vuelta cuando yo retraía la Bic azul.
Me miró a la cara, serio. Yo inmutable. Como si nos batiésemos a duelo. Bajó la vista y focalizó el puntito estampado entre dos renglones en el margen de su carpeta anillada. Qué lo reparió, no me tendría que haber visto, pero se dio cuenta. Es al pedo, es vivísimo Trabuchi. Tiene como un radar, no sé, no lo podés cagar de ningún modo. Si a Sobrino le dejo las hojas pecosas y ni se percata. Pero Trabuchi siempre se da cuenta, siempre.
Y me la mandó a guardar, porque no me dio tiempo y me escribió una rayita en la hoja de Matemáticas. Y ahí es cuando se fue al carajo… porque ya te digo, yo le había hecho un puntito nomás, y él le mandó raya, y no es así, porque un puntito pasa desapercibido, pero una raya es una raya. Aparte lo teníamos a Venier y a Soldo relojeando desde los bancos del fondo, y no me podía quedar de brazos cruzados. Entonces se la devolví.
Porque se la tenía que devolver, ¿me entendés? E iba por la diferencia, ni más ni menos, porque hay que ser justos. Si su rayita era de dos milímetros, le tenía que devolver milímetro y medio, más o menos, lo justo es justo. Pero el muy boludo corrió la carpeta, como para defenderse, no sé, ¿podés creer? Y claro, milímetro y medio las repelotas de Mahoma: le quedó un rayón alevoso de esos que te dejan el agujero en la hoja, ¿viste? Te reconozco que al final del rayón fue como que le metí más fuerza… pero la intención original era mandarle rayita de milímetro y medio y listo.
Encima Verdau, Sabata y Perrote se daban vuelta para mirarnos a cada rato. Simpáticos los tres, ¿viste?, parecían la hinchada que se junta cuando dos compañeros están definiendo la última mano de un Truco. Y meten pimienta, porque es así, porque uno se siente obligado a no ser menos. Y aparte lo orgulloso que es Trabuchi, que no se iba a quedar atrás así porque sí… ni que lo ataras con cadena a un camión en la dirección contraria, ¿me seguís?
Y podés creer que nunca esbozó un amago de sonrisa… Serio el tipo, pensante. Inteligentísimo, el guacho.
Pero lo cagué, porque le cerré la carpeta. Lo veía venir, yo tampoco soy ningún pelotudo, ojo…
Aspiró hondo, siempre serio, como pensando qué hacer para desquitarse, pero la realidad es que ya lo tenía todo pensado.
Fue como que me distraje, todo en cuestión de segundos. Y ahí me sacó la carpeta. Era una de esas de tapa negra, como corrugada, con dos ganchos al medio, ¿viste? Toda llena de calcomanías la tenía a la carpeta. Yo como que la había soltado, porque esperaba el rayón alevoso, un soberbio garabato, algo así, que es lo que pasa siempre, pero como se la había cerrado… Nunca pensé que me iba a pirobar la carpeta entera.
Y se mandó como para atrás con la silla, haciendo equilibrio en dos patas, y se estiró para el otro lado y le abrió los ganchos. Te juro que ahora lo pienso y lo veo como en cámara lenta: «la concha de la vaca», palpitaba yo, porque se venía lo insalvable. Y le separó las dos tapas a la carpeta, así, de par en par y mirando hacia abajo. Y las hojas… para qué te cuento… todas las hojas a la mierda.
Y las tenía acomodadas, porque recién empezaba el año, y uno pone más empeño, le pone folios, carátulas de colores por cada materia. Pero es al pedo total, porque viene un Trabuchi y te hace un desastre que te dura para el resto del año. Y así no se puede.
El hueco de pupitres que hay entre Pineda, la Triglia, y todas las chicas que se sientan a la derecha quedó alfombrado con mis hojas. Imaginate las risas de toda la banda. No había uno que no se cagara de risa mal, mientras alternaban entre mi cara petrificada y las hojas del suelo.
Verrone me alcanzó algunas al tiempo que me lanzó una jodita pelotuda. El único que no se reía era Trabuchi. Acomodó la silla y me devolvió la carpeta negra, vacía, obviamente, y se puso a escuchar la clase de la profesora Pin como si le hubiese estado prestando atención desde el primer minuto.
La Pin ni pelota, ¿viste?, como siempre: vio el quilombo, las hojas aterrizando, me vio juntándolas una por una, hizo una mueca de no entender cómo podíamos ser tan estúpidos, y siguió con su clase y su grupito: la Vinchi, Solís, Valazza, los de adelante, bah.
Después me miró de reojo. Trabuchi, digo. Yo estaba como confundido. Me fijé en su carpeta, te repito que era de esas anilladas. Entonces ahí sí, ahí se empezó a cagar de risa. Mal se cagaba de risa, sabiendo que yo no le iba a poder hacer lo mismo, a menos que me zarpara mal, no sé, que se la quemara o se la tajeara con un cuchillo, o se la metiese en una de esas máquinas que te las hacen papel picado, una guasada por el estilo.
Pero se volvió hacia Pineda que le dijo algo, y no dudé, mirá lo que te digo. No dudé ni un segundo. Le arranqué la carpeta esa de mierda que tenía, que parecía un diario viejo, y no sé si no la traía desde primer año a la carpeta, siempre la misma. De las manos se la saqué, casi sin esfuerzo, y encaré para el otro lado.
Me tuve que subir arriba de los pupitres, porque en esa época nos sentábamos todos juntos, poníamos los bancos uno al lado del otro. Y el último, antes de los ventanales, era Somnier. Y fue él que abrió la ventana, como si me hubiese adivinado la intención; o capaz que la entreabrió como para hacérmela más fácil, no sé, no me acuerdo…
Tuve que ser rápido. La Pin me importó un carajo, sinceramente. Que me amonestara, me daba todo igual. A cagar. Entonces tiré la carpeta por la ventana.
No habría nada de viento porque cayó limpita sobre el pavimento, casi al lado del cordón de la vereda de enfrente, por calle Balcarce. No alcancé a ver si le pasó por arriba algún camión distribuidor, como era mi esperanza. Trabuchi se volvió a poner serio, como si hubiera visto un fantasma se puso. Salió del salón a los pedos y sin pedir permiso ni mierda, y se cruzó a buscar la carpeta.
Así como te lo cuento, una boludez, ¿viste? Todo por un puntito, pero es importante el punto, porque es la clave. Si él me hubiese devuelto un puntito, no habría habido ningún problema: nos saludábamos y seguíamos hinchando las bolas, hablando al pedo, tirando avioncitos al techo, esas cosas que uno hace para pasar el rato… Pero le mandó raya, y no es así. Raya no. ¿Me entendés lo que te digo? Trabuchi se terminó yendo al carajo…