Eso

Eso

Durante el día no produce mayores problemas, pero a la noche se transforma. Siento que merodea por mi habitación, mientras permanezco acostado y rígido, para que no perciba ningún movimiento, igual que un mueble. Creo que no tiene muy buen olfato, porque no alcanza a distinguir mi olor, ni mi respiración. Tampoco escucha los latidos de mi corazón o de mi sangre. O tal vez no se alimente de seres vivos. Siento que acerca su hocico húmedo a mi piel, en ocasiones llega a tocarme. Debe percibir mi calor, es probable. Como conservo cerrados los ojos, no sé lo que hace. Escucho que se desplaza en la habitación, no por sus pisadas, sino por el murmullo de sus plumas negras. Da unas vueltas y se va al balcón. Cuando hay luna llena, suele dar largos alaridos. La luz brillante de la luna debe hacerle daño a sus ojos, que carecen de párpados. No sale cuando llueve, el agua lo enferma. Si  por alguna casualidad se moja, el olor que produce su cuerpo mojado es repugnante. En esos días, si no consigue secarse al salir el sol, su jadeo es constante, y parece que se va a morir. Emite cada tanto unos gemidos que parten el corazón, como los de un bebé que llama a su madre. Luego duerme, la mayor parte del día. En esos momentos aprovecho para limpiar sus excrementos, que distribuye por toda la casa. Es como un barro amarillo y chirle, con olor a mostaza y huevos podridos. Saco grandes cantidades en bolsas que arrojo al lago de donde salió. Supongo que así devuelvo algo de lo que esas aguas infectas crearon. ¿Acaso no podía seguir viviendo en las marismas, como sus congéneres? No sé qué hacer con él. No sé si matarlo o esperar que se vaya. Parece adivinar mis intenciones cuando me lame con su lengua áspera como pidiendo perdón. Si tan sólo no hiciera ese viscoso ruido cuando come, tal vez lo perdonaría.

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