Libre

¿Qué pasaría si decidiera ya no ser obediente, si por primera vez dijera que no a todos los mandatos?, ¿sería tan catastrófico como si las estrellas se apagaran todas juntas? Claro que, literalmente, si eso sucediera, sería el fin de todo. Así que un poco de desobediencia no haría tal daño, o eso espero.
He sido princesa por derecho de nacimiento y, con eso, heredé muchos privilegios y riquezas que mantuvieron mi vida sin necesidades. Pero también trajo un montón de reglas: una princesa siempre tiene que estar limpia y arreglada, una princesa no puede comer de más, una princesa no puede montar dragones.
¿Pero qué hago si puedo escucharlos, si oigo sus voces que me llaman pidiendo que los libere y tome mi lugar entre ellos?
Nunca se lo dije a nadie. Al principio temí estar volviéndome loca o tener la enfermedad de las princesas, esa según la que creen que están encerradas en una torre custodiada por un dragón malvado. Ellos no son malvados, es solo que a veces no los alimentan bien y se ponen de mal humor. Por eso, luego entendí que pedían mi ayuda.
Entonces, ¿qué pasaría si decidiera acudir a su llamado, si ya no cumpliera con mi deber de nacimiento o con lo que mis padres esperan de mí? Durante un tiempo me pregunté por qué a mí, por qué no podía ser como las demás damas de la corte y ser feliz con mi vida y con la cantidad abultada de joyas y vestidos en mi clóset.
Las posibilidades lo problematizan todo. La idea de que podría haber otra vida aparte de esta, donde las decisiones fueran mías, aun cuando las consecuencias cayeran sobre mí también.
Dijeron que nací cuando la estrella del dragón brillaba más fuerte y quizás fue en ese momento cuando me eligieron. O tal vez yo los elegí a ellos para liberarme también.
No voy a negar que me da miedo dejar la seguridad del castillo y sus comodidades. Pero más miedo me da no hacerlo y terminar atrapada en serio, no custodiada por el dragón, sino por un marido preocupado por si puedo o no darle hijos.
Hace unos días, mientras tres de mis doncellas me vestían para la merienda, escuché algo que me dio esperanzas. El día del dragón —mi cumpleaños número dieciséis— se
acercaba, y lo celebrarían con una justa de dragones. Los caballeros se batirían a duelo para ganar el favor de mi padre y, por consecuente, mi mano. Yo estaría presente, por
supuesto, como un premio que se exhibe para dar valor a los competidores. Pero, si todo salía como se desarrollaba en mi mente, finalmente podría ver un dragón.
Porque esa es la cuestión: a pesar de escuchar su llamado, nunca he visto uno. Solo he escuchado hablar de ellos y de su imponencia. Y de alguna forma necesitaba corroborar que sus intenciones eran buenas, que sus voces me guiaran a mí y a ellos a una libertad que no dañaría a nadie.
Ese día es hoy y voy camino hacia la arena en mi carruaje. Estoy nerviosa, pero también llena de esperanzas de que por fin pueda comenzar a vivir sin que nadie me diga cómo.
Es la primera vez que salgo del castillo y me quedo maravillada con la ciudad. En todas las esquinas, hay estatuas de dragones y, en medio de la plaza principal, hay una fuente protegida por un dragón de piedra. Las puertas del estadio están custodiadas por dos grandes dragones de madera cuyos ojos parecen advertir que cualquier error puede ser castigado.
Mis padres me esperan en el palco real, ambos me saludan con un abrazo cálido que aprovecho como despedida. No sé con cuánto tiempo contaré una vez que salga el primer dragón y nuestras miradas se encuentren por primera vez. Me imagino que algún tipo de lazo mágico nos unirá y nos dará el valor para revolucionar a los demás y huir.
La justa comienza y es de lanceros a caballo. No presto atención al nombre del ganador, no me interesa; mientras más rápido comience la próxima competencia, más rápido llegarán ellos. Pero no sucede. Siguen las batallas de espadas, el tiro al arco, las anillas y las sortijas. Luego de un rato, le pregunto a mi padre que cuándo vendrían los dragones. Él se ríe casi a carcajadas y señala las estatuas.
Cuando me doy cuenta de lo que trata de decirme entre risas, siento que mi vida se desmorona. Podría haberme desmayado, pero eso solo les daría la razón de que soy una
dama débil. Elijo enojarme. No me doy cuenta de que estoy cambiando hasta que veo que mis padres se hacen pequeños. Me miro las manos, que ya no están ahí. En su lugar hay garras y piel escamosa de un color verdoso. Y me doy cuenta de que por fin tengo alas.
Lanzo un grito al cielo y solo sale un rugido que aterra aún más a todos los presentes. Ya nadie se bate a duelo, sorprendidos por la bestia que acaba de aparecer donde antes
estaba la princesa. Todo este tiempo la voz ha estado dentro de mí. El dragón era esa llama que llevaba en mí, que estaba esperando ser encendida para tomar mi verdadero lugar en el mundo.
Veo a mis padres una vez más. Mantienen todavía una expresión de horror. No sé si pueden notar que estoy sonriendo, tampoco sé si entenderán mi forma de vivir. Pero eso es algo que ya no me pesa, porque a partir de hoy comenzaré a vivir la vida de la forma que quiero, sin tener que obedecer a nadie.

3 Respuestas

  1. Maria Sol Cañas dice:

    Hermoso Fla! Uno de mis favoritos! 🙂

  2. Carlos Peludero dice:

    Me gustó

  3. Miriam Laura Bologna dice:

    Hermoso Fla, tu imaginación no tiene límites, adelante!

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