Historia de los vínculos misántropos y el abrazo a los caballos. Un cuento sobre Perón.

Perón está rodeado de gente. Siempre ha sido el centro de atención, pero ahora más, ya que finalmente ha sido electo presidente. Mientras les sacan fotos, sostiene con ambas manos la de Eva. Su piel es suave y la muñeca delgada de su esposa parece quebrarse por el apretón, pero no le preocupa, ambos tienen la energía de las empanadas de carne que acaban de almorzar y conservan en los labios el picante del tinto que las secundó.

Los mirones y alcahuetes pasan y saludan. Él no deja de sonreír mientras el brillo de la melena rubia de su mujer lo encandila. El olor a tierra mojada le recuerda que es su día de descanso, que no deberían trabajar un domingo, pero para llegar a donde quiere no puede desperdiciar ni un minuto de su tiempo.

Un ruido seco lo sorprende. Suelta la mano de Eva y cae.

Silencio. 

Abre los ojos. Inmediatamente corrobora que se encuentre ajustada dentro del pantalón la chomba blanca dominguera que había elegido para ese día. No quiere que, en las fotos, se lo vea desalineado. Se sorprende al descubrir que, en su lugar, viste un mustio traje marrón. Ya no lo rodea aquel parque verde, hace frío y está parado en una calle que no reconoce, no le es familiar. Percibe que está fuera de Argentina, pero no sabe dónde.

Desde su confusión, puede discernir que, a lo lejos, un hombre baja de un elegante carruaje de época y golpea con firmeza a su caballo. El animal no quiere avanzar. Perón se detiene en el ruido del cuero sobre el lomo exhausto. Analiza la escena y concluye con que es evidente que, por más golpes que reciba, ese caballo no podrá moverse. No tiene fuerzas.

Avanzado el castigo, un bigotudo bizco con cara de compungido grita en alemán. De un golpe derriba al cochero y, una vez neutralizado el agresor, se funde en un profundo abrazo con el caballo.

Perón cruza la calle y, tomando por los hombros al bigotudo, le dice firme «en argentino» y como si recitara un buen tango:

—Quien con monstruos lucha que se cuide de convertirse a su vez en uno. A cuento de lo del biabazo, digo…

Sabe que no es posible que Nietzsche entienda lunfardo, «pero ¿qué más da?», piensa.

—Ahora usted debe llorar, Federico Guillermo. Eso dicen los relatos de este día. —dispara Perón.

Nietzsche lo mira fijo. No está llorando. Parece perdido. Sus ojos son pequeños y se mueven intermitentes de un lado a otro; sin embargo, al responder le demuestra que está más presente que cualquiera de los alcahuetes que suele tener a su alrededor: 

—Es curioso que usted me traiga a este punto de la historia y pretenda que, para su complacencia, llore abrazando a una bestia. ¿Acaso Perón tiene ganas de llorar? ¿O usted mismo es al que azotan?

Perón ríe. No está acostumbrado a perder en un mano a mano discursivo. Sabe que es imposible que el Loco de Turín sepa sobre él, así que, con la impunidad que otorgan los sueños vívidos, responde:

—Vea, Federico Guillermo: desconozco las razones por las cuales nos encontramos en el medio de esta vereda, rodeados por un caballo medio muerto y un cochero golpeado en la nariz. Lo que puedo afirmarle es que, de los eventos interesantes que he estudiado, este nunca me ha llamado particularmente la atención. De ahí que es posible que sea usted el causante de este encuentro.

Nietzsche no responde. Intempestivamente, vuelve sobre sus pasos y patea en los dientes al cochero que seguía en el piso. Sin decir una palabra, le indica con la mirada a Perón que debe acompañarlo y ambos suben al carruaje.

—Ignoro quién sea usted, pero me resulta interesante compartir un buen momento con alguien incluso más soberbio que yo —dice Nietzsche mientras saca un cuchillo del bolsillo. Se corta con suavidad las muñecas. La sangre corre por sus manos y, abriendo los puños, mira a Perón y sonríe—. Ahora que veo que usted se ha puesto cómodo, propongo conversar sobre Dostoyevski —le dice a Perón el Loco de Turín, antes de dormirse durante tres minutos.

Perón sabe que no es un experto en el tema, pero, como buen lector, entiende que solo es cuestión de escuchar a su interlocutor para hacer un lindo «rebaje de naipe» y estar a la altura. Acomodándose el acartonado saco marrón, dice:

—El autor propuesto explica nuestro encuentro. Lo único que podemos tener en común dos personas como nosotros, además de la misantropía y el exceso de ego, es la lectura apasionada de Fiódor M. Dostoievski.

 »No suelo reconocerlo, pero he odiado a la humanidad en más de una oportunidad. Actualmente, mis ambiciones requieren del mayor esfuerzo por rehabilitarme de ese pesimismo que supo dominar mis días de juventud.

«El virolo picó», piensa Perón al percibir que Nietzsche lo observa con interés. Y es así. Sus palabras han captado totalmente la atención de Nietzsche, porque, tal como había mencionado, además de soberbio, el filósofo sangrante se sabe misántropo de la primera hora. Su aversión general al género humano siempre ha sido la fuerza que empuja el martillo con el que razona y no se resiste a eso.

Mientras rompe su camisa para cubrir las heridas de las muñecas lastimadas, repentinamente la mirada de Nietzsche cobra fuerza y su aspecto general deja de ser el de un enfermo. Con seguridad y una perfecta dicción, dice:

—La desesperación de los personajes de las novelas de Fiódor es abstracta. La belleza de las almas que nos presenta reside en su capacidad y vocación para el sufrimiento. Usted está aquí por una razón y, no tengo dudas, tiene que ver con su necesidad de creer en el hombre.

»Hoy he sentido por primera vez que el abismo ya no me es ajeno, no soy un visitante en ese vacío. La nada me contiene. Somos un todo inescindible. Ya no creo en los molinos de viento interiores. No soy un caballero andante, soy viento y soy oscuridad.

Perón ríe entre dientes. «Con la mitad de lo que dijo, puedo escribir un libro entero», piensa. No le lleva más de dos segundos procesar la información recibida y desplegar sobre el alemán lo que mejor sabe hacer: estrategias.

—Entiendo lo del sufrimiento, Federiquín. ¿Le puedo decir así? —preguntó Perón guiñando un ojo. Luego, continuó—: A los argentinos nos gustan mucho los apodos. Por ejemplo, para mí usted siempre ha sido «Federico Guillermo, el Mostacho», por el bigote. No es que me mofe de su bigote, ¡para nada! De hecho, lo encuentro elegante, pero, en fin… ya no se usa. El asunto es que, volviendo al dolor del alma humana, quienes creemos en el futuro de la humanidad pensamos más bien a esos personajes de las novelas de Dostoievski como reproducciones de lo que ha sido su propia vida, colmada de desesperaciones espectaculares y alegrías milagrosas. Ha pasado sus años productivos lidiando con verdaderos demonios, y de ahí la verosimilitud de sus obras. Por cierto, a mí me dicen Pocho. Es un maravilloso apodo — remata Perón.

Nietzsche lo observa complacido. Disfruta de la charla. Pero, una vez más, sus ojos se pierden en esa nada que parece ahogarlo. Se toma con las manos el mentón y, meciéndose de un lado a otro, cuenta tres enviones. Al cuarto se golpea la cabeza secamente contra el borde del carro. Repite la secuencia dos veces y dice:

—Mi buen Pocho, defina por favor qué entiende usted por «futuro de la humanidad». A mí no me engaña, y creo que lo que quiso decir fue la palabra pueblo, pero no se animó, le pareció demagógico. Sin temor a equivocarme, afirmo que, mientras hablaba usted, en realidad pensaba en el vulgo, en aquellos que no son inteligentes, pero que ocupan un lugar en el mundo y, en definitiva, algo hay que hacer con ellos.

 »Usted no es menos misántropo que yo. Usted no cree en la humanidad y menos en el futuro. La diferencia entre ambos es que yo no intento valerme de esas almas para no morir de angustia. Si los viera como yo los veo, se estaría golpeando la cabeza contra el carro conmigo, pero usted simplemente elige pensar que se puede hacer algo útil con ellos.

Y era así. Perón tenía horas como presidente y estaba sumamente entusiasmado con la idea de que el futuro se tiñera del color de sus ideas. Pero no quiso profundizar en el tema, solo contestó:

Pueblo, humanidad… son simplemente categorías. Yo sostengo que el autor que nos convoca ha logrado materializar en sus personajes las dudas filosóficas que lo invadían: el bien y el mal, el juego, la locura, la existencia de Dios. No era más que otro romántico.

»Creo en los hombres, y no me valgo de sus limitaciones.

Dijo eso y se sintió incómodo. De algún modo, la conversación había llegado a un lugar al que Perón no estaba dispuesto a visitar, al menos así vestido. Sin dudar, rescató del suelo aquel cuchillo que Nietzsche había descartado y se lo clavó en la garganta. Por las dudas, arremetió en el pecho y el estómago.

Silencio.

 

***

 

Perón está rodeado de gente. Eva lo abraza y su voz aguda y siempre afónica al oído le provoca excitación. Reconoce al médico de la quinta y, en cuestión de segundos, se incorpora. No es ese el tipo de atención que le gusta recibir.

—Estoy bien, tranquilos. Ha sido solo un desmayo.

La tarde continuó como si nada, disfrutó con placer ese presente que había visualizado tantas veces. Todo estaba por hacerse y nadie mejor que él para ejecutar aquellas ideas que lo acompañaban desde que era un mocito, cuando leía mucho proyectando su futuro. 

«Tengo que resolver este asunto de cerrar las conversaciones con un cuchillo», pensó mientras posaba para la segunda tanda de fotos, junto a su esposa.

 

Victoria Karamazov

Si necesitan, tengo un minotauro y un montón de gitanos en la cartera para compartir.

22 Respuestas

  1. Andrea Sánchez dice:

    Vicky! Cuentazo! Vaya personajes, vaya situación, vaya diálogos! Me encanta esta capacidad que tenés de “apropiarte” de personajes históricos. Genial.

    • victoria Karamazov dice:

      Andre, gracias por tu comentario, que alegría saber que interpretás como una capacidad mi obsesión con algunos personajes históricos, mi psicólogo lo entiende como una patología jajajaj, no, mentira! bueno, si… te dejo un besooooooooooooooooo

  2. Claudio Rosenberg dice:

    Vicky, esta excelente!. Muy creativo, muy lindas imágenes que dibujas en el texto y el manejo del lenguaje me fascinó. “Federico Guillermo” es una genialidad! Felicitaciones@

    • Victoria Karamazov dice:

      Gracias, Claudio! Federico Guillermo y Juan Domingo me dicen que les resulta encantador tratar a las personas por todos sus nombres jajajajja (bueno lo dije yo, pero seguime la corriente) BESOS!

  3. Juan Agustín Rodríguez Cuenca dice:

    Es excelente este cuento!!! Humor y genialidad. Me encanta.

  4. Maira Pelinski dice:

    Es un cuentazo, Vicky! Me encanta leerte.
    Felicitaciones!

  5. Mariana dice:

    Bien ahí vicky no conocía esta faceta tuya sos una genia …. éxitos a seguir por mas

  6. Mariana dice:

    Felicitaciones vicky sos una genia …. esta muy bueno bss magui .

  7. Jes dice:

    Excelente, muy bueno…. Te felicito.

  8. ADRIAN dice:

    Excelente !!!desde Villa Constructora San Justo La Matanza un saludo

  9. Romina dice:

    Excelente. Me encantó. Súper profundo

  10. Carmen dice:

    Que lindo !!!!!

  11. Laura Giacomini dice:

    Muy buenooooo

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