Posibilidades

Posibilidades

Ni bien Valentina ingresó al campo con su bolso al hombro, toda la atención de sus sentidos fue arrebatada. El espectáculo era maravilloso. Los ruidos mezclados en el aire, los ecos profundos, los gritos yuxtapuestos que llegaban con el viento desde el campo de juego, y alguno que otro silbato que cortaba el clima. Los colores, las dimensiones, las texturas, el polvo de ladrillo que, por momentos, como una coreografía, escapaba de la pista de atletismo danzando unos metros… Todo era magnífico. Un momento sublime en un lugar imponente. Ahí soñaba estar Valentina, ahí quería pertenecer.

Las posibilidades son nada más y nada menos que eso, algo posible, probable. Algo que puede suceder, no necesariamente algo que en efecto suceda. Así que, sin que nadie lo supiera, esa madrugada y después de años de entrenamientos en el club del pueblo, Valentina se marchó de casa con su bolso de jóquey a participar de la prueba anual del CHA (Club de Hockey Argentino).

En el primer partido de práctica, le tocó a ella ingresar como delantera del equipo que se mediría contra los titulares, y rápidamente sus posibilidades parecieron diluirse en el primer mano a mano que tuvo frente a la arquera. La jugada era genial, soñada. Interceptó la bocha casi a mitad de cancha, eludió a las dos defensoras rivales y enfrentó a la arquera, que, desesperada, dejaba el arco intentando achicarle el ángulo de disparo. En un movimiento de profesional, clavó la bocha contra el césped mientras ella se detenía a su lado, adelantó su pierna izquierda, bajó el cuerpo y apoyó el palo para levantar la bocha por encima de la arquera.

No menos de 1500 personas, entre jugadoras, familiares, curiosos, técnicos y directivos del club, enloquecían con lo que veían. A menos de 5 minutos de haber comenzado el partido, una jugadora arremetía contra el equipo titular del club de forma impensada, con una habilidad magistral y un temple envidiable. El palo de Valentina levantó desde abajo la bocha y la lanzó por arriba de la arquera, que, con reflejos admirables, levantó su brazo, palo en mano, y saltó hacia atrás intentando manotear la bocha que flotaba sobre su cuerpo.

Al tiempo que la redonda se metía en el arco, por detrás de la arquera, picando apenas a centímetros de la meta, la rodilla de Valentina se clavaba en el césped con la misma precisión, pero en el centro del área. La situación fue de asombro absoluto, los gritos se repartían entre el golazo y el dolor de Valentina cayendo. Después, solo silencio.

Los médicos la retiraron en camilla al vestuario. La lesión era en la rótula. La prueba había terminado para Valentina. Pero tanto los médicos que la asistieron como el entrenador que la acompañó al vestuario intentaron aplacar su bronca recordándole la magnífica jugada que llevó a cabo y la cara de la gente después de su gol.

Tras unos minutos, sin consuelo alguno, Valentina se cambió, armó su bolso y fue hasta las gradas prácticamente arrastrando su pierna. Se sentó con cierta resignación a mirar las prácticas, intentando así digerir la situación.

Todo ese sueño, ese espectáculo maravilloso que la abrazaba hacía apenas un par de horas, era ahora un castigo para su vista. Estaba por romper en llanto cuando la sobresaltó una mano apoyada sobre su hombro.

— ¡Hola! — le dijo un hombre canoso vestido de traje — Disculpá que te moleste, soy el doctor Andersen y vi lo que pasó en el campo. –

— Hola — contestó ella apenada. — Sí, ni me lo recuerde. — Y dejó la mirada perdida en el campo de juego.

— Mirá, me dio mucha bronca lo que te pasó, por eso me animé a venir. Pensé que, si vos estás de acuerdo y te interesa, te puedo inyectar en la pierna un antiinflamatorio de rápida acción para que puedas volver a la práctica. No te va a curar, pero vas a poder terminar las pruebas prácticamente como si nada hubiera sucedido. –

— ¿Y voy a poder correr? — preguntó emocionada Valentina.

— ¿Correr? ¡Vas a volar! — contestó, y Valentina lo autorizó sin dudar.

Le inyectó los medicamentos y vendó su rodilla. Le hizo algunas recomendaciones, le sugirió 30 minutos de reposo y que no se quitara el vendaje. Le aseguró que el efecto duraría aproximadamente de 6 a 8 horas, por lo que podría terminar tranquila las pruebas, y le recordó que, ante cualquier inconveniente, él estaría en el vestuario.

Veinte minutos después, Valentina estaba en el campo. La miraban pasar sabiendo quién era. Ya no era una más, era la chica del gol que se lesionó, ¡y parecía estar recuperada!

Habló con los entrenadores, les explicó que estaba en condiciones y que el médico le había dado el ok para continuar. Valentina jugó ese día en todos los puestos del equipo. En todos, absolutamente en todos se destacó por sobre las demás.

Fue aplaudida, ovacionada y aclamada. Valentina estaba en el próximo equipo del CHA, no había dudas. La felicidad la superaba y decidió relajarse un poco antes de partir, así que volvió a sentarse en las gradas para ver todo ese espectáculo otra vez. Se relajó, el atardecer apenas comenzaba y ella, mirando cómo se retiraban del campo de juego todas las jugadoras, comenzó a imaginar su regreso a casa. Darle la sorpresa a mamá, que siempre quiso que cumpliera su sueño, y a papá, que no le tenía mucha fe y prefería que fuera a la capital a estudiar Periodismo Deportivo, como habían quedado. Ahora, definitivamente, todos los demás proyectos podían esperar: estaría en el primer equipo de uno de los clubes de hockey más importantes del país.

Las posibilidades son nada más y nada menos que eso, algo que puede suceder, o no. Ese día las posibilidades fueron tantas y tan pocas que nunca podrá, pase lo que pase, olvidar esa fecha. Todo ese sueño, ese espectáculo maravilloso que la abrazaba, era el sueño que había ido a buscar. La felicidad la desbordó al punto de que rompió en llanto y entonces la sobresaltó una mano apoyada sobre su hombro.

— Señorita, disculpe. Estamos cerrando el estadio.

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