Darius, un héroe. El pensador forjado en los colectivos

Darius, un pensador forjado en los colectivos

Leer en los colectivos es un talento que pocos dominan, pero Darío, sin dudas, es un experto. Las preocupaciones lo ahogan de tal manera que ya no lo hace solo por entretenimiento, sino por necesidad: no entra un problema más en su cabeza. La delicada tarea de limpiarla está a cargo de un libro de Bradbury en las manos y de una hora de Héroes del Silencio que entra en él por medio de sus auriculares. Sin embargo, a mitad del primer cuento, un error de impresión deja el viaje incompleto.

Conoce ese libro de memoria, lo ha descargado en su celular y en formato PDF, lo ha leído más de seis veces. Ahora, con orgullo, luce ante el resto de los pasajeros los ocho cuentos en formato papel que tanto ama.

Pip, el personaje principal de la primera historia, se disponía a sacarlo íntegramente de ese colectivo sucio, de esa pesada rutina que lo obliga a ser todo lo que no quiere y ahora, como un adulto responsable, entiende que debe. Pero de la página seis el cuento salta a la quince, y de la veintidós a la cuarenta, y así hasta el final.

Darío, en contra de su voluntad, ha dejado en ese pueblo a Pip y a la abuela eléctrica que llegaría al final del último cuento, su preferido.

Una vez más, se reconoce apretado en camino hacia el trabajo, soportando los empujones de otros como él, lidiando con el peso de los pasajeros que se desploman en la muchedumbre con cada maniobra torpe del chofer.

Abruptamente, sus problemas económicos y las presiones laborales se acomodan en el asiento reservado para discapacitados y lo miran fijo.

Si no lee, se muere. Se ahoga.

Se da cuenta de que la sensación de ahogo también está relacionada con la señora parada junto a él, muy provocativa, con un gigante par de tetas formato balcón y una pomposa cartera de cadenas que golpea a todos los que la rodean. Presta más atención y detecta que su malestar proviene principalmente de que la mujer, en cada curva del recorrido, lo usa como soporte humano del colectivo. Como puede, vuelve a acomodar el libro en la mano y se abstrae de todos.

Piensa en demandar por mala praxis al puestero que le vendió en la calle a precio internacional un viejo libro de Bradbury mal impreso. «Vender libros debería ser considerado un servicio público», resopla bajito, casi imperceptible. Los que lo rodean lo miran, pero, como no se entendió lo que dijo, vuelven a lo suyo.

Darío piensa: «Si pudiera esconderme en uno de los rulos de Bunbury, en alguno de esos cuentos truncos, en el espacio vacío que dejó el final de Papaíto Piernas Largas, esa realidad absurda sería menos dolorosa. Pero no puedo».

Dice ahora en voz alta:

—¿Qué es esta herida en el cuerpo que es sin cuerpo y que no puede calmarse?

Como de memoria, insiste con voz más grave:

—¿Qué es esta herida en el cuerpo que es sin cuerpo y que no puede calmarse?

El colectivo lleno lo mira con intriga.

Levantando aún más la voz, repite:

—¿Qué es esta herida en el cuerpo que es sin cuerpo y que no puede calmarse?

Sabe que escuchó la frase en la radio, pero no le importa aclarar que no es suya, ahora es solo de él y será lo último que diga su viejo yo.

Por última vez, declama:

—¿Qué es esta herida en el cuerpo que es sin cuerpo y que no puede calmarse?

Se responde:

—Es el olor a rutina que emanamos, es esta mierda de vida que ya no soporto y es este bondi del orto que siempre viene cuando quiere y me obliga a esperarlo media hora antes, cagándome de frío todas las mañanas, para subirme y que todos ustedes me pisen y empujen durante una hora.

Piensa: «Ha hablado mi nuevo yo».

Darío ha decidido no silenciar nunca más esos pensamientos nacidos al calor del viaje. Ya no quiere ser el Darío que subió en Lanús. Mejor ser otro.

El nuevo Darío, abriéndose paso a las patadas, toca el timbre.

Mientras el colectivo frena, en dos movimientos guarda el libro en la mochila, la acomoda en su espalda empujando con todo el peso a los pasajeros parados como su viejo él y no se baja sin antes despedirse. Con una sorprendente coordinación visomotora, estira con toda su fuerza el gancho del corpiño de la señora tetona que lo usó de respaldo durante los cuarenta minutos del viaje, para soltarlo con violencia una vez abierta la puerta.

¿Venganza mezquina?

No, ha nacido un filósofo. Un filósofo héroe.

 

Acerca de Victoria Karamazov
Si necesitan, tengo un minotauro y un montón de gitanos en la cartera para compartir.

10 Respuestas

  1. Mi ídolo. Uno de colectivos y de viajes interiores. Grande, Vicky!

  2. Pablo dice:

    Somos o en algún momento, todos fuimos un poco Darios, haciendo un intento fuertisimo, para tener un respiro de la aplastante cotideanidad.
    Gracias por este espejo que nos brindaste, en mi caso, afortunadamente, refleja un pasado muy lejano.

  3. Gladys dice:

    Hermoso!!!! Todos los Darios que en mi habitan se vieron reflejados en tu palabras…. vamos por más Victoria, vos también sos un alma de diamantes!!!!!

  4. Romina dice:

    Me encantó. Todxs somos Darío un poco o es la idea

  5. Esmeralda Tsiros dice:

    Bellísimo, cada letra, cada palabra, una invitación, un viaje al corazón, al Alma de Darío. Cuántos Darios habitamos en él??
    Excelente!!!!

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