Bancario que se precie

Daniel analizó que, si le iba bien en la segunda entrevista, se desprendería el rótulo de «cara lisa».
Atravesó la fila de cuatro cajas de cobro. En la última contemplaba a una mujer de piel tostada, apoyando una regla transparente sobre la boleta y cortándola de dos tirones por la línea de puntos, además que descargaba con fuerza un sello con la inscripción «Pagado». Toda esa escena le recordó que debía abonar las boletas impagas y lo haría luego, desde el home banking de su esposa.
–Que pase el que sigue –se oía la voz de la cobradora a través del intercomunicador del centro del vidrio.
Ese sería el puesto de medio tiempo que tomaría, eso si lo aceptaban en la segunda entrevista que le tocaba presentarse.
Se anunció con un empleado de seguridad que orientaba a los clientes en la sala. Este le abrió la entrada al sector de oficinas y le indicó que al final del corredor golpeara en la puerta gris con el letrero de «Dirección».
–Pase –oyó Daniel una voz gruesa tras haber golpeado–. Adelante, siéntese en cualquiera de los dos asientos –le indicaba el avejentado director.
La garganta del enclenque candidato se encontraba anudada con la presión de los ecos de las futuras gastadas que podría tener, si no firmaba el contrato laboral. Se relajó como pudo para presentarse y contestaba las distintas preguntas referidas a su pasado laboral.
–Cuénteme ¿Por qué tiene un periodo de cinco años sin trabajar? –le decía el ejecutivo mientras se arremangaba la camisa rosada.
–Verá –comenzó a explicarle Daniel rozando con los dedos las entradas de la frente, surgidas hace un par de meses–, vengo de una familia de bancarios, mi esposa es gerenta de Croma Sur S A y gana un muy buen sueldo. Cuando nació nuestro hijo, no queríamos contratar a una niñera, sino cuidarlo por nuestra cuenta. Cómo se imaginará, sacrifiqué mi puesto de cajero para cuidar al niño.
–Muy bien, pero entonces, ¿por qué ahora quiere el puesto de cajero? –La seriedad del director se proyectaba en los ojos cafés del entrevistado.
–La cuestión no acabó ahí. Yo sin notarlo, me fui convirtiendo en un amo de casa. Realizaba las tareas del hogar, cuidaba a mi hijo, le preparaba la vianda a mi señora para que almorzara en la oficina, entre otras cosas más. Ella era la envidia en su trabajo al llevar comida casera y no pedir un delivery. Entonces, empezaron los comentarios que estaba casada con un «cara lisa», un completo mantenido. –Se apuntaba así mismo con el índice. –Como algunos de sus compañeros son vecinos nuestros, el rumor se esparció por el barrio y no tardaron en «gozarme de mil formas». Por eso, arreglé con mi señora que volvería a trabajar para evitar las cargadas.
–Muy bien, le tomaré unas pruebas prácticas.
El ejecutivo le preguntó varias operaciones de montos que Daniel contestó con ligereza. Prosiguió con ponerle casos hipotéticos, para que dijera como se solucionaban. De nuevo, el candidato lo resolvió fácil. Luego lo probó con otros en los que debía seleccionar distintos sellos para determinadas facturas. Por último, le dio una regla de madera y unas boletas. Le pidió que las cortara por la línea punteada y el accedió. ¡Ras! El corte resultó imperfecto, el segundo intento también y el tercero quebró casi en dos partes el talón de pago.
–Bancario que se precie, debe saber cortar las boletas con una regla, ¿cómo los cortaba usted?
–Fácil, con una tijera –contestó el entrevistado–. Por ejemplo, mi padre sí usaba una regla.
–Entonces recuerde como lo hacía su padre, porque no puedo contratarlo si no sabe hacerlo así.
–¡No, por favor, voy a aprender!
–Vuelva cuando se acuerde cómo cortaba su padre.
Apesadumbrado por fallar la prueba, se retiró sufriendo un bombardeo de pensamientos ácidos que le llevaban a exagerar el futuro con nuevas bromas hacía él y, aún peor, a su hijo; porque seguiría teniendo un papá mantenido.
Ni bien salió a la vereda, recordó a la cajera bronceada que dominaba la técnica, y se le ocurrió dirigirse hacía una librería que vio en la esquina. Compró una regla transparente e imprimió, ahí mismo, muchas copias de las boletas que hubiera abonado por home banking. Regresó al banco para extraer dinero de un cajero electrónico con la tarjeta de débito de su mujer. Formó en la fila hasta estar frente a la cajera con bronceado caribeño y, antes que empezará a cortar el primer papel, le pidió si no le enseñaba como era la técnica del corte. Ella se negó, pero él insistió y, a la segunda boleta, la de manos repletas de anillos de plata 925, le preguntó:
–¡No entiendo! Dígame, ¿por qué debería enseñarle?
–Es que mi viejo, que Dios lo tenga en la gloria –se persignó–, solía cortar así. Me gustaría aprender para tener su recuerdo más presente –le argumentó a la intrigada dama.
La convenció y esta le enseñó lo fácil que era. Si primero daba un pequeño tirón para continuar con otro más largo que dirigiera su fuerza hacia el lomo de la regla, lograría dividirse sin roturas.
Se apartó de la caja tras expresar una catarata de «gracias». En un pequeño mostrador de textura lisa, se apoyó y cortó otras tres copias de más que imprimió para practicar. Dio un grito de alegría cuando consiguió los cortes perfectos. Volvió a anunciarse al de seguridad con un «tengo que pasar para terminar la entrevista» y, tras irrumpir en la oficina del director, le dijo a este:
–Mire, mire. Recordé la técnica de mi padre –le mintió feliz, mientras mostraba con la regla comprada la firmeza de la técnica adquirida.
El director le dio un apretón de manos y le comunicó:
–¡Felicidades! Ahora podemos firmar el contrato –el ejecutivo le decía con una marcada sonrisa–. ¡Por fin hallé el remplazante para la cajera! No veía la hora de echarla porque se fue al Caribe con un dinero faltante del banco. A la muy desagradecida no le pudimos comprobar nada. Espero que usted no siga ese ejemplo.

 

Cuento con el primer premio de honor en el 11° Concurso Literario Internacional idioma Italiano y/o Castellano

3 Respuestas

  1. Maira Pelinski dice:

    Felicitaciones, Jorge! Tu cuento me hizo reír. Disfruté mucho del absurdo que, tan bien, supiste aprovechar.

  2. Washington Arís dice:

    Gracias, George. Este cuento es muy ameno, con un excelente manejo minimalista de los personajes y del ambiente. Me sentí en la untuosa atmósfera bancaria, ante filas de cajas enmarcadas en bronce y cirstales.

  3. Andres dice:

    ¡Felicitaciones Jorge! Muy merecido el primer premio. El cuento es muy divertido y con un gran final.

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