Salvarme del viejo

Salvarme del viejo

El otro día estaba ordenando fotos viejas y me acordé de la noche en la que nos juntamos en la casa de la Gorda. ¿Te acordás? Esa noche casi me muero. Hay momentos en los que siento que todo pasó en otra vida. Recuerdo cosas que hicimos, y no puedo identificarme con esas cosas. Yo creo que fuimos tan audaces, tan arriesgados, porque no entendíamos la muerte.

A esa noche la tengo presente, porque antes de ir a lo de la Gorda, yo le había dejado una carta al viejo. Era una declaración casi poética, explicando la profunda decepción que me habitaba el alma. Tenía esa imagen de los dibujitos animados: cuando algún personaje se siente abandonado, y se va con un palo al hombro con una bolsa atada, que cuelga por la espalda. De algún modo, yo me iba así de mi casa, con una mochila, pero replicando esa escena en mis pasos, en mi intimidad y en la forma de alejarme.

La Gorda nos había invitado a todos, y ahí estábamos nosotros ¿Te acordás el frío que hacía? Éramos un peligro. Creo que todavía me remuerde la consciencia lo que fue esa noche… Pobre Gorda, confiaba en que íbamos a ser buenos chicos.

Me acuerdo de que llegamos y ya era un descontrol el lugar. Había gente conocida y extraños. La música sonaba sola, creo que nadie le prestaba atención; la gente hablaba fuerte y nadie escuchaba a nadie; la cerveza volaba; la merca y el porro, aparecían y se esfumaban. Para mí era tan importante que vos estuvieras ahí. Tenías esa mirada tan acogedora, la misma de ahora, esa forma instantánea en la que siempre me hiciste sentir acompañada. Vos me veías a mí.

Tengo recuerdos como fotos. No fue una noche normal. De repente estábamos jugando a las cartas y nos reíamos a carcajadas. En un momento yo estaba con Tito en la cocina, probando condimentos, buscando un sabor que fuera único y dulce. Micaela se quedó encerrada en el baño… ¿Te acordás de cómo gritaba? No la vimos más a Micaela.

Qué solos estábamos.

Vos parecías un personaje ajeno a la escena, como si se hubiesen equivocado al ponerte ahí. Estabas sentado en el sillón, concentrado leyendo un libro ¿Qué leías? ¿Cómo podías leer en ese lugar? Yo me sentía bien mientras vos estabas cerca, porque aunque tuviera la decisión de adentrarme en ese caos, saber que estabas ahí me calmaba.

Yo no sé cuántas cosas tomé esa noche. Llegó un momento en el que ya no entendía nada. Ya me había olvidado de que unas horas antes me había ido para siempre de lo del viejo. Estaba en otra dimensión, en la que las cosas no terminaban de ocurrir, los hechos no me tocaban.

Entré en pánico cuando, después de escuchar el timbre, te vi venir desesperado gritando «¡Es tu viejo! ¡Es tu viejo!». Hubiese necesitado desaparecer. Sentí terror, vergüenza, desesperación. No sabía qué hacer, me quería esconder.

¿Yo te conté lo que pasó en ese momento? ¿Vos sabés que me parece que no se lo conté a nadie?

Vino Tito, me agarró la mano y me llevó al patio. «Escondete — me decía —, buscá algún lugar en el que no te encuentre». El patio estaba descampado, blanco, con un par de macetas tristes en la pared. Era imposible esconderse ahí. Probablemente, Tito entendió mi desesperación y me ayudó a subir a la medianera.

Para que no me vieran salté a la casa de al lado. ¿Te das cuenta? Fue una decisión tan estúpida y desesperada. ¿Qué iba a hacer en la casa de al lado? El patio del vecino estaba lleno de plantas y todo oscuro. Ahí nomás entendí que no tenía forma de trepar para volver. Caminaba desesperada, lloraba, lo único que tenía claro es que había perdido todo el control. Seguía siendo una persona incapaz de desaparecer.

Las ventanas de la casa del vecino cobraron vida, se prendieron las luces de adentro. Empecé a ver que las cortinas se movían con ferocidad, como si alguien las quisiera arrancar. Una señora despeinada, asustada miraba a través del vidrio y no me veía. Gritaba «¡¿quién anda ahí?!» con desesperación. Yo solo podía permanecer inmóvil y muda. En cuanto me viera, quedaría en evidencia, y no tenía nada razonable que decir.

La situación empeoró cuando un hombre empujó a la señora y pegó un grito tan fuerte y grave que me arrancó el alma. El hombre en camiseta y calzoncillos acentuaba lo bizarro, lo terrorífico de haber pasado el límite del sentido común y haber pisado una profundidad incierta e infinita. No tenía dónde pararme.

Prendieron las luces del patio y abrieron las puertas. El tipo salió y me miró enajenado. «¡¿Quién sos?!», me gritó conteniendo su cuerpo lleno de violencia. ¿Vos sabés que lo único que se me ocurrió fue pedirle disculpas? Le pedía llorando que no gritara… qué inconsciente. Mientras esbozaba palabras lastimosas, caí en la cuenta de que él tenía un arma, y me apuntaba enfurecido. Yo hubiese querido desmayarme, pero estaba ahí, como una piedra, como un fantasma, como una nena aterrorizada ante una vida siniestra.

Otra vez sonó el timbre, pero ahora en lo del vecino. Yo paralizada, desde el patio, vi a la mujer acercarse a la puerta de entrada del living y abrirla despacio. Del otro lado de la puerta, estaba el viejo. Él me vio enseguida, con tristeza. Hacía gestos de resignación, con los que le explicaba lo inexplicable a la mujer despeinada. Me acuerdo de que el viejo me llamó y yo corrí desesperada hasta él y lo abracé.

¿Viste que en los abrazos uno siente muchas cosas diferentes? Abrazos que pueden ser torpes o ásperos; a veces sentís acoples perfectos del brazo, el hombro y la cabeza; o los cuerpos quedan incómodos y en posiciones forzadas; las distancias se anulan o permanecen insoslayables… Bueno, los abrazos del viejo eran suaves y blandos, como estar entre almohadas, y siempre tenía una forma de poner la cabeza sobre la tuya para aplacar las tensiones y la angustia. Eran abrazos largos, en los que no importaba el tiempo, ni el antes, ni el después; abrazos salvadores en los que me terminé quedando, sin poder escaparme nunca más de él, ni esconderme, ni desaparecer.

8 Respuestas

  1. Mario Cesar La Torre dice:

    Me encantó todo lo que has podido transmitir en este cuento… la nada, la desesperacion, los sentimientos. Te felicito!

  2. Valeria dice:

    Que lindo Ani!!!!! Me encanto!!!!

  3. Pato dice:

    Escribís de una manera tan genuina y hermosamente sentida que me dolió desde la primera vocal del primer párrafo hasta la última vocal del anteúltimo párrafo. Por fin me dejé llevar y confiar en la calidez paternal del último abrazo siempre esperanzador.

  4. Maria dice:

    ¡Qué linda historia! Me atrapó de principio a fin

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