La Sueca

La Sueca

El espejo de aquel hotel cercano al puerto de Buenos Aires refleja la boca triste de Elin. Esa angustia se complota con los grises nubarrones de la ventana del cuarto. La sueca, sienta con nerviosismo esa esbelta figura nórdica sobre el extremo de una embriagadora cama. Cómo hipnotizada mira las maletas repletas de ilusiones rotas, pero aún alberga esperanza en el futuro. Prende un cigarro largo y mientras fuma con aire romántico, el humo oscilante se desvanece antes de alcanzar el techo color ocre. Para su mente europea le es difícil desenvolverse en América, rememora la decisión de embarcarse en tan largo trayecto. Le queda como consuelo el haberse marchado del lado de aquel Hacendado. Pues en la práctica, le compartió pesadillas cuando en teoría le prometió sueños rosas.

***

Todo comenzó cuando un ganadero bonaerense, de ascendencia sueca, arribaba a una Estocolmo convulsionada por el oleaje que producía la segunda guerra mundial. El hombre de unos cuarenta y cinco, gracias a un permiso británico, buscaba exportar carne vacuna a los suecos. El viudo al conocerla a ella en la plaza Stortorget, se enamoraría de la rubia y le ofrecería una vida de reina en Argentina. Elin, una veinteañera de clase baja, no lo dudaría. La escasez de alimentos, producto de los bloqueos marítimos impuestos por las armadas nazi e inglesa, la impulsaban a aceptar la propuesta.

La llevó a vivir a su estancia campestre, rodeada de un mar de pasturas que albergaban una multitud de vacas arreadas por decenas de trabajadores. Si bien disfrutaba de todos los privilegios de una hacendada, le escaseaba el amor y el respeto. Para dejar de sentirse tan solo una dama de compañía le pedía al viudo una boda soñada. Aunque en unas cuantas oportunidades el Don se rehusó a concedérsela. La pobre era una pertenencia más para él, una muñeca dañada en manos de un niño perverso. Sufría maltratos que iban desde gritos, indiferencia y una rudeza rancia entre las sábanas de satén. Lo peor llegaría cuando Argentina decidió permanecer neutral y no ayudar a Estados Unidos en su guerra contra El Eje. Entonces los Yanquis, en desacuerdo con la postura elegida, bloquearon las exportaciones vía marítima y el hacendado de la impotencia descargaba su repugnante puño sobre Elin.

Ella buscaba desahogarse contándole sus penas a una antigua sirvienta brasilera. La empleada, algo de su idioma escandinavo manejaba tras años de servir a la difunta esposa. Elin le contaba de sus penurias y las maravillas suecas. En cambio, la de Rio de Janeiro le relataba las bellezas naturales de su tierra y la inigualable alegría que caracterizaba a su gente, que incluso, reflejaba en una enorme sonrisa de estilo tropical. La brasileña se había cansado de ver llorar en repetidas ocasiones a aquellos ojos azules. Sin embargo, se estremeció al advertir el contraste de los moretones sobre el torso claro de la joven. Por lo que le comentó:

–Ya vi unas marcas así, empezaron a aparecerle a la anterior Señora tiempo antes que muriera en un raro accidente cuando montaba lejos de la hacienda. Eso nos dijeron a nosotros –le expresó con preocupación–. Yo creo que estaba huyendo del Don. Usted me cae bien, yo le aconsejo que se suba a un barco y vuelva a Suecia.

La sueca no tenía dinero para huir, pero su empleada le ofreció a cambio de una buena tajada, revelarle el sitio donde el Don escondía los billetes que ahorraba de algunos impuestos que evadía. Aprovechó la ausencia de veinticuatro horas del dueño y huyó alquilando los servicios del cochero de la estancia vecina, que la dejó en la estación de trenes. Viajó hasta el puerto y al conseguir unos pasajes de buque, pasó la noche en el hotel.

***

El hacendado regresa y al querer guardar dinero fraudulento, se sorprende con la desaparición de sus ahorros y también la de su pareja. La sirvienta brasilera, se acerca al dueño. A cambio de un par de billetes, ofrece decirle lo que sabe de Ella. Ya con incentivación en la mano, le cuenta que Elin pensaba regresarse en barco. Con una ira reflejada en los gritos al dar órdenes, el Don se va en compañía de sus empleados para encontrarla y recuperar el dinero. Buscan entre los pasajeros del barco que partiría a Suecia y no la hallan. Entonces van sobornando a los oficiales de los navíos que saldrían a Europa para que la delaten al verla. Aunque les es inútil, no la encuentran, pues Elin zarpa rumbo a Brasil. Ni loca volvería a pasar hambre en Europa, en cambio, sí deseaba experimentar esa alegría que adornaba el rostro de la sirvienta carioca. Así cambiaría la tristeza por una gran sonrisa.

1 respuesta

  1. Mario Cesar La Torre dice:

    EXCELENTE JORGE. TE HAS SUPERADO!!! UN ABRAZO…

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