Un mate y salgo

Viviana miraba por la ventana al patio. Un limonero y, unos metros más atrás, el níspero; el espacio entre ellos atravesado por una soga. Una camisa colgada se movía al ritmo de la brisa de primavera anticipada que llegó en pleno agosto. El jazmín paraguayo perfumaba la mañana. «Un mate más y salgo»,pensó.

La interrumpió el sonido del teléfono.Cuando llegó a atender, ya habían cortado la llamada. Volvió a su sillón.Cebó un mate, lo dejó en la mesa y buscó el monedero y la bolsa de las compras, se sentó y anotó la lista de cosas que necesitaba. Alguien tocó el timbre. Abrió la puerta y encontró a dos mujeres con folletos en las manos que querían hablar de la otra vida, del paraíso y otras cuestiones similares. Viviana les agradeció y explicó que no estaba interesada, se despidió y una de las mujeres le preguntó si hablaba italiano o si alguien en la casa hablaba el idioma.Les dijo que no, las mujeres agradecieron el tiempo y se retiraron a tocar otro timbre. Viviana se sintió confundida con la última pregunta, no tenía sentido.

Antes de salir, miró a través de la cortina para asegurarse de que ya no estuvieran las mujeres con folletos. En la vereda esperaba un hombre de traje, pantalón gris y saco azul, corbata beige con anclas bordadas que estuvo de moda hace algunas décadas, ojeras de muchas horas sin descansar y el cabello despeinado y rígido, con restos de fijador. Llevaba una valija con ruedas.

Viviana miró el reloj: era casi mediodía. La cortina del living le permitía mirar a la calle sin ser vista. El hombre tocó el timbre, se alejó de la puerta hacia la vereda, sacó un encendedor y un cigarrillo, intentó encenderlo y no pudo. Guardó el encendedor en el bolsillo de la camisa y mantuvo el cigarrillo entre sus dedos flacos, amarrillos y temblorosos. Esperó ahí.

Volvió hasta la puerta de la casa, metió los dedos por el buzón para cartas y se asomó, para intentar mirar adentro. Volvió a tocar timbre, golpeó la puerta con el puño. Comenzó a toser. Media hora después, dejó de esperar, dio la vuelta y se fue caminando.

El reloj marcaba las doce treinta. Apurada, tomó un mate más y salió a la calle. Caminó dos cuadras hasta el mercado. Adentro, mientras esperaba en la fila para ser atendida, vio pasar por la vereda al hombre, que caminaba. Se miraron y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Salió del local con la bolsa llena de mercadería y encaró para la izquierda.En la esquina, a una distancia de dos casas, estaba el hombre.Debía de pasar por su lado y sería pronto. Se detuvo, sacó un estuche de la bolsa, lo abrió y se puso anteojos negros. Buscaba ganar tiempo, de alguna manera tenía que esquivarlo. El hombre caminó hacia ella, se acercaba, lo tenía a cinco pasos.Entonces, Viviana metió la mano en la cintura de su pantalón, sacó algo y rápidamente apuntó al hombre a la cara, se escuchó el sonido del obturador. Le sacó una foto con el celular. El hombre se detuvo.

—¿¡Qué haces, loca!?—gritó, mientras le quitaba el teléfono de las manos.

—¡Devolveme el teléfono! —respondió Viviana—. ¡Me está robando! —gritó mirando en busca de alguien que la ayudara.

—¿¡Qué te pasa!? ¡Para un poco! —dijo mientras buscaba en el teléfono—. Te lo devuelvo cuando borre mi foto. No sé quién sos ni por qué me sacaste una foto en la calle. ¡Mierda! ¡Está bloqueado! Ponele la clave —dijo nervioso mientras acercaba el teléfono a la mujer sin soltarlo de sus manos.

—Bueno, bueno, está bien, es que vos me seguías y me mirabas sin parar y yo me asusté, ¡qué sé yo qué hacer! Ponete en mi lugar. Encima habías estado en mi casa esperando que saliera, y no te atendí —se explicó Viviana mientras desbloqueaba el teléfono y borraba la foto.

—¿Viviana? —preguntó el hombre. Inmediatamente, sintió el calor que invadía su cara, se teñía de rojo vergüenza, su voz se entrecortaba.

—¡Felipe! Ahora que te veo mejor, noto el parecido con tu padre, que en paz descanse, ¡pero llegabas la semana que viene! —respondió sorprendida. Viviana entendió quién era ese hombre —. Vení, vamos, que te muestro la casa, te das un baño y tomamos unos mates.

Calentó el agua. Armó de nuevo el mate.

—¿Esa camisa era de mi viejo? —preguntó Felipe señalando al patio.

—Sí, la dejé ahí porque se mueve y me recuerda a él cuando bailaba y hacía esos pasos con los hombros. A veces me quedo acá, tomo unos mates, pongo música y lo miro bailar —dijo Viviana con la voz llena de ternura y nostalgia.

Se miraron, cómplices, tomaron mate, escucharon música y el día murió.

4 Respuestas

  1. Ada Salmasi dice:

    ¡Hermoso cuento! ¿y si continúa?

  2. Maria Cristina Manenti dice:

    Para seguirlo…muy lindo

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