LA CANCIÓN VUELVE A MI

La canción vuelve a mí, una y otra vez. Su voz es un aroma, un retozo y una caricia.

A la inmensa felicidad que tengo por ser padre y saber que mi hijo va «evolucionando milagrosamente» —como dijo la doctora—, se suma esta inquietante sensación, mezcla de alegría y nostalgia inexplicable. Mientras conduzco mi auto, por pleno centro de Córdoba, me pregunto “¿Por qué no puedo dejar de llorar?”; estoy muy sensible, debe de ser la llegada del bebé.

Ya en el estudio frente a la computadora, y no puedo concentrarme en el proyecto. Estoy pensando en María Inés Picconi, la enfermera de la terapia de neonatología; ella atiende a mi hijo, todos la llaman Nené. Recuerdo que la pediatra me contó que, aparte de ser muy eficiente en sus cuidados, es un sol, como una mamá y abuela a la vez; que mientras se ocupa de la atención especifica de cada bebé, va, con voz de ángel, cantando esas canciones que devuelven el alma. « ¡Y acá, necesitás que te devuelvan el alma a cada rato!», me dijo; « ¡te entiendo, yo la escuché!», le contesté.

Son las siete de la tarde. No pude hacer casi nada de lo que había planificado, no importa. Me voy al Sanatorio, quiero verlo un ratito a Fede; pronto terminará el horario de visita.

Estoy llegando a la sala de espera y lo que veo a través del vidrio que me separa de la nursery es la mejor escena de mi vida. Mariela está amamantando a Fede y Nené le ayuda en esta nueva y privilegiada tarea. Apoyo mis manos y el frio de la lámina que nos separa no le quita luz a tanto candor. Mis ojos se inundan y también los de Mariela.

— Te amo—ella me devuelve una enorme sonrisa. Miro a Nené, y la veo como un ángel protector. Ella me mira. Me quedo en su mirada como si fuera mi casa, le digo—: Gracias. 

***

Hace quince días que estamos los tres en casa; la alegría es grande y el cansancio también. El bebé duerme poco, llora y come a cada rato. Mariela también se ocupa de la casa y la noto cansada, no duerme lo suficiente. Por eso, apenas llego del trabajo, ayudo en lo que puedo y me encargo un poco de Fede.

—No sabía que tenías ese repertorio— me dice Mariela mientras arrullo al bebé en mis brazos.

—Yo tampoco, son las que le cantaba Nené, ¿te acordás de Nené?—sigo cantando.

—Por supuesto, como no me voy acordar, una dulce. Es increíble como se calma cuando le cantás, ¿Cómo las aprendiste tan rápido?

—Las recuerdo de algún lado.

—Seguro te las cantaba tu mamá.

—No, mi vieja nunca me cantó nada.

Me despierto y miro el reloj: dormimos tres horas seguidas, no lo puedo creer. Fede sigue dormido sobre mi pecho y Mariela descansa plácidamente; disfruto a pleno este momento, mientras evoco la sonrisa de María Inés. La sonrisa que está en mi sueño recurrente, cada noche, desde que la vi al lado de Fede: « es una mujer joven y está cantándome, su voz me endulza el alma; de pronto, la escena se opaca, mi padre amenaza— “si le decís, te mato” —ahí tengo doce y me duele el pecho, cuando mi madre me ve que presencio la discusión, cierra la puerta de golpe». Después de pasar tantas noches eternas, atando recuerdos que aún me duelen, me decidí y, dentro de unas horas conoceré el resultado. Ni a Mariela quise contarle mi decisión… lo sabrá en su momento. Nadie sabe lo que hice, quizás mis viejos desde arriba… la vieja me entendería; el viejo, no. Nunca nos entendimos.

Estoy entrando a la CONADI, filial Córdoba, y me tiemblan hasta los huesos. Me anuncio y a los pocos minutos entro a una oficina. Se presenta, la presidenta de la filial— una señora mayor— un asesor legal y una psicóloga. Me saludan más que sonrientes, diría yo, radiantes.

— ¿Señor Diego Ramirez, DNI 26.814.256?

—SÍ

—El resultado de su ADN dio compatible en un 99, 99%con el de María Inés Picconi, secuestrada junto a su hijo de trece meses por el Ejército Nacional el 14 de setiembre del 79. La denuncia de la desaparición data del mismo día y fue realizada por sus abuelos. Ella fue liberada en mayo del 82. Hace 25 años que su madre lo busca. Su nombre de origen es Federico Masiel Picconi; su padre, Eduardo Masiel fue secuestrado en el 78 y aún se encuentra en la lista de desaparecidos.

Paso del temblor al llanto. Lloro por todo: por el nombre que me robaron, por el desamor del único padre que conocí, por el día que me echó de casa, por las lágrimas de mi vieja y lloro por Nené, por los brazos de Nené.

Cuando logro sosegarme, la mujer mayor apoya su mano en mi hombro:

—Cuando usted lo decida ella está dispuesta a verlo—me dice con dulzura y como si fuera un secreto.

— ¡Ya!—apenas puedo pronunciar una palabra. Los tres me abrazan antes de retirarse. Como puedo me seco las lágrimas, me pongo de pie y espero.

La veo entrar, entre risa y llanto, y con mis brazos abiertos, me sale:

— ¡Fede va tener abuela!

— ¡Mas le vale!—Su abrazo es sentir los pies sobre la tierra, tener un lugar, encontrar el sentido.

Estamos saliendo sin dejar de vernos tras la vista empañada; me agarra el brazo y yo le tomo la mano. Me confiesa que el día anterior a que yo me presentara voluntariamente, ella había iniciado el trámite para que me investigaran. Su intuición de madre y abuela ardía. Cuando le avisaron de mi presentación, aún sin saber el resultado, estalló de felicidad.

Todo esto no es increíble. Como un eco lejano y amigo, Fede sonó siempre en mi interior. Las canciones quedaron en un rincón de mi memoria esperando el momento del rescate, la voz que las rescató ahora acuna a su nieto, mi hijo, y sigue cantando.

1 respuesta

  1. Marcela dice:

    Conmovedor relato Vivi, tocás por un lado un tema tan candente para los argentinos, como es esa época trágica de nuestra historia con un desenlace feliz. Además queda en claro que el amor es un sello que queda impreso en nuestra memoria, y la intuición es un desencadenante muy bien utilizado. Disfruté de este cuento.

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