CRANOLANDO LA FURTINOTA

Confundida en el paisaje, a relajados kilómetros del pueblo norteño, se sitúa la estancia «El Aguilar», rendida a los pies de majestuosos cerros. Un pequeño sendero conduce al antiguo casco rodeado de nobles cipreses y verdades contundentes. En el salón principal, despejado de ornamentos, con muebles de cedro lustroso se reúnen los integrantes de la Logia Azul o Simbólica: «Los Amigos del Orden», un grupo de pensadores que, a la luz del conocimiento, combaten los vicios y las iniquidades de la realidad.

Como todos los jueves del calendario gregoriano, enmarcados en una disciplina estoica, sus iniciados se congregan en una nueva jornada de fraternidad. Se ordenan rodeando la gran mesa que se ofrece como centro de gravedad de sus cuerpos y sus mentes. Por el ventanal policromado, el sol se filtra dibujando las sombras de capuchas con rostros camuflados, en la pared desierta del fondo. Tras un repaso de rituales, el Hermano mayor de los Maestros da la bienvenida:

—La Logia es nuestra casa. Bienvenidos a reverdecer el deseo ferviente de trabajar por la humanidad. A educar nuestro espíritu. A mejorar nuestra inteligencia —dijo esto y encendió en los congregados un rosario de afirmaciones mántricas:

—¡Dominar nuestras pasiones!

—¡Develar enigmas!

—¡Dejar lo profano y pernicioso!

Cada discípulo se inspiraba en un dogma diferente y a coro se hicieron eco de la última jaculatoria:

—¡Virtud y obediencia!

—Hoy más que nunca, la masonería está llamada a intervenir para socorrer las almas dispersas, y, para tal causa, debemos formarnos y reafirmar nuestros principios —confirmó el guía de la Logia siguiendo con su discurso.

En la jerarquía masónica, el aprendiz estudia, el compañero interpreta y el maestro deriva un valor universal valedero para todo hombre. De acuerdo con este escalafón, se estudiaron ese día los textos y las partituras de la excelsa ópera «La flauta mágica». Los maestros descifraron simbolismos implícitos en las combinaciones de sonidos y silencios. Mozart, a través de sus armonías, selló la búsqueda del encuentro.

El Hermano mayor, finalizado el amaestramiento, los instó a tomarse de las manos y, con un tono de monasterio, les dijo con extrema emoción:

—Queridos hermanos todos, este domingo del mes en curso, septiembre, con la gracia y el privilegio de pocos, nos visitará el Gran Maestro del Oriente de Italia. El más ancestro. El sabio. Se hospedará en nuestra casa y, como manantial fecundo, derramará sobre esta Logia sus enseñanzas. —Los congregados festejaron la noticia con regocijo discreto.

Los «Amigos del Orden» desarrollaron las acciones pertinentes para la jornada de la iluminación. Solo restaban tres días. Como las siete cuerdas de la lira con su sutil armonía, ensamblaron voluntad y devoción.

El día encandilaba con el verde nuevo de los cipreses. Las siluetas encapuchadas, ordenadas como ábacos, aguardaban en el seno de la Logia el ingreso del Iluminado. El pequeño sendero se pensó fértil, cuando la pisada del Gran Maestro dejaba la huella de la sabiduría. La brisa calurosa, como soplo educado, temblaba entre los pliegues de la túnica inmaculada del sabio, la cual alumbraba como aura de Principio Creador.

Sin capucha sombría, el líder avanzaba con su semblante despejado de pensamientos atascados. Parecía un ángel en la tierra. La alfombra detrás del altar estaba alerta, esperando el arribo del sabio para absorber su mensaje.

—Estas, mis palabras, sean de saludo y cariño fraternal a todos los integrantes de la Logia «Los Amigos del Orden» —dijo el anciano en un castellano claro pero con cadencia europea. Las hileras disciplinadas de los iniciados atendían con honrado respeto.El Maestro italiano, buscando las miradas en los agujeros enmascarados exclamó:

—¡El hermetismo es cosa del pasado! Les vengo a dejar mi mayor enseñanza, la revelación de los masones nuevos. Los exhorto a ¡CRANOLAR LA FURTINOTA! —Luego de dicha expresión, inició una danza jocosa de piruetas y brincos persuadidos entre ritmos de tarantelas y carnavalitos. Aparentaba un estado de trance encendido por el entusiasmo del que vive con la fe sana y el pensamiento emancipado. La música estaba en su alma.

Una cadena de intrigas y desconcierto bramaba en los sentidos de los iniciados. Observaban el ritual con el desequilibrio del espanto. Sintieron cómo se encorvaban sus certidumbres. Solo a Benjamín, el aprendiz más joven, nuevo en la masonería, se le estiró

la sonrisa hasta la nuca. «Un capo el maestro italiano», pensó tan fuerte que todos creyeron oírlo. Los demás miembros de la Logia susurraban entre dientes:

—¿CRA… CRANOLEONAR… QUE?

— FUTRI… FURTI…

—¡CRANOLAR LA FURTINOTA! —les apuntó Benjamín. El flamante principiante sintió que la Revolución Francesa le avanzaba por la espalda.

—Mis fraternos discípulos, edifiquen el goce efectivo y que la FURTINOTA sea la certeza que los guíe con frenesí, hasta el final del camino —fueron las últimas palabras del ángel ilustrado. Un ágape de cortesía fue el cierre de la jornada acalambrada de misteriosos sacramentos.

Todos, incluido el gran sabio, pernoctaban en la Logia. Los masones más afilados se sentían incompletos por no comprender la máxima enseñanza del líder latino. Les hincaba el enigma como espina de cardón poseído. El hermano mayor se dispuso en un andar casi sonámbulo, enderezado por la inercia, a develar el secreto. La habitación del Instruido estaba separada. Se enfrentó al umbral de la puerta que estaba abierta completamente.

—Disculpe, Maestro. Amparado en el escudo de esta Logia, que persigue la verdad y la obediencia, me atrevo a hacerle este comentario: Nos ha dejado una máxima, nos propone un camino, pero nos sentimos confundidos al no comprender el exacto significado de su expresión. —El sabio lo miró con el afecto de un padre.

—Nada se ve en la oscuridad —le dijo con simpleza—. Mañana será día de revelaciones —agregó.

El cielo amaneció despejado. En el interior del casco principal, el lienzo sobre la mesa sostenía el desayuno. Los catecúmenos ingresaron a la sala. El Hermano mayor recibió el periódico, que se amontonó con la inmovilidad de los diarios de días anteriores. La revelación era la coordenada de este encuentro. La espera era irritante y el Gran Maestro se demoraba.

—Tal vez está exhausto y desea descansar por la mañana —dijo un aprendiz.

—Yo iré hasta su habitación a buscarlo —expresó el líder de los iniciados.

El cuarto estaba vacío. Lo buscó en las dependencias contiguas, en la galería, en el parque. Escarbó en cada rincón de la Estancia. Ni rastros del anciano. El Hermano volvió a la sala donde lo esperaban sus discípulos.

—¡El Gran Maestro se ha ido! No quedó ni el menor indicio de su estampa, de su séquito, ni de su equipaje! —confirmó con la palidez de un cadáver. El asombro y el desconcierto hundieron la esperanza de los integrantes de la Logia. Se dispersaron en una búsqueda vencida.

Uno de los iniciados arrebató un diario al azar, de todos modos ninguno había sido leído desde el jueves. La fecha indicaba sábado 22 de septiembre. Leía, leía… ni siquiera entendía para qué. Un inesperado titular desenfocó su eje: «Se conmueve el universo de los masones ante el fallecimiento del Gran Maestro de Italia». El espanto le agrandó los ojos hasta que su voz pegó el alarido:

—¡El anciano está muerto! ¡Expiró el día anterior a su visita a nuestra Logia!

El guía de los masones «Los amigos del Orden» los reunió una vez más en la sala para juzgar lo sucedido.

—¿Estamos todos? —preguntó.

—No, Hermano, solo falta Benjamín —respondió un compañero.

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2 Respuestas

  1. Marcela dice:

    Gracias Vivi! Mi compañera de cacerías! Vamos por más!

  2. Cronolando la furtinota, muy pintoresco y descriptivo, la segunda parte
    me divirtió, el final inesperado. ¡Felicitaciones, Marcela!

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