El perchero

Al comenzar la primera sesión con Augusto, Claudia escribió: «10 de marzo. El paciente entra temblando».
—Buen día, ¿qué tal? —saludó el joven y se frotó las manos.
—Buen día, Augusto. Tomá asiento. ¿Tenés frío?, ¿querés que cierre la ventana? La dejé abierta porque para mí hace calor.
Augusto cruzó las piernas y, haciendo ademanes de «pare» con las manos, respondió:
—No, no, así está bien. No sé qué se me da últimamente que ando así, tembloroso.
Claudia tomó nota mental del síntoma y siguió atenta a los gestos de su paciente.
—Contame, Augusto, ¿qué te trae por acá?
Al hacer la pregunta, la terapeuta notó que el muchacho observaba el consultorio con especial atención: cada cuadro, cada papel encima del escritorio, el diván y hasta el blanco de la pared eran objeto de su mirada minuciosa. Claudia no quería sacar conclusiones apresuradas, pero su instinto le hablaba de un carácter obsesivo e inseguro.
—Perdón, ¿no? Me intriga: ¿no tengo que recostarme en el diván? —inquirió el joven.
—Estas primeras sesiones vamos a tenerlas acá. Luego vemos si pasamos al diván —respondió Claudia y, siguiendo su olfato, preguntó—: ¿Te molesta estar acá?
—No, no me molesta, para nada. Pero, disculpe que me meta de vuelta, ¿sabe que ese perchero de madera que tiene ahí atrás tiene rota una de las patas y que en cualquier momento se cae? Por eso está medio chueco. En invierno, con un par de camperas encima, se cae, y por ahí hasta la lastima a usted. Si quiere, se lo puedo arreglar, es un segundo.
Claudia ratificó en el anotador: «Obsesivo. —Subrayó la palabra y añadió—: Le molesta que el perchero esté roto». Antes de que la analista pudiera contestar, Augusto agregó:
—Bueno, es una sugerencia nomás. Si no quiere, no, ¿eh? No hace falta, yo lo digo por usted.
Una vez más, la terapeuta confirmó en su cuaderno: «Inseguro», y también subrayó.
—No te preocupes por el perchero —respondió—, no creo que se caiga. Por el momento está bien así, cualquier cosa te digo. Contame, ¿por qué viniste a verme?
—Bueno —comenzó Augusto y se acomodó en la silla—, pasa que hace dos semanas iba por el parque caminando con mi novia y, de la nada, me dijo que no quiere que vivamos más juntos. Dice que me quiere, pero necesita su espacio.
»Mire, vengo porque necesito entender el planteo de Laura para poder solucionar lo que haga falta. Y listo. No me interesa hablar de mi infancia, ni de mamá, ni de papá, ni de ninguna de esas cosas. Todo bien, pero mi problema es muy concreto y, en ese sentido, creo que más fácil. —Y, queriendo hacer uso de una frescura que no tenía, sonrió y añadió—: Como arreglar el perchero.
—No te hagas problema, vos acá hablás de lo que quieras —aclaró Claudia, sin hacer juicios sobre el último comentario de su paciente—. Seguí contándome, ¿qué pasó después de que tu novia te comunicara su decisión?
—Pasó que empecé a recapitular y ver en qué me había equivocado para que esto pasara, pero no pude encontrar nada. No es que no discutamos, pero no puedo ver cuál fue el detonante para que haya querido que me fuera. Le juro que le di mil vueltas, pero no sé qué pudo haber sido tan grave. —Mientras hablaba, hacía presión con la punta de los dedos sobre el escritorio, y cada tanto miraba el perchero.
»Y, con respecto a lo del espacio que ella plantea, le pregunté varias veces si quería que nos mudáramos a un departamento más grande y me dijo que no, que no era por eso. «¿Entonces por qué es?», le pregunté yo. ¿Y sabe qué me respondió? Que no sabía. Eso sí, que me quedara tranquilo, que no era por mi culpa, que era ella la que necesitaba tener su espacio por un tiempo. ¡Que no era mi culpa! ¿Pero cómo no va a ser mi culpa si el que se va soy yo? —acabó y se volvió a frotar las manos.
Claudia terminó de tomar notas, miró al paciente y contestó:
—Muy bien. Parece que estás sufriendo un cambio importante y eso te desconcierta. ¿Te parece si dejamos acá y seguimos la próxima?
«No, no me parece un carajo —pensó Augusto con rabia—. Te estoy contando mis problemas como un imbécil, ¿y tu «ayuda» es decirme que estoy desconcertado? ¡Vaya deducción! Pedazo de chorra».
—Sí, ¡por supuesto! —respondió Augusto, enérgico—. Nos vemos en dos semanas.

***

«25 de marzo. El paciente no me saludó. Sigue callado. Parece que está enojado».
—¿Ya terminaste de anotar? Porque yo estoy listo cuando quieras, ¿sabés?
—Está bien, Augusto —contestó la terapeuta sin perder la calma—. Yo estoy lista para escucharte desde que llegaste, así que… cuando te parezca. Contame: ¿cómo te fue en estas dos semanas?
—Como el culo. Hablamos un montón y, en principio, parece que está todo bien. Sin embargo, cuando le pregunto qué puedo hacer para mejorar las cosas y quedarme, una y otra vez me responde, así como así, con su sonrisita fresca y voz de superada: «Nada, Agus. No hay nada que hacer».
»Creo que estoy asimilando de a poco el hecho de que no tiene nada que ver conmigo. Pero, de todos modos, no quiero irme, de eso estoy seguro. —Hizo una pausa y miró a los ojos a la terapeuta—. Estoy cansado. ¿Por qué tengo que ceder en todo? ¿Por qué siempre tengo que esforzarme por todo el mundo hasta desconocerme?
—Bien, ¿te parece si dejamos acá? —respondió Claudia con amabilidad.
—¿Cuándo vas a arreglar ese perchero? —cuestionó Augusto y se frotó las manos—. Me está volviendo loco. Con amor y un poquito de maña, queda de diez. Es hermoso y parece antiguo, no puede ser que quede así solo porque alguien no lo quiere arreglar.
—Está bien el perchero —cortó en seco Claudia—. Nos vemos en dos semanas.

***

«7 de abril. El paciente, otra vez, no responde a mi saludo. Tiembla. Todo indica que…».
—¡¿Cambiaste el perchero?! —interrumpió Augusto sin dejar de tiritar—. ¿Compraste uno nuevo y no arreglaste el viejo? ¡No había necesidad! ¡Te lo dije! —gritó y la cara se le llenó de lágrimas—. Lo podrías haber evitado con muy poco. ¡¿Qué te costaba arreglarlo?!
—Sí —respondió Claudia y terminó de escribir la oración en el cuaderno: «… dio resultado». Luego miró al paciente y, haciendo ínfimas pausas entre oración y oración, le explicó—: Como vos dijiste: era muy lindo, y al final se rompió.
Al escuchar las palabras de la terapeuta, al llanto Augusto le sumó sollozos agudos que poblaron el consultorio por un buen rato. Cuando se calmó, Claudia habló:
—¿Nos vemos en dos semanas?
Augusto afirmó con la cabeza, tomó un par de pañuelos para el camino y se fue.

***

«21 de abril. El paciente me saludó y permanece callado. Es la primera vez que no lo veo temblar».
—Corté con Laura —dijo con voz ronca Augusto. Inspiró profundo y continuó—: Ya no daba más de estar tan mal. Siento alivio y mucha tristeza, pero hace unos días también siento que hay algo un poco más profundo que necesito ver. Es raro, no lo puedo definir.
—Bien —contestó Claudia con una sonrisa—. ¿Te parece si pasamos al diván?

5 Respuestas

  1. Victoria Karamazov dice:

    TERRIBLE CUENTAZO… LO IMPRIMÍ… LO NECESITO PARA NO DEJAR LA TERAPIA JAAJA

  2. María Leticia Larruy dice:

    ¡Me encantó!

  3. Maira Pelinski dice:

    Está buenísimo, Agustín. Super interesante!

  4. Marcos dice:

    Muy buen cuento!!

  5. Maria Agustina Moyano dice:

    Espectacular.

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