Aviso

  Todos los domingos repito esta rutina que me encanta: me levanto temprano, salgo a la galería, miro las montañas y lleno los comederos colgados de los árboles.  Luego me siento a tomar mate y a escuchar el silencio quebrado por los aleteos de los pájaros cuando llegan. Solo que hoy se les adelantó Julio, el parquero de la zona, que  me hace la limpieza del terreno.

           Hace poco más de un año que murió Guillermo, mi marido. Al principio pretendí que no lo extrañaba, pero a medida que pasaban los días, los meses, su ausencia empezó a roerme el alma. Desde entonces conozco la soledad.

          —Doña Marta, malas noticias.

         Hago un gesto de fastidio y se me arruga el entrecejo. Mi parquero ama las malas noticias.

        —¿Sí? ¿Qué pasa? —le pregunto.

       —En el pueblo escuché una conversación. Usted sabe… de paisanos que pretenden vivir de lo ajeno. Andan olfateando dónde encontrar dinero. Están empecinados con su casa.

      No le creo. Inventa. Ya me lo hizo otra vez y resultó ser mentira. Julio es un obsesivo. Después de la muerte de Guillermo, se siente en la obligación de cuidarme y ve peligros por todas partes. Trata de inocularme miedo.

     Lo miro sin imaginarme con qué se despachará ahora.

     —Le hace falta protección, doña Marta.  Me da la impresión de que son de por acá. Quizás tengan un soplón en el banco.  Si quiere, busco a alguien que le haga la ronda.

     Sé que Julio es tozudo y no larga prenda fácilmente. Difícil que me cuente algo más. Mejor, por ahora, me lo saco de encima. Mañana bajo al pueblo y averiguo.

       —Está bien. Cuando tenga al hombre, charlamos – le respondo. Sin embargo, muy a pesar mío, empiezo a respirar cortito y se me  ocurre pensar: «¿Y si esta vez no mintió? ¿Acaso no robaron la semana pasada en lo de Elvira?».

        Aunque me siento rabiosa por tener que admitirlo, el parquero ha conseguido que el miedo circule por mi sangre y llegue a borbotones a mi garganta. Como cuando iba al colegio… no soportaba la presión en el cuello de mi camisa, pero terminaba por someterme a la voz humillante de la celadora de primero. Me faltaba coraje. Con el tiempo aprendí a tenerlo.

      No dejo que el miedo crezca. Me doy vuelta hacia la mesa donde se están secando los yuyos. Tomo un manojo de cedrón y lo huelo. Cuando me aquieto por dentro, miro fijamente a Julio y le replico con tono cortante:

      —Yo sé defenderme.

      —Si usted lo dice… —me contesta  con ironía.  Julio no cree que las mujeres puedan defenderse solas.

      —Bueno, yo vengo por su pala — agrega tajante–.  La mía la tiene mi nieto. Ya lo puse a cavar el pozo.  ¿Me la presta?  Después él se la devuelve. Así aprovecho y le  trasplanto las dalias, antes de irme.

      Quiero cerciorarme de que el trabajo se haga según lo convenido y, por eso, dejo a Julio esperando. Camino hacia donde está el muchacho. El sitio elegido es el adecuado. Más allá de una pequeña pirca. Lo observo sin interrumpirlo. Está transpirado. Su pecho, desnudo. «¡Todo un hombre!», pienso mientras percibo el tatuaje pintado en su brazo derecho. Se nota que es nuevito.

    Vuelvo y camino hacia la galería. Estoy por hacerle una broma a Julio, pero desisto. Entro a la casa, busco mi pala de un rincón de la cocina, salgo y se la entrego.

      Un rato después, cuando Julio se va, camino hacia adentro y subo las escaleras. Saco del ropero del dormitorio el revólver de Guillermo. Lo conozco de memoria. Las cosas han cambiado mucho y la inseguridad va en aumento. Apenas empezamos a construir, tomé un curso de tiro, aunque mi marido no quería. Al terminarlo, me felicitaron. Tengo facilidad con las armas y de vez en cuando practico. No quiero renunciar a este lugar donde me siento verdaderamente yo. Solamente aquí me encuentro conmigo.

      Vuelvo a recordar la conversación con mi parquero. «Podrían ser lugareños», –dijo.  No. No lo creo. Lo mismo no me siento tranquila. Cargo el revólver, por las dudas. Lo dejo sobre mi mesa de luz, a mi derecha. Si pretenden robarme seguramente esperarán la noche. Sí. Durante el día, difícil que se atrevan. ¿Qué sentido tendría? Quedarían mucho más expuestos. Por eso está bien el arma aquí, a un paso de mi cama.

       Ya está. SI esos hijos de puta se mandan, se las tendrán que ver no solo conmigo. Seguro que Guillermo, desde donde esté, también les hará frente.

        Bajo y almuerzo. Durante la tarde  me dedico a preparar conservas.

       A la noche viene viento. Parece mentira, pero se me fue volando el día. Con la preocupación de protegerme y el pensamiento en los ladrones, no me di cuenta: trabé todas las puertas, pero olvidé una. La puerta-ventana quedó medio abierta durante un rato largo de la tarde.

      Antes de subir al dormitorio, dejo la cocina arreglada porque no hay cosa que me moleste más que despertarme y hacerme un té en medio del desorden.

      Me acuesto. Como siempre, leo. Me gustan los cuentos y, si son extraños y oscuros, mejor. ¡Curiosa manera la mía, de darme coraje! El de hoy, una historia de Samanta Schweblin. Es de un perro que no acaba de morir, que queda agonizando. Un aprendiz de sicario debe matarlo a palazos para demostrar su ferocidad. Pero no lo consigue de entrada porque duda. Por eso el animal tarda en morir y por eso mismo, los criminales no lo contratan.

            Apago la luz. Tardo en dormirme mientras pienso en el perro. Cuando el sueño se pega a mi piel y se apropia de mi conciencia, siento deslizarse sobre mí algo sibilino, frío, escamoso; algo que se arrastra con sigilo.

      Quiero gritar, pero no puedo.  Mi voz me ahoga. Tiene vocación de aullido, pero se estanca en mi garganta. Alargo con dificultad un brazo. Al otro lo siento anudado. Mis manos crecen y se agrandan. Se vuelven garras y buscan apoderarse de la pala que me está acercando Guillermo. Pero un segundo antes de lograrlo, el ardor se instala en mi piel. ¡Muy cerca de mi cuello! Quema. Quema y se hace insoportable. Me va comiendo por dentro, tanto como mi soledad.

     «La puerta…», pienso. «Quedó abierta. Seguramente entró alguna víbora».

      El ardor se hace más penetrante y socava hasta llegar a mis entrañas… Me revuelvo. La debilidad me consume. La debilidad y el terror. Me duele la cabeza y siento ganas de vomitar. Me arrastro. Intento bajar la escalera para buscar el antídoto que está en el botiquín del baño. Es inútil. Apenas pongo un pie sobre el escalón más cercano, este se desmorona. Es de arena. El resto también. Todos los escalones se hunden y quedo en medio de un desierto.

     Estoy paralizada.  El escalofrío me cerca. Lo veo a Guillermo, lejos, demasiado lejos. Y mucho más a mi alcance veo al perro, que no muere, que agoniza eternamente. A su lado, los ladrones.

    Un destello de luz se entromete en mi sueño. Es mínima, pero me aguijonea y me despierta.

    Me siento en la cama. Estoy transpirada, exhausta y con una sensación de asfixia. Sin embargo toco mi cuello, mi cara… No hay ningún ardor. Ninguna picadura.

   Por instinto, manoteo a ciegas  el revólver y lo aprieto para infundirme valor. Espero con el cuerpo en alerta. Pasan unos minutos y recupero mis fuerzas. No me muevo. Solamente espero. Unos pasos amenazantes se arrastran con sigilo por la escalera y alcanzo a ver por la rendija de la puerta, una luz que se prende y se apaga. «Una linterna», pienso, y entiendo la luz del sueño. Los pasos están cada vez más cerca. Me preparo. Alguien abre la puerta. No dudo. El tiro hace blanco en su cuerpo.

    Me acerco. Está agonizando. En su brazo derecho, el ojo escarlata de una víbora me mira amenazante.

 

 

13 Respuestas

  1. Miguel Cabanne dice:

    Qué bueno que es leer algo que no podés dejar. Vi el entorno, sentí el temor y la soledad acompañada. No me importa si el final era predecible, porque disfruté todo el recorrido de la historia.

  2. Adriel dice:

    Me gustó. Me hizo desear llegar al final para saber como se resolvía.

  3. Muy bueno
    Con ritmo y bien secuenciado. Me fui deslizando entre los recuerdos, la soledad y el miedo hasta un final,para mi imprevisto. Felicitaciones Ángela

  4. Ángela Pelaez dice:

    Gracias por los comentarios. Son muy generosos.

  5. Viviana dice:

    ¡Muy tenso este Aviso! Felicitaciones.

  6. carlos peludero dice:

    Me pareció bueno y con ritmo. Al contrario de Graciela no me parece que el final fuera predecible, en realidad podría haber varios finales alternativos.

  7. Guillermo dice:

    Excelente el manejo de la tensión. Quizás el final es un poco lineal.

  8. Graciela dice:

    Muy bueno, me gustó mucho la ambientación y la intriga. El miedo inculcado. El final, un tanto predecible.

  9. Maria Teresa Nannini dice:

    ¡Muy bueno! Me encantó la parte entre la duermevela , el sueño y la realidad. ¡Chapeau!

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