ALERTA EN LA ZONA COSTERA

            El cielo estaba despejado, apenas unos cúmulos blancos se insinuaban entre la bruma del horizonte. Con mi esposa y mi hija de tres años bajamos a la playa, cargados, como siempre, con: sombrilla, reposeras, baldecitos, el bolso de la ropa y el de la comida. ¡Toda una mudanza! Ni bien nos instalamos Betina desapareció. Como cada tarde, salió corriendo para juntarse con otros chicos de su edad. Se manejaba con gran libertad. Seguro que volvería cuando pasara el vendedor de helados.

            Mi mujer disfrutaba del agua y yo de la lectura, sin advertir el avance de la tormenta.

            La lluvia comenzó de golpe. Tres o cuatro gotas grandes, un trueno que estremeció la tierra y la cortina de agua se desplomó sobre la playa.  Al igual que todo el mundo, comencé apresurado a juntar las cosas. Mi mujer  vino corriendo desde el mar.

            — ¿Betina no está con vos? —preguntó alarmada.

            La miré desconcertado. De inmediato buscamos entre la multitud que corría hacia sus casas. Comenzamos a gritar mientras caminábamos cargados con los bártulos. No se veía a nadie por ningún lado. El agua golpeaba furiosa contra nuestros cuerpos. Nada importaba en ese momento más que encontrar a nuestra hija. Las nubes negras del cielo me oscurecían el alma. Miraba ansioso en todos los rincones donde pudiera haberse guarecido de la lluvia, pero nada. Nadie la había visto. Ni los bañeros, ni los encargados de las carpas, ni los vendedores ambulantes que se agolpaban bajo los pocos aleros de los quioscos.  Nos dirigimos al chalet donde nos alojábamos, dispuestos a dejar las cosas e ir a hacer la denuncia. Mi mujer, con la cara desencajada, me miraba haciéndome responsable de la situación. Mientras avanzábamos en medio del torrente que bajaba hacia el mar, continuábamos llamándola a gritos y mirando en todas direcciones. ¡Estábamos desesperados! La angustia comenzaba a acongojarnos cuando subíamos los escalones del jardín.

             Betina nos esperaba en la galería, a cubierto de la lluvia, jugando con su muñeca, muy sonriente y contenta.

            — ¡Hija! ¿Cómo llegaste hasta acá?

            —Me trajo la abuela Amanda.

            —No puede ser —dijo mi mujer mientras la abrazaba llorando.

            —Sí, mami. Yo me perdí en la playa porque había mucha gente y me puse a llorar. Entonces vino la abuela, me agarró de la mano y me trajo para acá. Llegamos justo antes de que empezara a llover. Me dijo que no tuviera miedo de los truenos, que no hacen nada. Jugó un rato conmigo y me peinó.

            Nos miramos intrigados. Nos sentíamos exhaustos, derrotados y felices al mismo tiempo. Realmente la nena tenía una hermosa trenza cocida, recién hecha. Pero mi madre, hacía seis meses que había fallecido.

7 Respuestas

  1. Vicente Padilla dice:

    Muy ingenioso! Me dejó el trasero lleno de preguntas. Felicitaciones Miguel!

  2. Ernesto Aloy dice:

    Me gustó mucho nuevamente felicitaciones

  3. Noelia Manuel dice:

    Me gustó mucho. siempre es difícil hacer hablar a un niño porque es un “lenguaje” ajeno al nuestro. 🙂

  4. Noelia Manuel dice:

    Me gustó mucho. Siempre es difícil hacer hablar a un niño, porq

  5. Zippo dice:

    Inesperado final. qué misterio! En lugar de un amigo invisible, la nena, habrá creado una abuela invisible???

  6. Andrea dice:

    Me sorprendió el final, muy interesante, muy buen relato,

  7. Gusti F dice:

    me gusto el final de la historia

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