QUÉ HICE TODO ESTE TIEMPO

Me sorprende la pregunta, porque es mía. Me sorprende porque hoy vino de fuera, de alguien a quien no conozco y que me interpela desde una pantalla.

Me zambullo en ella; y repaso lo que hice todo este tiempo.

Hoy viajé. Dentro de la cápsula espacial en que me instalo tantos días y tantas horas y con la que recorro el universo visitando galaxias. Antes de partir, estudié la hoja de ruta meticulosamente y controlé el instrumental de la nave. Tendría que tener cuidado porque el recorrido era intrincado y muy extenso.

A cientos de años luz de la Tierra, descubrí la primera galaxia que me marcaba el itinerario. Era gris; de esos grises planos, sin vida. Ya la conocía de otros viajes, pero no podía comprender por qué lentamente se iba apagando, volviéndose cada vez más y más opaca. Entré, y al acercarme al centro, un poco oculta por polvo estelar también gris, la vi. Una joven mujer, el alma de la galaxia, encerrada dentro de una burbuja transparente que giraba meciéndola con suavidad. La miré; y ella, me mostró su miedo. Entonces le pregunté por qué estaba ahí. No me respondió, pero volvió a mirarme con infinita tristeza. Entonces comprendí que, allí dentro de la burbuja, se sentía protegida de los meteoritos y las estrellas que colapsan y los agujeros negros y tanto peligro acechando… También comprendí que no se daba cuenta de que, de tan encerrada, se iba apagando.  No supe qué decirle, porque a veces también a mí me gustaría encerrarme en una burbuja para sentirme otra vez acunada y, dejando fuera los peligros, olvidarme de todo. La voy a visitar nuevamente y, si quiere, la invitaré a subir a mi nave, para que conozca otros mundos… sin prometerle nada, compartiendo mi deseo y mi miedo. Volví a mirarla y me sonrió.

Dejé la galaxia gris y después de un giro de noventa grados y otros cientos de años luz de recorrido, llegué a mi segunda parada. Ante mi vista aparecía otra galaxia de color indefinido. A esta no la había visitado nunca. Me pareció árida y poco hospitalaria. Para acercarme al centro, tenía que atravesar las capas exteriores que resultaron, como lo dejaba suponer su aspecto, densas y rígidas, frías, ásperas. Iban sacudiendo la nave, golpeándola con dureza por momentos. El temor me recorría todo el cuerpo, tenso por el esfuerzo de pilotear en semejantes condiciones.

 Por fin el centro de la galaxia apareció ante mí y me sorprendió de manera indescriptible: ¡qué cálidos y bellos los colores que allí flotaban! Blandos también. Entonces, en un segundo, comprendí por qué la galaxia áspera era así: tenía que proteger ese interior tan fascinante y hermoso de la potencial agresión de los viajeros del espacio… Contemplé largo rato la belleza de su interior, abrevando de la bondad que emanaba. Me entristeció darme cuenta de que el precio que pagaba para cuidarse, era también (como el de la galaxia gris), muy alto, porque no todos se animarían como yo, a atravesar su aspereza y frialdad, y quedaría sola, sin nadie que disfrutara de su hermosura buena. Claro que quizás, con semejante escudo, nadie le haría daño tampoco…Ya estaba por irme, cuando me dijo:

 -No te vayas, estoy sola. ¿No te das cuenta?

Y permanecí largo rato haciéndole compañía. Me apenó irme, por dejarla y por alejarme de la bondad de su interior, pero le prometí visitarla de nuevo y quedarme un rato más en su nube de colores cálidos. Eso sí: le conté también lo que había pensado y le expliqué que era muy difícil atravesar las densas capas que la rodeaban; que daba mucho trabajo y un poco de miedo acercarse; que muchos, aun deseando conocerla y acompañarla, no se animarían… Le dije también que había viajeros buenos, que disfrutarían, como yo lo hice, de su presencia amable, sin negarle, claro, que también existían aquellos a quienes ella temía: yo los había conocido. Se quedó pensando…

Mi viaje continuó, hacia la tercera y última parada que indicaba mi hoja de ruta para ese día: una pequeña galaxia rota. Muy extraña. La conocía también de otros recorridos y siempre me causaba la misma sensación de angustia y desconcierto: ¿Con qué me encontraría esta vez? A veces estaba huidiza, otras temerosa y muchas, furiosa como un volcán. Dentro de ella flotaban objetos indescriptibles, indefinidos; fragmentos de cosas antiguas, despedazadas. O sonidos extraños. A veces también relámpagos y profundos abismos. Hablaba, pero yo no entendía. Es más: me puse a estudiar lenguas de galaxias rotas… Pero mis esfuerzos, hasta este día, habían resultado infructuosos.

Un poco desalentada, aunque muy atenta, me acerqué a su centro, maniobrando suavemente mi nave para no asustarla. Y de pronto, vi que flotaban en su interior mezcladas con todo lo demás, fotos. ¡Sí! ¡Fotografías! No lo podía creer. Entonces me habló y por primera vez le entendí: me dijo que me estaba esperando para pedirme un favor. Me explicó que esas fotografías, todas desordenadas, eran momentos de su historia: (las galaxias, claro, también tienen historia). Necesitaba que yo le ordenara las fotos, que eso la ayudaría a unir sus partes. No entendí cómo iba a suceder eso, pero sin preguntar, me puse con mucha dedicación a hacer lo que me había pedido. Me embargaba la emoción de saber que me había esperado y de que había podido entenderla… Eran cientos de fotografías… De distintos tamaños y colores; algunas en blanco y negro, otras en sepia de tan antiguas… Pasó mucho tiempo y no pude terminar porque estaba anocheciendo y tenía que regresar. Hubiera querido abrazarla para que se quedara tranquila, porque yo sabía, muy dentro de mí, que esas explosiones volcánicas, eran de angustia, de terror y de soledad. Le dije que tenía que partir y que volvería en mi próximo recorrido a visitarla y terminar con la tarea que me había pedido. Miró las fotos acomodadas y sonrió. Creo que sintió en su corazón de galaxia que ella era importante para mí. Su sonrisa me dio paz; subí nuevamente a mi nave y volví a mi consultorio.

Eso hice todo este tiempo.

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