Cerrando Circulos

          Desde que su hermana de crianza le confirmara que era adoptada y le diera unos mínimos datos, no había dejado de buscar. Indagó en la familia, en bases de datos, en la maternidad, en organizaciones polacas.  Pero nada. Hacía poco menos de dos meses que había leído en una revista una nota escrita sobre una fundación “Por la identidad biológica”. Escribió, y amablemente le contestaron que no había información. Siempre la misma respuesta. Solo sabía que había nacido en la Maternidad de la Sardá, que era hija de un matrimonio de polacos con muchos hijos, que el padre era alcohólico y que vivían en la zona sur de Buenos Aires. Era algo, pero no alcanzaba.

         Se preguntó mil veces para que quería encontrar a su madre biológica, porque su búsqueda apuntaba a ella. Después de todo, si la había abandonado,  no valía la pena buscarla. Ella no sabía para que la buscaba, o que haría si la encontraba, pero necesitaba cerrar su historia, o abrirla.., saber quién era. Necesitaba cerrar el círculo para dejar de dar vueltas.

Luego del primer mail a la fundación, se siguió comunicando. Esta vez la invitaban a reunirse con ellos en Córdoba. Estarían el próximo miércoles en la oficina de derechos humanos del Cabildo. ¡Un miércoles! Ese día trabajaba hasta las veinte en el consultorio. La cita era a las diecisiete. ¡A la mierda con los pacientes!

     -Suspendé los turnos después de las diecisiete, tengo que hacer un trámite- le dijo a la secretaria.

           En el Cabildo se encontró con siete u ocho personas, entre visitantes y el grupo de porteños de la fundación.Espontáneamente cada uno contó que buscaba: padres, hermanos, hijos.

-¿No fuiste a hablar con Mercedes? – le preguntó María Rosa que parecía presidir la fundación

¿Quién es Mercedes? – respondió Marisel

-Es una piba que trabaja en el registro civil de la calle Uruguay en Buenos Aires. Tienen una base de datos muy grande. Si la encontrás cruzada, ándate. Pero si está de buen humor te puede ayudar mucho-

  La encontró  radiante como una flor en primavera. Marisel le resumió como pudo su historia. Mercedes le explicó que ella cotejaba el libro de nacimientos de la Sardá, con el listado de nacimientos del Registro Civil. Tenían que coincidir. Solo quince días habían pasado, y acá tenía lo que buscaba. En el mail estaba escaneada la hoja  del acta de nacimiento con  los datos de sus padres y sus hermanos. También le recomendaba los pasos a seguir: contacto telefónico, encuentro, observación de rasgos físicos, concordancias de historias, ADN. Que fácil  lo decía ella.

        El mail decía con claridad: Marianna Renata Zcsiesky, hija de Dariusz  Zcsiesky y Teodozja Tecksuk. Cuarenta años tratando de saber  quién era y ahora en segundos la identidad la abofeteaba sin anestesia. Esa era ella: Marianna Renata Zcsiesky. Necesitaba repetirlo. Hasta ahora había sido Marisel Rocío Becar. Cuando hizo la comparación recordó las palabras de Mercedes:

-¿Por qué te llamas Marisel Rocío?

-No tengo ni idea, creo que a mi mamá le gustaba Miriam, pero mi papá quiso ponerme Marisel  porque tenía una sobrina con ese nombre. Y el Rocío, no tengo idea- respondió Marisel

-Averigualo- sentenció Mercedes

-¿Pero qué importancia tiene eso?-

-En la mayoría de las adopciones, legales o ilegales, se trata de respetar las iniciales de los nombres- le aclaró Mercedes.

        Imágenes, palabras guardadas, fantasías, voces, recuerdos iban circulando caóticamente en su mente sin poder encajar en ningún lugar. ¿Quién era? ¿Con que se encontraría? Toda su vida  había imaginado un rostro, fantaseado nombres. Había inventado historias que llenen ese hueco del pasado. Había buscado una madre en cada mirada. Escrutaba cada rostro ario pensando “podría ser ella”. Y ahora estaba cerca.

       Las indicaciones de Mercedes eran claras, pero ella no podía arrancar. Llamar a un desconocido y decirle “soy tu hija”, “soy tu hermana”. No, la enviarían al Borda. Juntó coraje para empezar.

De su madre no había paradero conocido, del padre tampoco. Había datos de los cuatro hermanos y una tía materna. Tímidamente comenzó por llamar a una hermana.

 

 

 

-No, no vive más acá- se escuchó del otro lado de la línea.

      Marisel suspiró aliviada. Quería y no quería. O quería y no podía. O quería y tenía miedo. Que falta le hacía un abrazo, un  hombro, un aliento. Pero estaba sola. Juntó coraje nuevamente y siguió intentando. No logró comunicarse con ninguno de sus hermanos. Estaba perdiendo la esperanza. El aire parecía estar lleno de mariposas que le anulaban los sentidos. Las ideas pugnaban por escapar de su cabeza. Su corazón alocado galopaba al ritmo de las llamadas.

-¿Quién habla? – se escuchó esta vez  en el tubo.

-¿Es usted familiar de Teodozja Tecksuk? Preguntó Marisel

-¿Quién habla? Insistió la mujer del otro lado

“Que quilombo, como le explico” pensó Marisel.

-Mire, usted no me conoce, yo necesito saber si usted es familiar de Teodozja Tecksuk, porque yo creo que podría ser familiar mío.

“Familiar”, ni madre, ni mamá pudo salir en ese instante. Porque no se lo creía. O porque la tal Teodozja no se lo merecía.

-Soy la hermana, ¿Qué quiere?

     Quiso contestar, pero los músculos no le obedecieron, de su boca salían gritos de silencio que iban saboreando el salado de las lágrimas.  Y se sintió llena, y vacía. Angustiada y feliz. El aire se resistía a entrar a su cuerpo. Se sentó. Sus piernas amenaban con no sostenerla.

      –  Necesito saber si ella tuvo una hija hace cuarenta años y la dio en adopción- dijo Marisel.

      –  Yo no sé nada de ella desde hace veinte años, no sé dónde está. ¿Para que la buscas, que querés?-Manifestó en un tono agresivo.

       – No quiero nada, solo saber si podría ser mi madre, necesito saber quién soy, conocer mi historia- la tranquilizó Marisel

      -Mirá, tuvo una vida difícil, no tenían recursos para tantos hijos, tu papá era alcohólico, la mejor opción fue darte. ¿Vos viviste bien hasta ahora?- le preguntó la flamante tía

-Sí- le dijo Marisel- No iba  a contarle ahora sus dificultades.

           La tensión en la conversación fue cediendo, y paulatinamente le fue contando detalles de la familia que Marisel no llegaba a asimilar. La cabeza a punto de explotar. Se repetía “Soy Marianna”. Todavía no podía pronunciar ese apellido. La contactaría con una de sus hermanas.

 

 

 

Una semana después estaba en Buenos Aires. Se encontraron en una café. Era su hermana mayor: Silvia. Los mismos ojos, el mismo color de cabello, el mismo timbre de voz. No necesitaba un ADN. No pudo hablar. Su hermana inició el diálogo.

-No sé cómo fue tu vida hasta ahora, pero cuando yo te cuente la historia de esta familia, vas a agradecer que te hayan dado en adopción.

Marianna suspiró, exhaló profundamente. Expulso en el aire  caminos recorridos. Unió los extremos del círculo y comenzó a garabatear otra figura.

 

7 Respuestas

  1. Melisa Alexandra dice:

    Me gustó la idea, pero esperaba un giro algo más revelador. La historia negra de la familia biológica de la protagonista sería un buen relato para explotar.

  2. Uy, Adri, lo siento mucho. Eso te pasa por andar de noche en el Cerro. Ahora tengo muchas sospechas de lo que estabas haciendo.

  3. No puedo ir hoy Ger. Me esguince un tobillo anoc he

  4. Angie dice:

    Muy interesante el tema. Me gustó la lucha interior de la protagonista. Revisaría el final.

  5. Muy atrapante, me sorprendió el final, incluso lo encontré un poco brusco.

  6. Fernanda dice:

    Lo lei sin parar, atrapada por conocer el dersenlace. Me gusto.

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