Vengan Santos en mi ayuda

“Vengan Santos milagrosos vengan todos en mi ayuda”.

Martín Fierro

«Por favor, San Camilo, ayudalo al tío Eufrasio, liberalo del dolor y dale paz a su alma. El miércoles, cuando fui a verlo, le conté de mis preocupaciones. Últimamente la santería ya no está trabajando como antes. No sé qué pasa en este pueblo. O todos están demasiado felices o se están volviendo un poco ateos. “Agnósticos”, como les dicen. El otro día lo conversaba con el curita. El chiquillo nuevo, ese que vino a reemplazar al Padre José. El Padre José sí sabía orientar a su rebaño de fieles. No solo los mandaba a rezar de veinte a cien padrenuestros, dependiendo del pecado; sino que les sugería que compraran un santito y algún par de velas. Después, muy de vez en cuando, pasaba por acá, por si acaso… no era abusivo, simplemente venía a recoger su regalo y yo le tenía algún vinito. Pero este curita, no. Todo el tiempo nos habla de que somos responsables de nuestros actos, de que debemos trabajar y ayudar a los demás, de que defendamos nuestros derechos y no aguantemos las injusticias. Está bien. ¿Pero qué lugar les deja a los Santos? Si el destino influye tan poco, ¿cómo se va a manifestar la presencia divina? En fin. Lo cierto es que la gente joven ni se acerca a mi Santería. Y los viejos se van muriendo… ¡Pensar que yo tenía la ilusión de agrandarla!», reflexiona, mientras su mirada decepcionada busca un lugar vacío donde aposentarse, entre tanto Santo que la rodea.

«Ayer, cuando Doña Esther se llevó un San Cayetano, aproveché para ubicar al otro que quedaba, y lo dejé mirándome de frente. Ya que trae trabajo y abundancia, me pongo primerita en la cola. Que me vea bien y escuche mis oraciones. Doña Esther dice que a ella le está fallando: su hijo no consigue trabajo en el tambo. Últimamente, desde que se perdieron muchos animales por las inundaciones y cerró la fábrica de quesos, un montón de gente quedó en la calle. Lo que pasa, le decía yo, es que ya no da más el pobre… A San Cayetano lo invocan todo el día, las veinticuatro horas y así no hay espíritu que aguante».

Respira hondo como para ayudar al Santo a recuperarse de tanto pedido, y de paso se da vuelta y ruega en voz alta, buscando la mirada de San Expedito.

«Que no sufra tío Eufrasio… ¡Tan bueno el pobrecito! No se merece semejante enfermedad».

En ese momento, la llegada de un cliente atrapa su atención.

—¿Cómo le va, don Luis? ¿Que si tengo un San Antonio? Por supuesto, pero, perdóneme, la Julita, ¿no estaba de novia con el Tomás de don Enrique? ¿Que se dejaron? ¡Mire, usted!… ¡Después de tantos años!… Así que resultó un sinvergüenza. Mujeriego como el solo. No se preocupe, San Antonio sabe hacer las cosas… eso sí, póngamelo con la cabeza para abajo. Así le cumple y le trae un buen amor a la Julita. Bueno, don Luis, hasta luego. Mis saludos a la Porota.

Lo sigue con la mirada y cuando siente que la puerta se cierra, sus ojos se vuelven hacia el reloj de madera colgado, desde quién sabe cuando, en la pared descascarada de la santería que heredó de su padre.

—Ya es casi la hora de cerrar— se dice, y le hace un guiño a San Pantaleón—. ¡Un 29 más! ¿Viste, Panta? ¡Yo siempre te soy leal! Deberías agradecerme por los ñoquis de hoy. Estaban ricos, ¿no? Te cuento que anoche, para ayudarte, le puse un billete al elefantito del mostrador. ¿Qué es esa truchita que me hacés? No es que yo crea mucho en él, que para eso los tengo a ustedes, a mis santos, pero… no está mal reforzar…

Busca la llave del cajón del mostrador y levanta la vista. Observa una figura que se acerca y exclama para sí misma:

—¡Uy! ¡Ya viene esa fastidiosa! ¿Qué querrá ahora? Si sabe que yo cierro a las siete de la tarde. —Pero lo mismo decide atenderla. No es cuestión de perderse una venta. —Ya va, Elbita, ya va. — Apenas la mujer entra, ella se da cuenta de que algo grave ha sucedido. —¡¿Qué?! Pero si estaba reaccionando bien. ¡Pobre tío Eufrasio! ¿Y cómo fue? ¿Quién estaba con él? ¿Que tengo que ir el jueves que viene a lo de la escribanía? ¿Y por qué?… Pero yo no sabía que había testado a favor mío. ¡Te lo juro! Bueno, Elbita, cierro el negocio y me voy al velorio. Después seguimos charlando.

Baja la cortina de la santería y apesadumbrada, se da vuelta. Los mira con sentimiento.– ¡Ay santitos! Está bien, yo les pedí ayuda. ¡Pero no a costa del pobre Tío Eufrasio!

Acerca de Ángela Pelaez
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8 Respuestas

  1. Muy interesante el tema y original. Me confundí un poco porque al comienzo me pareció que narraba la mujer, pero luego aparece el verdadero narrador. Pienso que es un narrador omnisciente pues sabe lo que piensa y siente la protagonista. Así me cerraría el cuento. Dejando esto de lado describe una situación que hoy se da, creo, en la mayoría de las comunidades, la gente mayor con su cura de penitencias y rezos y los curas jóvenes con el compromiso personal hacia los demás y la caridad. Excelente.

  2. Guillermo dice:

    Linda pintura, y no le mezquine al elefantito que siempre hay que reforzar.

  3. carlos dice:

    me gustó, con un final apropiado.

  4. Lorena dice:

    Me pareció realista y a la vez ocurrente. Claro y a la vez ágil.

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