TANGUERA

Eva cerró la puerta. Del otro lado quedaba el mundo, del que sólo se sentía parte mientras bailaba tango. El resto del día, lo vivía ajena a todo, como si la demostración de cualquier sentimiento terminara con el último chan chan.
Sus tacos aguja ya dormían bajo la mesa, bien guardados en su caja de cartón. Ella, tirada en el catre, pitaba el último faso del día y en la radio sonaba Gardel. Era una de esas noches en que su corazón le dolía. Eva mordía sus labios y la primera lágrima rodaba en silencio hasta el lóbulo de la oreja y de allí al cuello como una caricia. Quizás ese mimo tibio es lo que alimenta el morboso deseo de los solitarios. Capaces de cerrar la puerta a cualquiera para llorar solos su soledad. Eva lloraba en silencio. Desde que se había mudado a ese cuchitril, había aprendido a hacerlo sin hacer ruido. Así el inquilino de al lado no tiraba ningún zapato contra la pared.
De chica había soñado con ser tanguera. Y ser parte del cuerpo de baile en el Tabaris de la calle Corrientes fue para ella como tocar el cielo. Aunque la guita sólo alcanzara para un cuartito de conventillo y a pesar de que dedicarse a eso no era bien visto por la sociedad.
Anduvo un tiempo con un morocho de Barracas que la había dejado por otra. Nunca se quejó. Ella sabía que su forma de ser la alejaba de cualquiera. En realidad no sé si lo sabía, todo caso, se lo había creído después de oír tantas veces “por algo estará sola”, como una sentencia de los que se creen con derecho a opinar de los demás.
Cuando cesaba el llanto, Eva se abstraía mirando la mancha mohosa que nacía en los pies de su cama y se extendía hasta el techo. Cambiaba de color con el tiempo. Igual que la virgencita que el susodicho que la hizo cornuda, le había traído de Mar del Plata y de la que no se había deshecho por considerarla una especie de trofeo, ganado con mucho esfuerzo cuando dejó de lado sus pensamientos y se dejó llevar por el placer. Duró poco, pero como Eva sufría su soledad pero no era ni depresiva ni pesimista, recordaba la experiencia con una sonrisa.
De pronto oyó un llanto que no era suyo y un golpe que no era el de ningún zapato contra ninguna pared.
Abrió la puerta. Sólo encontró una caja de cartón. En la radio sonaba Gardel. Eva sacó de la caja al que desde entonces llamó Carlitos y con el niño en brazos empezó a bailar.

8 Respuestas

  1. Cecilia Martinez Rapalo dice:

    Muy dulce que haya bailado con el bebé en brazos. Alguien que a pesar de todo celebra la vida.Admiro que en tan pocas palabras hayas podido expresar tanto.MUY BIEN!

  2. ISABEL SALAS MEYER dice:

    Me gustó el final.Muy bueno,con un final feliz y un cuento corto pero muy bueno

  3. noe dice:

    Que grato a sido leer este relato

  4. Cecilia Mirolo dice:

    GRACIAS POR LOS COMENTARIOS! son muy útiles para mi. Estuve intentando poner algo de ritmo y palabras
    tangueras, les cuento que, como me ocurre siempre con textos que me gustan, están mutando rápidamente en busca de la mejor versión. Así que si se les ocurre algo para agregar o quitar, estamos a tiempo…

  5. Angie dice:

    Me encantó. Qué bueno una historia de tango con final feliz. El ritmo que tiene el relato, las resonancias de época y un final sorprendente, logrado en dos renglones, entregan al lector un hermoso regalo. Gracias, Cecilia.

  6. Karina dice:

    Con un par de renglones me ubiqué en la época y el lugar, muy bueno eso. Y me gustó que me sorprenda al final.

  7. elva dice:

    Muy bueno . y con ritmo de tango . Me gusto desde que lo escuche en la voz de la autora

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