Sueños

La alarma comenzó a sonar a las seis a.m. tal como lo hacía los 365 días del año. El zumbido, en una nota alta y volumen exacerbado, se alternaba con silencios de pocos segundos. Las luces se encendieron automáticamente revelando la diminuta habitación dónde una cama, una pequeña mesa con una silla, y un inodoro con un lavatorio al lado, eran todo el decorado.
Luego vino la voz.
“Es hora de levantarse, ciudadano 120,000,343. Su jornada de deberes dará comienzo en diez minutos”.
343 se levantó con gran esfuerzo, no había dormido durante la noche y se sentía agotado. Había estado soñando, pero no podía recordar qué. Estaba melancólico y eso lo atemorizaba. Sabía que los sueños existían, sólo que no eran normales en la población. Temía que los celadores lo reprendieran por ello.
Olvidando el episodio, apuró su aseo y salió de su pequeña habitación para reunirse con la marabunta de vecinos que bajaba al nivel de la acera donde serían recogidos por el transporte. El tren se acercó con una puntualidad increíble. Cada uno de ellos tenía un lugar asignado, y varios celadores se encargaron de que el orden se respete como era debido. En menos de cinco minutos, todos estaban sentados en su sitio, y la bestia metálica se disparó por los rieles subterráneos para repartir a cada uno de ellos a su destino asignado.
343 fue uno de los últimos en bajarse, su lugar de trabajo era uno de los más distantes. Aún estaba nervioso por el sueño olvidado, sabía que le traería problemas. Entró a su estación de trabajo en el departamento de control y seguridad, y sin pensarlo, accedió directamente a su cuenta.
Lo que hacía era ilegal, pero debía ocultar su sueño a toda costa. Sentía el peligro.
343 trabajaba detectando ese tipo de eventos, de modo que sabía que no escaparía al escrutinio de la seguridad.
Sin dudar, hackeó su chip de control implantado en su cerebro y desactivó la vigilancia. Instintivamente miró a su espalda para ver si alguien venía a buscarlo. Debía apresurarse. Estar totalmente desconectado activaría otro tipo de alarmas.
Rápidamente entró al dominio de uno de sus compañeros de labor y duplicó el registro de la noche anterior. Pero 343 no se limitó a ello y dejó la conexión con su compañero enlazada.
Nuevamente miró en todas direcciones en busca de los celadores, pero estos no aparecieron. Su treta había funcionado. Por primera vez en su vida, sentía algo que le quemaba sus entrañas. Era como un calor que crecía en su pecho y terminaba por envolverlo en una intoxicante sensación nunca antes vivida. Tenía miedo de ser descubierto, pero aún así se atrevía a vivir todas esas cosas.
Aquel día, 343 pasó su jornada de trabajo construyendo barreras que le permitiesen ocultar sus pasos en el futuro, y le puso tanto empeño, que utilizó la misma estrategia el resto del mes. Acceder a dicho sueño desde su terminal no era una opción, ya que al hacerlo, dejaría una copia que podría ser descubierta por los celadores. No podía arriesgarse a verlo, pero sí a esconderlo.
Gran parte de las barreras que 343 creó, fueron para ocultar el recurrente sueño. Y tras esconderlo en lo más recóndito de sí mismo, decidió borrar la forma de acceder a él, sabiendo que aquello significaba que nunca podría recordarlo.
Durante treinta días, 343 no fue 343, sino que fue un rejunte de experiencias de otros trabajadores. Para el estado, era uno más, sólo que en realidad no lo fue.
Durante un mes, él fue libre. Todos los días volvía a su torre habitacional. Aquella torre de descomunal tamaño creada de gris concreto, en donde se albergaba a miles y miles de ciudadanos, y sólo era una de las miles de torres de la ciudad. El gris de los metales y del concreto cubría todos los tonos visibles. Ni siquiera podían ver qué había más allá del techo de los edificios. Pero en su habitación, él era libre para sentir y pensar. Fue allí donde por primera vez en su vida lloró, rió, se emocionó, se enojó, se exitó… fue allí donde por primera vez en su vida… fue. Y eso lo hizo libre. Feliz.
Pero nada dura para siempre.
Al día cuarenta, un celador se le acercó a su puesto de trabajo.
-Ciudadano 120,000,343, se requiere su presencia -le dijo sin dejar lugar a réplica.
-Sí, señor -respondió el buscado sin inmutarse.
343 fue llevado a los niveles más bajos del edificio. Nunca había estado en aquel lugar, y de pronto un miedo feroz se apoderó de él. A medida que iban descendiendo, los sonidos típicos de su trabajo iban cambiando hasta convertirse en un silencio escalofriante. Cuando escuchó los primeros gritos, se dio cuenta dónde estaba. Aquella sección era donde los ciudadanos anómalos eran interrogados, sólo que nunca se imaginó algo como ello.
Los gritos de dolor que se filtraban desde las salas de interrogación simulaban un macabro coro que le auspiciaba un terrorífico final. Ya no tenía escapatoria.
El celador lo metió en una pequeña habitación en donde lo esperaban dos interrogadores. Estos lo sujetaron a una camilla metálica luego de desnudarlo y comenzaron con su trabajo.
-No existe ninguna razón por la cual usted no colabore con nosotros, 120,000,343 –la voz del interrogador era calmada-. Sabe perfectamente que no nos hace falta que hable, podemos descargarlo directamente de su cerebro.
Lo habían estado torturando durante horas, de modo que a esa altura, ellos sabían todo lo que había hecho. Sólo faltaba algo. Conocer su sueño.
-No… No… -balbuceó 343-. Eso me matará.
-Sí -respondió uno de los interrogadores-, pero usted ya no es útil a la sociedad. Físicamente se ha vuelto una carga.
“Si no colabora, no nos dejará más opción que extraerle el sueño.
-No lo puedo recordar -respondió entre sollozos el prisionero-, lo he ocultado incluso de mí mismo.
-Procede -le indicó el interrogador a su compañero.
Aquello fue lo último que 343 escuchó. La extracción lo lobotomizó, poniendo fin a su tormento.
El procedimiento escarbó en lo más profundo de 343, hasta llegar a lo más recóndito de su inconsciente. Al hacerlo, destruyeron las barreras creadas por él durante un mes. Pero aquello, aparentemente, había sido contemplado por 343.
Los mecanismos para ocultar su sueño, no sólo crearon un laberinto dentro de sí, sino que también liberó un virus que se infiltró en el sistema de control y rápidamente se distribuyó en la mente de todos los ciudadanos. Mientras 343 exhalaba su último aliento, más de 640 millones de personas tuvieron una visión, un sueño.
Su sueño.

4 Respuestas

  1. carlos dice:

    Me pareciò bueno y posible de que pueda suceder, aunque los mecanismos de control que descubrieron todo lo urdido debieron haber descubierto lo del virus.

  2. Daniel dice:

    Muy bueno, hay que conocer al ser humano y a la robótica, para que este cuento aparezca con tanta hilaridad y ese final, donde se evidencia que lo “desconocido” se denomina “virus” y otras veces “inconsciente” Felicitaciones.

  3. Ángela Peláez dice:

    Me pareció muy interesante. Excelente el remate. Te felicito.

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