SU CORAZÓN LO RECORDARÁ

La bebé sentada en la bañera tenía la carita sonrojada por el vapor. A su lado, de rodillas en el suelo, María Lina la acariciaba con una esponja suave. La conversación estaba muy interesante. La que prodigaba las caricias, preguntaba, contestaba y sonreía, iluminada por aquel diálogo en el idioma de la ternura. Su pequeña interlocutora se desarmaba en risas, chapoteos y monosílabos.

De pronto sonó el teléfono. María Lina tomó a Dulce en sus brazos y la cubrió con una toalla:

            —¡Bueno, mi amor, te prometo otro baño por la tarde! —le susurró al escuchar el llanto por el fin de la tertulia —. Hola—dijo cargando a la niña y tomando el auricular con dificultad.

            —¿María Lina?

            —Sí, soy yo—contestó mientras se movía para calmarla.

            —Buenos días, soy Angélica la asistente social del Centro.

            —Sí, Angélica, ¿cómo estás?

            —Muy bien. Ya tenemos la familia adoptiva para Dulce. Debes traerla mañana a las nueve.

            Dulce había intensificado su reclamo por el agua perfumada y el llanto podría sensibilizar hasta los tímpanos de un sordo. Ella la acunaba, le cantaba, buscaba conformarla con otra cosa, pero nada resultó y, fue contagioso. Ella también lloró.

            Al medio día volvieron del secundario las chicas y su madre les informó de la pronta partida de la bebé. No era la primera vez.  Dulce era la tercera que habían recibido a pocos días de nacer, y entregado antes del año. Así funcionan las familias de acogida. Su misión es darle al niño judicializado una contención familiar hasta que se resuelva su situación definitiva. En ese proceso, que puede durar meses o más de un año, si no es acogido por una familia, debe ir a un Instituto. Para María Lina no es lo mismo; por eso ama cuando se necesita y deja ir cuando corresponde.

            —No es fácil amar y dejar ir, mamá—le dijo una de sus hijas con lágrimas en los ojos y mirando a Dulce, que gateaba por el living.

            —Claro que no es fácil dejar ir, pero no se olviden que le dimos nuestro amor casi desde que nació, eso es lo que importa. Su corazón siempre lo recordará. Ahora otra familia la va amar como nosotros.

            —Siempre estará en mi corazón, como Luci y Nazarena—agregó otra de sus hijas.

            —Pero, me falta contarles algo más. —Las chicas la miraron sospechando—. Nos espera un varón de cinco años.

            A la mañana siguiente los brazos se abrieron para dar y quedaron abiertos para recibir. No fue del todo lo esperado. Julián estaba asustado, se retraía y los rechazaba:

            —¿Te gustan los perritos? —le preguntó Alfredo, el esposo de María Lina, que siempre la acompañaba; el niño asintió apenas—. Te invito a que elijamos uno, conozco un lugar en el que hay muchos cachorritos esperando su dueño. —allí Julián se animó a verlos.

Fue una buena idea, porque el resto del día y la noche las pocas palabras que Julián pronunció fueron para Coco, el cachorro Beagle.

            Y, esperando, de a poco se fueron dando las cosas: el jardín, nuevos horarios, otros programas en la televisión y los juegos de mesa por las noches. Pero lo más movilizador para toda la familia sucedió después de que Alfredo, llegara unos minutos antes del horario de salida y descubriera a Julián jugando al futbol en el patio del jardín. Su habilidad lo dejó pasmado. Cuando el niño, al salir, corrió a sus brazos, él le dijo:

—Te vi jugar, ¡sos un crak!

            —Un ¿qué?

            —Que jugas muy bien, ¿te gustaría ir a un club?

            —¡Sí, a San Lorenzo!

            —¡E y!, no. Por ahora podríamos empezar con uno más chico.

            Pero a él no sólo lo movía el amor a ese niño sino también el amor al futbol, así que preguntó, pidió, habló y llegó a San Lorenzo. La mañana del sábado, invitó a toda la familia a dar un paseo que terminó en la práctica de las inferiores, en el club que había soñado Julián.

Una nueva actividad convocaba a la familia todos los sábados y al mismo tiempo, sin que nadie supiera, una jugada   se planeaba en la mente y el corazón de Alfredo: adoptar a Julián. A pocos días de tener dibujada esa idea se la comunicó a su familia.

            —Va ser muy difícil, Alfredo, sabés cómo son las cosas—le dijo María Lina.

            En general, las familias de acogida no pueden adoptar; su función está muy clara en la ley, aunque, hay situaciones especiales y excepciones, y, conociendo eso alimentaron sus esperanzas.

Si alguien les hubiera anticipado el devenir de los acontecimientos, no lo hubiesen creído.

            Al llegar al Centro Comunitario del Gobierno de la Ciudad para iniciar los trámites se enteraron de la situación legal de Julián:  el Juzgado de Menores había resuelto le separación temporaria del niño de su familia biológica y esta, en ningún momento cedió sus derechos; por lo tanto, Julián no estaba esperando una adopción.

María Lina y Alfredo eran corazones acostumbrados a dar sin esperar, a latir con intensidad y a actuar con mesura, pero esta desilusión los destrozó. Y, como si hubiesen encendido una llama, al día siguiente los citaron para restituir el niño a sus padres.

            Enteros y con el corazón roto le hablaron a Julián:

            —Juli, mañana debemos llevarte con tus papis—le dijo María Lina.

El niño, de un salto, se estrechó en los brazos de Alfredo.

            —¿Puedo volver algún día?

            —Siempre te vamos a esperar. Vos sabés todo lo que te queremos.

            Lo vieron alejarse, con su bolso cargado de juguetes y Coco en los brazos. Lo vieron abrazar y reír, también lo vieron, cuando, en los brazos de su madre, giró y levantando su mano les dijo: «Adiós».

            Al llegar a la casa, Alfredo tomó el trofeo de futbol. «Te regalo mi primer trofeo, capitán», —recordó— y lo acomodó en su mesa de noche.

 María Lina recogió la última remera que había usado Julián, se la llevó al rostro, inspiró profundo y la metió en el lavarropa. De pronto sonó el teléfono:

            —Sí, soy yo. Sí, por supuesto. Como no. Mañana estaremos allí. Claro, a esa hora—su familia la miró y reconoció la luz en sus ojos—. Es un varón, nació ayer. 

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