Solo un cortado

Son las tres. Te desespera pensar que ya tendría que haber llegado. Imaginás que quizás se retrasó hablando con alguien o que se quedó unos minutos más en el puesto de revistas de afuera. «Es martes», te repetís. «No puede no venir. Tiene que venir». Deseás que venga, que entre por esa puerta. La ves entrar y se te hincha el pecho «¡Ahí esta! ¡Llegó por fin! ¡Qué linda está!». Te parece hermoso el nuevo corte de pelo que tiene y no conocés a nadie a quien le quede mejor un suéater celeste como ese. Hoy tiene cara de preocupada. Te angustia verla así. La seguís con la mirada y la ves sentarse en su mesa de siempre. Es tu turno de intentar sacarle una sonrisa.
«Solo un cortado», te dice, y ni te mira; ni vio el florero nuevo de camelias que le habías puesto en la mesa. Hay algo que la tiene intranquila, pensás. La ves agarrar la taza de café como con odio y tomarlo apretando fuerte los labios. La ves mirar al infinito e irse en esa mirada. Ya está por terminar su café y ni te miró. Tendrás que esperar al martes que viene.

 

***

 

Ella iba caminando lento, más lento que los otros días. Caminaba y, aunque miraba a los costados, no veía realmente nada de lo que estaba pasando a su alrededor. Esa era su última semana en el país y se sentía rara. Ya quería estar en Roma y alejarse de toda esa historia de mierda y tratar de empezar de nuevo, más fresca, más libre. Aunque en algún momento había pensado que sí, su nuevo corte de pelo no le había mejorado el ánimo. Y encima no le gustaba cómo le había quedado. Entró a la galería. Hoy ni siquiera podía disfrutar del intenso olor a café que le gustaba de ese barcito, ni del sol alumbrando su mesa preferida. Vio al mozo sonreírle desde lejos. Era el mismo de siempre. Hoy no tenía ganas de charlar, así que ni lo miró al pedirle el cortado. Ese mozo siempre le buscaba conversación. No lograba creer que su ex le hubiera dicho que no podía ir a la casa hasta el otro jueves. «¡Imbécil! ¡Ya sabía que ella viajaba antes! ¡Que se quede con todas las cosas! Peor para él, que va a tener que verlas todos los días», pensó. Tomó el café despacio, sintiendo al mismo tiempo odio y angustia con la situación. Se levantó y, sin despedirse de nada ni nadie, se fue de allí.

 

***

 

Estoy acá con los demás, todo apretado y un poco transpirado, esperando. Por suerte no falta tanto, ya estoy cerquita del molinete. El mozo de allá no para de mirar hacia la puerta, como si esperara algo. Entra una mujer y se altera un poco, tiene cara de tonto enamorado. No es para menos, la morocha está buenísima. El mozo le sonríe nervioso, pero ella no le devuelve la sonrisa. Está seria la morocha. Me caigo, me muelen y voy para esa máquina de vapor. Somos varios los que estamos hechos pedazos. Duele un poco, pero ¡qué aroma damos! Ahora nos disuelven con agua caliente y vamos a parar a una taza chica. Viene el mozo ese a buscarnos. Nos lleva en bandeja hasta la mesa de la morocha, que ni lo mira al dejarnos allí. Lo veo intentar un contacto visual con ella, pero ella no le da ni la hora. Está como enojada. El mozo se va. La mano flaca de la morocha nos agarra y nos lleva hasta los labios. La veo bien y de cerca está más buena aún. Pienso en lo celoso que está el mozo de mí en ese instante y me da una leve satisfacción, aunque ya vamos quedando menos en la taza y en cualquier momento es mi turno de irme en alguno de esos sorbos. Ya me toca, ella tiene los dientes apretados y se siente el calor en su boca. La veo apoyar la taza y buscar su cartera. Después, ya no veo nada más.

1 respuesta

  1. Leti dice:

    Me gustó mucho escuchar la opinión del grano de cafę, especialmente cuando no se sospecha que tan buena observación, provenga de él.

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