PUNTO FINAL

            El subte estaba —como siempre a esa hora— atestado de gente. Todavía no era el momento de mayor hacinamiento, pero faltaba poco. Al llegar a una estación miré hacia la puerta. Siempre lo hacía con la esperanza de ver que bajaba más gente que la que subía. Entonces lo vi salir. En un primer momento no estaba seguro de que fuera él, así que lo seguí con la mirada por el andén. Sí era, y cuando pasó cerca de la ventanilla donde yo estaba, él me vio y se quedó congelado. Las puertas se cerraron y el tren comenzó a marchar. Sergio hizo un ademán como de levantar una mano, como un saludo que no llegó a concretarse plenamente, porque el tren ya nos había distanciado. Yo me quedé con la cabeza girada hacia el hombro derecho sin poder enderezarla. Sucedió algo que no puedo poner en palabras, porque el cerebro tiene tanta velocidad para tocar los resortes internos, que se producen descargas simultáneas en la mente y en el cuerpo. El pasado se convierte en ahora, resuena con gran intensidad y luego desaparece. Tuve la sensación de que fue un agujero en el tiempo.

            Yo tenía trece años y era pupilo en un colegio de curas, allá en el sur. Me sentía como en una cárcel, pensando solo en sobrevivir hasta que se cumpliera la condena. Pero una tarde, cuando estaba solo en el dormitorio, lo vi entrar: iba con una horrible valija negra, leyendo los números de las camas.

            —¿Por qué estás acá? —me preguntó. Cosa rara, no sentí temor. Porque, cuando se me acercaba algún chico del colegio, no podía esperar otra cosa, más que una agresión o una burla. Así que siempre estaba a la defensiva. Pero esta vez percibí, que había algo distinto que me permitía confiar en él, así que no me puse la coraza. Solo dije la verdad.

            —No quería jugar a la pelota. Estoy podrido de que me griten y me puteen porque juego mal.

            —Soy Sergio —dijo estirándome la mano.

            —Hola, soy Aníbal —le contesté, apretándosela.

            Y desde entonces el colegio se volvió otro lugar. Porque Sergio jugaba muy bien al fútbol y pronto se transformó en el líder del grupo. Y como él me defendía, los otros dejaron de molestarme y  lo pasaba mucho mejor. Como compensación yo lo ayudaba con las tareas de matemática. Nos hicimos buenos amigos. De todos modos, seguía convencido de que yo no pertenecía a ese lugar, y solo esperaba el momento en que me pudiera ir.

            Un fin de semana Sergio no salió. Me contó que sus padres se iban de viaje por unos días y que él se quedaría en el colegio. Yo le mandé un mensaje a mi padre, para que no me viniera a buscar, lo que seguro le debía de haber alegrado, porque no sabía qué hacer conmigo los fines de semana en casa. Desde que mi mamá había muerto, él vivía como si fuera soltero, y yo le resultaba un estorbo. Ese domingo, después de misa, nos fuimos con Sergio al fondo del predio del colegio, por donde pasaba un arroyo. Estaba prohibido ir para ese lado, como casi todo lo que quisiéramos hacer. Así que no nos preocupaba mucho. Nos bañamos y jugamos en el agua, pero cuando salimos, y nos sentamos a secarnos sobre el pasto, yo estaba excitado y no podía disimularlo.

            —¿Se te paró? —me preguntó Sergio. Yo creo que me puse colorado porque sentí que me sofocaba—. Mostrameló —siguió diciendo, con total naturalidad, como si se tratara de un reloj nuevo o algo así. Yo no sabía qué hacer—. Dale, mostrameló y yo te muestro el mío —insistió. Me bajé la malla con mucha vergüenza. Todavía no había completado mi desarrollo. Mi vello era apenas  unos pelitos rubios. En las duchas había visto que mis compañeros estaban mucho más adelantados que yo, y me cargaban también por eso. El profesor de ciencias naturales nos había explicado cómo era el proceso de transformación y qué cosas debían sucedernos. Pero estar desnudos, así, en la intimidad, como estábamos ahora, era algo distinto. Me sentía totalmente vulnerable, como si mis pensamientos y todo lo que me pasaba por dentro quedara expuesto, sin poder evitarlo. Mi perturbación llegó al máximo cuando Sergio, con total descaro, me dijo:

            —¿Querés que nos hagamos la paja?

            —No —dije yo, un tanto violentado. Me levanté la malla y se me pasó inmediatamente la excitación. No comprendía cómo alguien podía tomar con naturalidad una cosa así, que para mí pertenecía a la intimidad más secreta y privada de las personas.

            Esa noche, cuando nos estábamos vistiendo para la cena, se acercó y me preguntó si lo que me dijo en el arroyo me había molestado. Le dije que no, que lo que pasó fue que no estaba acostumbrado a hablar de esas cosas, pero que no me molestó. A partir de ese día, tuve muchas fantasías con respecto a lo pudo haber ocurrido y lo que podría ocurrir en una próxima visita al arroyo. Nunca las compartí con nadie, por supuesto, y nunca volvimos allí.

            Cuando estaba por terminar el año, Sergio se fue del colegio. No supe por qué. Lo vi preparando la valija, pero estaba rodeado de otros compañeros y no me acerqué. Sentí de pronto un dolor en la boca del estómago y corrí hacia el patio trasero. Allí me escondí a llorar. Creo que fue la primera vez que lloré por amor. Después me di cuenta de que todos los llantos de mi vida, fueron por diversas formas de amor. Cuando me sentí calmado y con fuerzas suficientes, volví a despedirme. Él ya estaba con sus padres y el rector cerca de la puerta de salida. Fui directo y le estiré la mano, lo que, para mí, era una especie de demostración de desafecto, de simple cortesía. Entonces me pidió la dirección para escribirme —en esa época todavía la gente se comunicaba a través de cartas postales—. Le dije que no, que no era necesario que me escribiera. Pegué media vuelta y me fui. En primer lugar, porque no hubiera soportado más tiempo esa postura de impasividad y, en segundo lugar, para no darle explicaciones de mi determinación.

            ¿Para qué queremos la dirección de una persona a la que no vamos a ver más? Las primeras cartas cuentan un montón de novedades. Luego vienen las que contienen recuerdos. Las últimas son portadoras de la certeza de que ya no tenemos nada que decirnos. Es preferible guardar un recuerdo grande y potente de alguien que no volveremos a ver, y no ir achicándolo a lo largo del tiempo hasta que se convierta en un pequeño punto. Y de llegar a vemos algún día, doy por seguro que nos reconoceremos distantes y destruiremos esos pequeños puntos en el infinito. No, definitivamente preferí guardar dentro de mí a ese Sergio que siempre tendrá catorce años y siempre será mi primer amor.

            Bajé del subte en la estación que era mi destino y me quedé mirando hacia atrás el túnel negro y enorme de mi pasado. Pensé en esa mano que intentó levantarse para saludarme y sentí una enorme satisfacción. Cuando pisé la escalera mecánica de ascenso a la superficie, se me escaparon las primeras lágrimas.

19 Respuestas

  1. Paulo dice:

    Bellísimo relato.

  2. Leandro dice:

    Muy bueno y movilizador. Estoy seguro que a todos nos hizo acordar, de alguna forma, a nuestro primer amor el cual también quedó en el pasado. Felicitaciones!

  3. Angie dice:

    Me encantó tu cuento. La imagen del tren alejándolos es la de la vida misma que corre a una velocidad que va más allá de nuestro entendimiento. El primer encuentro con la sexualidad y el sentimiento amoroso se sienten verdaderos. El final me parece muy apropiado: ambos personajes han crecido y cada uno es parte de la historia del otro, del pasado. Felicitaciones.

  4. Susana Capobianco dice:

    Felicitaciones Miguel, me encantó. Muy movilizador. Un relato fiel de amores adolescentes. Liry

  5. Vicente Padilla dice:

    Muy fuerte la imagen del tren donde se reconocen en un breve instante. En pocas palabras logra crear el presentimiento de que algo importante ocurrió entre ambos. Luego el doloroso y casi inevitable final del primer amor adolescente. No sé si Aníbal habrá podido discurrir en esa rápida despedida acerca de lo que sucede con las cartas. Veo su alejamiento como visceral, lleno de pena y angustia, pero que excelente reflexión de lo que en realidad termina sucediendo. Me encantó, me emocionó y me dejó picando la intriga de qué hubiera pasado si se hubieran encontrado en la calle. Felicitaciones Miguel. Disfruto mucho de tu escritura.

  6. Sara dice:

    Muy linda historia, me conmovió mucho, te felicito Miguel.

  7. intihuasi dice:

    ME GUSTO. SIMPLE Y DIRECTO. AL IGUAL QUE OTROS TRABAJOS SE VE AL PROTAGONISTA TRATANDO DE HUIR DE ALGO PERO NUNCA TERMINA DE HACERLO. MUCHAS RETROSPECCIONES PRESENTES-

  8. Graciela Arónica dice:

    Me gustó la historia. Muy bien escrito. Rescato el final, muy bueno, queda abierto para que la historia de amor continúe, tal vez en otra publicación. ¡Felicitaciones! Una corrección: iba por:” venía” (porque entraba al dormitorio) con una horrible valija negra. Lo de las cartas postales a mi entender, está de más.

  9. Ernesto Aloy dice:

    Me emocioné mucho muy linda historia

  10. Alejandra Cabanne dice:

    Me gusto la historia de amor adolescente, el descubrimiento de las sensaciones sexsuales y me pego mucho la soledad de Aníbal en el colegio, la necesidad de protección y amparo al ser diferente. Hay aclaraciones q no me gustaron, las cartas y la del profesor de ciencias naturales.
    Pero me gusto mucho a pesar del sabor amargo q deja el relato. Te felicito!!

  11. Analia dice:

    Me gustó mucho tu cuento, desde el segundo en que se miran ya se deduce que hay una historia muy potente entre ellos. A mí particularmente me dio la sensación que la aclaración de que en esa época la gente se comunicaba por carta como que corta un poco la onda y sobra, porque se nota que es un adulto recordando el pasado, y se presume eso. Por otro lado, el pensamiento elaborado con respecto a la correspondencia me parece demasiado para ser que la situación era sorpresiva y contó con un segundo para responder si le daba su dirección o no… es decir, en un segundo y con una situación no esperada lo lógico sería responder más bien por impulso que por razonamiento. Es mi impresión… pero la historia en total se te mete adentro. Saludos.

    • Miguel Cabanne dice:

      Gracias a todos por sus comentarios. Creo que Chaly y Analía tienen razón. Podría decir que es un pensamiento adulto meditando sobre una acción espontánea de la adolescencia, pero sería una excusa. Seguiré aprendiendo gracias a todas las observaciones.

  12. Gustavo Silva dice:

    Miguel , como siempre sos un gran escritor en lo que respeta a anécdotas de vida . Me hubiera gustado leer o que escribas o relates como se conocieron después de muchísimos años . Muy lindo relato.

  13. María Teresa del Viso dice:

    Conmovedor!…me emocionó profundamente.La imagen del encuentro en el tren es muy potente.La reflexión sobre la dirección de una persona a la que no veremos más, me pareció sencillamente extraordinaria!.

  14. Un amor frustrado por vergüenza, inmadurez. Los argumentos que expone el protagonista para no darle su dirección me parece más de la persona que está en el tren que la de aquel adolescente

  15. Guillermo dice:

    Excelente el relato, el vocabulario es muy exacto. El final algo abrupto.

  16. Zippo dice:

    El final es conmovedor. Me lo imagino subiendo la escalera mecánica de la estación Plaza Miserere. Completamente aturdido. La adolescencia, quizás la etapa adónde los sentimientos sean más genuinos y más intensos. Qué decisión adulta tomó Aníbal al negarle su dirección. Yo en su lugar —a esa edad— se la hubiera dado y hubiera esperado tortuosamente las cartas de ese amor “prohibido”. Es una historia tristísima.

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