NO HAY DERECHO

En los confines del horizonte, estalla una bomba nuclear. Durante años y años, cada célula de cada ser vivo será deshecha por partículas invisibles que penetran todo… Sin que nadie pueda defenderse, sin refugio ni lugar en donde esconderse.

 

Camino distraídamente, mientras pienso en mañana. Muy lejos, en donde la tierra y el cielo se confunden, alcanzo a ver una columna de humo. El cielo del atardecer irradia extraños y bellos colores naranjas y violáceos, mientras un silencio ensordecedor que me sobrecoge, se apodera del lugar que transito y me aturde, estremeciéndome.  

Las fuerzas invisibles que sacuden mi interior, no logran callar la hermosura del firmamento ya con estrellas, surcado ahora por enigmáticos destellos. Me detengo y lo contemplo: el tiempo parece detenerse…

 

El mañana arranca sin estridencias. Camino tranquila y expectante hacia la ciudad. La jornada transcurre en paz y me hace casi olvidar el misterioso suceso de la noche anterior.

Termina el día y regreso a mi casa, deseosa de retomar la lectura de mi libro de cuentos.

En el camino advierto que una sutil pátina gris ha comenzado a tapar los colores del paisaje, que se van tornando desvaídos. También a mí me envuelve la niebla y me quita las fuerzas. Una tristeza profunda me va invadiendo y hace que se apague mi luz y la luz. Oscuramente, comprendo que son los colores del cielo de la noche pasada, los que están absorbiendo la vida. Una dolorosa sensación de irrealidad y extrañamiento me atraviesa. Y tengo miedo.

Pasan horas. El mundo se desvanece y se deshace; me pierdo en el camino: es que ya no hay camino que pueda transitarse ni ninguna referencia que me permita ubicar mi casa. Mi yo.

El paisaje se ha convertido en un escenario gris maloliente.

La muerte silenciosa que, ahora lo sé, comenzó naranja y violeta, se adueña del lugar y de mí, arrasando todo a su paso. Siento que muero, que desaparezco; y me abandono.

Solo queda el corazón latiendo. Quién sabe por qué misterio, la muerte se detiene ante él. Lo deja así, con un leve destello de vida, segura de que tanta oscuridad terminará por apagarlo también; y se retira tranquila buscando otras presas. Tiene tanto para invadir, tanto terreno disponible, que no quiere gastar su energía en doblegar a ese corazón que se le rebela.

El silencio es denso, profundo, sin piedad. Todo ha sucumbido a mi alrededor. Yo misma estoy como muerta y no puedo mover ni un músculo, aunque el cuerpo duele y el corazón late. Es lo único vivo que queda de mí y quiero que se detenga; porque tortura. Lentamente me voy anestesiando y me duermo por fin, aliviada, sintiendo un último latido del corazón. Ahora sí he muerto.

 

Años después, me despierta del letargo, un latido de mi corazón. ¡¿Cómo?! ¿No era aquel, el último latido?, ¿el que por fin había acabado con mi sufrimiento?

Es que el corazón ha recordado y el recuerdo de la vida de antes de aquella noche, se expande desde su centro llamándolo y llamándome. Lentamente, rearmando las células, reviviendo lo muerto. Siento la calidez que late circulando por las arterias, aunque no creo posible que logre resucitarme, hundida como estoy en las cenizas del mundo y de mi mundo. Tampoco quiero que lo haga; que me deje así, porque estoy demasiado cansada para ayudar al corazón y temo sufrir… Pero él sigue, insiste… su insistencia me empuja y los recuerdos me llaman. En cámara lenta, lejos de todo (porque no hay nada ni nadie a quien poder acercarse), me incorporo sin saber cómo continuar ni qué hacer.

Guiada por el destello vital, camino horas por el desierto gris maloliente deseando volver a las cenizas. Veo algo que sobresale en el terreno chato que dejó la muerte. Me acerco; le quito el polvo para verlo y me encuentro con mi libro de cuentos, ese que estaba leyendo cuando sucedió todo. Un poco más allá, la cajita de mis anillos: cada uno con su historia y un recuerdo. También encuentro el algarrobo de mi patio… y algunas hojas del libro de Clarice… Con un esfuerzo sobrehumano, voy colocando en un mismo lugar, los fragmentos que aparecen en las cenizas, de lo que fue mi vida… Los acomodo luego formando un collage, según los colores y las texturas, creando formas, descubriendo sentidos. Cada trozo irradia la vida que vivió conmigo y voy recordando. Tejo mi vida de nuevo, transformando la muerte.

Pasan años.

Hoy he podido reconstruir el mundo, mi mundo, mi vida. La trama es irregular: a veces tan suave que invita a acariciarla; de pronto se convierte en un tejido rústico y áspero, que repele a quien intente tocarlo. Es de colores vivaces intercalados con hebras grises y negras, que por momentos se adueñan del tejido y hacen desaparecer por su peso todo lo demás. Como si fueran agujeros negros. Desconcertante; puro contraste, pura lucha. Así es como quedó mi vida. La contemplo y descanso, asombrada de su existencia.

Allá, en los confines del horizonte, alguien se prepara para hacer estallar otra bomba nuclear.

Acerca de María De Alberti
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