La vida color de rosa

Julia llega de madrugada a la oficina. Saluda a su compañero y mejor amigo tras tropezarse con sus tacos de 10 cm de alto, ante el cable de la impresora. Mira con los ojos entreabiertos la oscuridad del estudio de su jefe. «El amargado este todavía no llegó».
La cafetera anuncia, con un delicioso aroma, que el café está listo para tomarse. Agarra la taza que reza «Aquí solo toma JULIA» y se sienta en el escritorio.
-¿Cómo amaneciste, Julita?- le pregunta su compañero «afeminado» mientras enciende la computadora con total desidia.
-Mal, casi llego tarde. Me quedé dormida, perdí la billetera, y un boludo me tocó el culo en la parada del bondi. Si me lo preguntás, en un puntaje del 0 al 10, te diría un 1.
-¿Y qué hace que sea un 1 y no un 0?
-¡Qué te importa!- le contesta entre risitas misteriosas.
-Dale, turra. Que seguro tenés algo para contar.
-Nada. ¿Qué voy a tener para contar? Me da gracia lo que decís, Nacho. Porque siempre pensás que ando en cositas raras.
-Bueno, ya te lo iré a sacar.
Juega en la silla giratoria como nena de 5, y se dispone a terminar los pesados balances de fin de año, que la miran con amor, desde el escritorio. Le faltan nada más que dos materias para recibirse de Contadora, y ya le resultan molestos.
-¿Dónde está Manuel? Qué raro que no esté acá, controlando los horarios con relojito.
-¡Qué sé yo! Ojalá fuera tan cercano al «papito» ese como para saberlo, mi amor.
-¡Ay! ¡Qué loca! Nunca te escuché decirle así. Yo sabía que te gustaba.
El estruendo de la puerta calló la conversación de «amiga» a amiga, cuando Manuel llegó y pasó directo a su oficina.
«Qué pedazo de amargo, ni siquiera va a decir “Hola”, el asqueroso» piensa Julia, mirando a su jefe de reojo.
-Seguro tuvo una mala noche, pobrecito. Andá, consolalo Julita, que la vida no es color de rosa.
Le dice su amigo, entre susurros y una cuota de complicidad.
«La vida no es color de rosa», esas palabras le golpearon la cabeza como trompada de boxeador.
-¿Qué te pensás? ¿Que soy de esas «consuela jefes»?
-Dale, no te hagás la boluda, que te saqué la ficha hace rato. Te gusta tanto como a mí.
Ella sacude la cabeza, con soberbia desaprobación.
-¡Julia! ¿Podés venir, por favor?
Manuel le grita desde su oficina, agarrándose la cabeza.
Julia entra, tras cerrar la puerta, con el cargo de conciencia de haber estado hablando de él, justo antes de que llegara. Se esperaba un buen sermón y una semana de suspensión. «Viniendo de él, que se cree el rey del mundo, no me extrañaría para nada».
Entre ellos había una especie de amor-odio, que más de una vez los dejaba confundidos. Esa tirantez incómoda de estar a diez centímetros uno del otro, y no permitirse más, por orgullo.
-Julia- Le dice él, mirándole la camisa transparentona, que dejaba notar el corpiño negro de encaje por entre los botones.
A ella, el calor se le subió a las mejillas, y el temblor de las manos, delataba lo nerviosa que la ponía la situación.
-¿Qué querés, Manuel? Dale, que tengo que terminar los balances que me dejaste regalados la semana pasada.
-Vení.
Le hizo señas con la mano para que dé la vuelta al escritorio y se acomodó en su sillón, cruzado de piernas.

-¿Necesito que le lleves esto a Rodríguez, puede ser?
Le dijo mostrando un sobre tipo carta entre los dedos. Las miradas de Manuel eran penetrantes de nuevo. Rozaban toda la intimidad de Julia. La hacían sentir chiquita ante semejante hombre.

-No, Manuel, dejate de joder. Pedíselo a Ignacio. Yo tengo que terminar ese trabajo.

Él la agarró de la cintura, y ella se derritió en un suspiro orgulloso. «Tierra, tragame» pensó.

-No me hablés así, Julita.

Sus labios, a cinco milímetros de distancia, clamaban por un beso. Las respiraciones entrecortadas y tensas se mezclaban en una combinación perfecta. La mano de él en la cintura de ella, eran puertas abiertas a la locura y a esos sentimientos, inhibidos por mucho tiempo.

Se dejaron llevar. Los papeles, caían del escritorio y se estrellaban contra el piso. Una taza de café
volcada, testigo de la pasión contenida, manchaba la camisa blanca de Julia, abandonada al borde del abismo, entre la madera y la alfombra del suelo. Corpiño, tanga y bóxer se sostenían unos a otros sobre la cómoda silla de Manuel. Y Julia, entre la pared y su cuerpo, brillaba en lujuria con los antojos satisfechos del «amargado» de su jefe.

Julia sale de la oficina, despeinada, con el rouge corrido y prendiéndose los botones de la camisa. Mira a su «amigo-amiga» con cara de yegua domada, y respira profundo.
Él, abre la boca y los ojos como comiéndose el mundo, y tira los lentes rojos sobre los papeles manchados con café.
-¡Qué pasó, Julita!
Le pregunta sin disimular su sorpresa.
-Nada, nada, Nachito. Voy al baño.

Se termina de peinar frente al espejo y mira el sobre con curiosidad. Después de pensarlo unas dos veces, lo abre.

“Julio, te espero en el hotel de siempre a las seis. Hoy llegué tarde a la oficina por tu culpa. Anoche estuviste bárbaro. Te quiero, tontito. Manu.”

Sale del baño asqueada y tira el papel sobre el escritorio de Ignacio.

-Ahí lo tenés a tu «papito», te lo regalo con moño y todo. Tenías razón. La vida no es color de rosa.

3 Respuestas

  1. Carlos dice:

    Buen relato sobre un tema recurrente.

  2. Jorge Lavezzari dice:

    Y…Aileen, la mano viene dura. Muy bueno. Típica escena de oficina con sus personajes también típicos. Relato ajustado a los tiempos modernos. Muy lindo.

  3. ISABEL SALAS MEYER dice:

    Excelente cuento y muy buen final.Muy claro la escena.Me gustó mucho

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