LA SAPA

 Los faros del patrullero perforan la oscuridad Las balizas dibujan fantasmas en las copas de los árboles. Una persona hace señas en medio de la calle, es el denunciante que les avisa a donde parar. Cuando toman un sendero de tierra, ven a la figura que yace despatarrada, apoyada a medias en un tronco. Es como una muñeca desarticulada. La cabeza parece no pertenecer al cuerpo.

—Creo que es la chica que trabaja en el parque —le dice el hombre a los policías.

 

 

Parada en la esquina, Florencia mira el reloj. Hace una hora que espera ver la luz de algún auto y que disminuya la marcha. Pero nada.

«No puedo volver sin un mango», piensa y se seca el sudor sobre el labio. Se mira el brazo donde el maquillaje no pudo disimular el golpe… Camina por las sombras hasta otro farol y allí espera hacerse visible. El cansancio y el miedo se reflejan en su figura. Intenta mantenerse erguida sobre los zapatos con plataforma, pero los hombros se le caen hacia adelante. «¡Estoy harta», piensa, «antes no me importaba, pero ahora ya estoy podrida!». Instintivamente, agacha la cabeza cuando pasa un avión que despega de Aeroparque.

«Qué lindo irse a algún lado», piensa. «Allí viene uno. Ya sé lo que me va a pedir este asqueroso», se dice, mientras se arrima a la ventanilla del auto.

 

 

«Esta trava no vuelve», piensa Enrique. «Seguro que ya se le nota el bigote. En cuanto la vea aparecer sin plata, la liga. Me tiene cansado con sus ansiedades. ¿Qué mierda se cree? Las tiene a todas alborotadas con esa cantaleta de los derechos».

—¿Qué derechos? ¡Aquí el que las mantiene soy yo! —grita y golpea la mesa. De pronto, presta atención cuando siente el ruido de la llave en la cerradura.

—Ah, eres tú. ¡Por fin!

Florencia entra y se saca los zapatos. Guarda la llave y saca un bollo de plata que tira sobre la mesa.

—¿Esto es todo? —pregunta Enrique—. ¿Pero vos te creés que con este cachimoni te voy a seguir manteniendo los caprichos? Vamos mal.

—Mañana charlamos, estoy muerta. ¡No me agarrés así, que ya no sé cómo disimular los moretones! ¡Largame! Cuando te sale el colombiano, te ponés imposible.

—¡Te dije mil veces que no digas eso!

Le tira un golpe que Florencia ataja de igual a igual.

—Parala… le dice.

 

A la hora del desayuno, vuelven las agresiones.

—¡Mira la cara que tienes! Te está fallando la depiladora —dice Enrique.

—Parala, no empecemos… ¿Te preparo un tintico?

—¡Ya te dije que te cuides al hablar! Un cafecito, mejor decí.

—¡Tú también te descuidas con el , vos, cafetico!, ¡ja, ja, ja!

—Mirá, turra —le dice, mientras vuelve a apretarle el brazo—, vamos a poner de nuevo las reglas sobre la mesa. Vos trabajá, traé el cachimoni y no jodás con los derechos de los travestis. Te vas a poner en evidencia, y yo no quiero quedar pegado. Cuidate. Demasiado invertí en vos para que ahora te hagas la independiente.

De un empujón la tira sobre el sillón y brilla un reflejo en la hoja de la navaja que le arrima a la cara.

—¡Si quieres te afeito yo!

—¡Chévere, hacelo y sabes cómo canto!

Florencia mete la mano debajo del almohadón y le tira una hoja de periódico.

 

 

…Pedido de Interpol para dar con el paradero de Enrique Cardoso Marques (a) Bacano, quien se diera a la fuga luego de estar condenado a una pena de 18 años de prisión por el Tribunal Superior de Bogotá. Está sindicado como el «asesino de Monserrate», luego de que se le comprobara la autoría de la muerte de María Luz Aguirre. Se probó que había llevado a la víctima a su cambuche, ubicado en el centro de Bogotá, y que al negarse ella a su acoso sexual, la ultimó con una navaja. En el cerro encontraron restos humanos que emanaban olor, y se comprobó la identidad de la víctima. Lo investigan también por ocho asesinatos de mujeres…

 

 

—¿De dónde sacaste esto? — pregunta, rompiendo el papel.

—¡Tengo copia! ¿Me crees estúpida? Me vuelves a poner la mano encima y me voy. Tengo quien me proteja.

Ricardo mira por la ventana y cambia de actitud.

—Mira, tienes, tenés razón. Acordate que somos socios… nos cuidamos entre los dos. Perdona, también estoy cansado de simular.

—No te entiendo. Ni siquiera te cambiaste el nombre…

—Estamos tan lejos, y tengo plata para pagar que nos protejan.

—¿Entonces para qué trabajo yo? —le pregunta Florencia.

—Vos tenés que trabajar para mí, nena… no preguntes. —Y vuelve a clavarle los dedos en el antebrazo—. ¡No te pongas intensa!

 

A la tarde Florencia vuelve con algunas compras y las tira sobre la cama. Le gusta estrenar ropa. «Esta camisa me sienta. Se nota todo lo que invertí en siliconas». Se maquilla, mira sus piernas bronceadas y forcejea para calzar los pies en estrechas sandalias. Toma un bolso, las llaves, el celular y se va.

Enrique la ve desde la ventana y sale apurado para seguirla.

Cuando la ve entrar a un bar frente a la Plaza Italia, entra en pánico. La furia lo arrasa cuando se arrima y la ve charlando con un hombre, desconocido para él.

 

—¿Cómo va todo, Flor? —le pregunta el hombre.

—Sos el único que me dice Flor. No sé si me gusta…

—Florencia es lindo, pero muy largo. ¡Estás linda!

—¡Gracias! —Me faltaría engalletarme con este, piensa.

—¿Trajiste los papeles?

—Sí, tomá. Están todos los slogans que se nos ocurrieron para la marcha. Fijate cuáles pueden quedar mejor en los carteles y seleccionalos. Después nos pasas el presupuesto. Ya sabés que tenemos poca plata. Apurate, porque estamos contrarreloj.

—Dale, los miro y te llamo al celu —dice, guardando todo en su mochila—. Estás linda. —Y la besa cuando ella se va.

Enrique, en otra mesa, apenas puede esconder su rabia. Ve salir a Florencia y toma su determinación. Se agarra de la mesa cuando ve que el hombre saca los papeles, los mira y llama desde su celular. «¡Esta sapa la va a pagar!», dice para sus adentros.

 

 

Hace frío esa noche. Florencia ve acercarse un auto y se arrima a la ventanilla.

—¡Enrique! ¿Qué haces aquí?

—¡Sube!

 

 

Las linternas recorren el cuerpo desarticulado. La camisa desabrochada luce un estampado de sangre seca. El policía se acerca en busca de signos vitales, pero cuando ve el cuello, da un respingo: está seccionado, y un trozo de lengua parece salir por él.

—¡La corbata! ¡Colombianos hijos de puta!

La mano entreabierta del cadáver deja ver un trozo de periódico arrugado.

3 Respuestas

  1. Maria Teresa Nannini dice:

    ¡Gracias Zulma! Valoro tu comentario.

  2. Muy bien escrito. No son fáciles los cuentos policiales. La sapa nos va llevando paso a paso a un final, que aunque en un momento es totalmente previsible, no deja su misterio e intriga. Felicitaciones María. Un gusto leerte.

  3. Ada Salmasi dice:

    Una historia actual. Muy creíble el relato.

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