La cuarta noche

Me había acostumbrado al silencio negro y musgoso del cementerio, hasta que un día sentí un deseo atroz de comer carne, similar al que siente el gusano que devora noche a noche mis entrañas.
De pronto, ese apetito frenético me otorgaba la fuerza necesaria para salir de aquel hueco apestoso. Me puse de pie y vi a todos los muertos emerger de sus tumbas. Éramos una legión putrefacta que se dirigía al pueblo en busca de comida.
Mis movimientos eran lentos pero decididos. Sin proponérmelo, caminaba rumbo a mi casa (si es que aún podía decir que me pertenecía); arrastraba el pie derecho, unido al talón por un último filamento del tendón de Aquiles.
Me paré frente a la puerta, del otro lado el perro ladraba. Acaricié las maderas con mi mano llena de pústulas que supuraban un líquido verdoso y hediondo. Jackson pareció reconocerme, porque cambió los ladridos por lamentos y se marchó.
Intenté entrar, pero una voz me decía con insistencia:
—¡La carne de tu esposa está prohibida! ¡La carne de tu esposa está prohibida!
De regreso a mi tumba comprobé que ya éramos miles los muertos con vida. Supongo que yo era el único que volvía sin comer.
—Siempre es difícil la primera vez. Sube a la capilla, te mostraré algo —me dijo de nuevo esa voz inmaterial. Me hablaba por sobre mi hombro, que estaba cubierto con los jirones del saco negro y la camisa celeste con los que fui enterrado. Pero cuando volteaba, no encontraba a nadie. —Mira bien todas las tumbas —concluyó.
Desde el techo de la capilla vi a los muertos viejos regresar a sus fosas y a los muertos recientes agruparse dentro de la ermita para pasar el día.
La noche siguiente fue distinta: los vivos, enterados de lo que pasaba, dificultaban la cacería. Los zombis empezaban a parecerse cada vez más a los humanos que habían sido: insolidarios y egoístas, cuando conseguían algo que comer, no lo compartían con nadie.
Caminé otra vez hasta mi casa. Me acerqué a la puerta, mi mujer respiraba profusamente del otro lado. La imaginé acuclillada, con la espalda apoyada en la puerta y la escopeta en su regazo, temblando. Si no fuese porque mi nariz se caía a pedazos y mi cuerpo drenaba fetidez, hubiese podido oler aunque sea por última vez, su perfume. Golpeé la puerta con la intención de voltearla, pero fue inútil.
—¡La carne de tu esposa está prohibida! —escuché, mientras las lágrimas paliaban apenas la voracidad de mis dientes roñosos y puntiagudos. —Hasta cuándo podría soportar ese tormento.
Volví otra vez al cementerio sin probar bocado.
Esa noche supe que la voz venía del gurú en trance que vivía en el otro lado de la isla; el responsable de este lastimoso espectáculo, que no respondía a mis por qué. Le dije que me había dado cuenta de que no éramos todos los muertos los regresados a la vida. Que había tumbas, las menos, en donde los difuntos estaban en paz.
—Eres muy inteligente y tienes sentimientos, te oí llorar hace un rato —me contestó. —Es muy raro, los zombis no tienen alma ni conciencia. Porque tú las tienes, voy a ayudarte.
En la tercera noche el hambre me apretaba las tripas. Pero como un deseo urgente, no era dolor lo que sentía. Otra vez orienté los pasos hacia mi casa. El pueblo era lo más parecido a lo que yo imaginé que era el infierno. Olía a sangre, a podrido y a miedo.
Ayeé la puerta de la casa abierta. Jackson era una bolsa de pelo negra rellena de huesos, en la cocina. Me estremeció la idea de pensar que tal vez ella hubiera sido mordida y que volvería a verla convertida en zombi. Me odié por no haber tenido la fuerza necesaria para haber sido yo el que la mordiera. Al menos, lo hubiese hecho con una mezcla de voracidad y de lujuria que los otros cadáveres no tenían. Al final de cuentas, ella no podría evadir su destino.
Con la mesurada furia que me permitía mi cuerpo famélico, fui abriendo de a una todas las puertas de la casa. Revisé todas las habitaciones y dejé la matrimonial al último.
—¡La carne de tu esposa está prohibida!¡La carne de tu esposa está prohibida! —repetía una y otra vez la voz del gurú.
Abrí la puerta del dormitorio. Ella estaba allí, sobre la cama, con un camisón blanco que la cubría toda, y los brazos extendidos a los costados. La rodeaba un aura azulina y brillante, era mi princesa. Dude un instante pero el hambre, el deseo atroz de tenerla entre mis dientes, el pensamiento de que si no era yo, sería otro, sublimaba mis culpas. Entonces me abalancé sobre ella, al mismo tiempo que mi escopeta de cazador se interponía entre los dos, salida de debajo de su cuerpo inmaculado.
Por suerte o desgracia, el arma falló y pude saciar mi inmundo apetito.
Ahora, espero la cuarta noche. Siento que en esta fosa negra y musgosa el tiempo se ha estirado más de la cuenta. Sólo el recuerdo de la carne fresca de mi esposa entre mis dientes, acorta un poco esta angustia que me carcome el alma.
Pienso en las palabras del gurú, quizás su prohibición fue el anzuelo que me tiró para rescatarme. Pero mientras me auto convenzo de que ya no soy un zombi, y que esta vez, le tocó a ella inmolarse para salvarme, siento que hasta que no sepa que pasó con mi mujer, no podré descansar en paz.

4 Respuestas

  1. Daniel dice:

    Cecilia, ¡Que ganas! ¿Te sentís mejor?Me hiciste acordar a la opinión de un amigo, cuando al pasar frente al Cementerio, vió que una cuadrilla de operarios podaban los árboles, y me dijo, mirá vos, ni sombra pueden tener estos pobres muertos. Creo que es necesario dejarlos en paz, aunque sea en ese espacio que eligieron ir a ocupar.

    • Cecilia Mirolo dice:

      Daniel, agradezco tu comentario. Respecto a tu pregunta, no se si te referís a mi posquirurgico o a mi estado de ánimo dps de escribir el cuento. Como no nos conocemos, estimo q es lo segundo. Pero no alcanzo a entender el porque. La verdad es que no me siento ni bien ni mal por lo q escribí. Eso si, si me aseguras q tan solo un muerto se retorció en la tumba por escuchar mi relata, te juro q me sentiría muy feliz

  2. carlos dice:

    l
    No se muy bien que me pareciò. Mañana despuès que vuelva a mi tumba lo re leerè opionarè.

  3. Ceci, me encantó tu cuento, como todos los que escribís!!!

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