Junot Díaz – BOYFRIEND

Debí haber sido más cuidadoso con la marihuana. A la mayoría de la gente les pone locos. A mí me pone sonámbulo. Imagínense que me desperté en el vestíbulo de nuestro edificio con la sensación de que me había pasado por encima desfilando la banda de música de mi escuela. Me habría quedado toda la maldita noche allí tirado si no hubiera sido porque los vecinos del apartamento de abajo habían tenido una gran pelea a las tres de la mañana. Yo estaba demasiado frito como para moverme, al menos de inmediato. Boyfriend estaba intentando zafarse a Girlfriend diciendo que necesitaba espacio, y ella le decía: Hijo de la gran puta, te voy a dar todo el espacio que necesitas. Yo conocía un poco a Boyfriend. Lo veía en los bares y también había visto a algunas de las muchachas que llevaba a casa cuando no estaba Girlfriend. Él solo quería más espacio para engañarla. Está bien, decía él, pero cada vez que se acercaba a la puerta ella se ponía a llorar y a decir: ¿Por qué me haces esto? Me recordaban mucho a mí mismo y a mi antigua novia, pero había jurado solemnemente nunca más volver a pensar en el trasero de Loretta, aunque cada vez que me cruzaba en la ciudad con una latina con perfil de Cleopatra, me paraba en seco y sentía un deseo irresistible de que Loretta quisiera volver conmigo. Cuando Boyfriend llegó al vestíbulo yo ya estaba en mi apartamento. Girlfriend no paraba de llorar. Solo se interrumpió dos veces, seguramente porque me oiría hacer ruido justo encima de donde se encontraba; las dos veces aguanté la respiración hasta que la oí llorar de nuevo. Se metió en el baño y la seguí. Nos separaban un piso, unos cables y unas tuberías. Ella repetía: Ese puto pepetón, y se lavaba la cara una y otra vez. Si no estuviera tan acostumbrado se me habría partido el corazón. Seguramente ya no me afectaban aquellas cosas. Igual que las morsas tienen una capa de grasa, yo tengo un revestimiento de cuero alrededor del corazón.
Al día siguiente le conté a mi pana Harold lo que había pasado y él dijo: Peor para ella.
Me imagino.
Si no llego a tener mis propios problemas con las mujeres te propondría que fuéramos a consolar a la viuda.
No es nuestro tipo.
¿Cómo que no, coño?
Girlfriend era demasiado bonita, tenía demasiada clase para un par de brutos como nosotros. Jamás había visto que llevara una camiseta o que fuera sin prendas. Y su novio, olvídate. Ese negro podría haber sido modelo; coño, los dos podrían haber sido modelos, y lo más seguro es que lo fueran, teniendo en cuenta que nunca les oí hablar del trabajo ni maldecir de ningún jodido jefe. Para mí la gente así es intocable; se han criado en otro planeta y luego los han transplantado a mi vecindario para recordarme lo mal que vivo. Lo peor era lo mucho que hablaban en español. Nunca tuve una novia que hablara en español, ni siquiera Loretta, que se comportaba en todo como si fuera puertorriqueña. La que más se acercó fue la muchacha negra que había vivido tres años en Italia. Le gustaba contarme aquellas pendejadas en la cama, y un día me dijo que salía conmigo porque le recordaba a unos sicilianos que había conocido, y ese fue el motivo por el que no la volví a llamar nunca.
Aquella semana Boyfriend vino un par de veces para recoger sus cosas y también para rematar el trabajo, supongo. Era un pendejo engreído. Escuchaba hasta el final cuanto Girlfriend le tuviera que decir, argumentos que ella había tardado horas en elaborar, y cuando terminaba, soltaba un suspiro y decía que daba igual, que él necesitaba su propio espacio, punto. Ella lo dejaba singársela cada vez que iba, tal vez con la esperanza de que se quedara, pero ya se sabe que cuando alguien coge un poco de velocidad con la intención de escapar, no hay ninguna treta en este mundo que consiga retenerlo. Yo escuchaba lo que decían, que era algo así como: Maldita sea, no hay nada más triste que estos polvos de despedida. Eso lo sé yo muy bien. Loretta y yo nos echamos unos cuantos de esos. La diferencia estaba en que nosotros no hablábamos tanto como ellos. No nos contábamos lo que habíamos hecho durante el día. Ni siquiera cuando estábamos a gusto juntos. Nos tumbábamos y nos quedábamos escuchando los ruidos que llegaban del mundo exterior, las voces que daban los muchachos en la calle, los carros que pasaban, el murmullo de las palomas. Por aquella época yo no tenía la menor idea de lo que pensaba Loretta, pero ahora sé muy bien cómo rellenar los espacios en blanco de su pensamiento. Escapar. Escapar.
A aquellos dos les había dado por el cuarto de baño. Cada vez que Boyfriend iba a verla, acababan allí dentro. Lo cual me parecía de perlas; era donde mejor podía oírlos. No sé por qué empecé a fijarme en los detalles de la vida de Girlfriend; el caso es que me pareció bien hacerlo. Casi siempre he pensado que la gente, incluso en sus momentos peores, es más aburrida que el carajo. Supongo que no tendría nada mejor que hacer. Sobre todo, no había ninguna mujer en mi horizonte. Me había tomado un descanso; quería hacer tiempo hasta que la marea se llevara lejos de mi vista los últimos restos del naufragio de Loretta.
El cuarto de baño. Girlfriend soltaba mil palabras por minuto para hacer el informe de cómo le había ido el día. Que si había visto una pelea a puñetazos en la línea C del subway, que si alguien le había dicho que le gustaba el collar que se había puesto. Boyfriend, con su voz suave y profunda a lo Barry White, se limitaba a decir: Sí. Sí. Sí. Se duchaban juntos y si no se oía hablar a Girlfriend, es que estaba ocupada haciéndole una mamada. Lo único que se oía entonces era el chorro de agua al chocar contra el fondo de la bañera y a Boyfriend diciendo: Sí. Sí. Pero era evidente que ya no iba a aguantar mucho tiempo yendo por allí. Era uno de esos bróders de piel morena y cara bonita por los que las mujeres están dispuestas a matar. Sé muy bien, después de haberlo visto entrar en acción en los locales del barrio, que le gustaba que se lo dieran las blancas. Girlfriend no sabía nada de sus incursiones en Rico Suave. Eso la habría destrozado. Antes yo creía que las leyes del barrio eran otras: negros y latinos sí, blancos no, un lugar al que se supone que no íbamos la gente conciencida. Pero el amor te da lecciones. Te despeja la cabeza de normas. Loretta empezó a salir con un italiano que trabajaba en Wall Street. Cuando me habló de él todavía andábamos juntos. Estábamos en el Promenade y me dijo: Me gusta. Trabaja duro.
Por muy forrado de cuero que se tenga el corazón, duele oír una cosa así.
Un día, después de ducharse juntos, Boyfriend no volvió nunca más. Ni una llamada telefónica, nada de nada. Ella empezó a llamar por teléfono a todas sus amistades, incluyendo gente con la que no hablaba desde hacía siglos. Yo sobreviví gracias a mis panas; no me hizo falta pedir ayuda a nadie. A la gente le resulta muy fácil decir: Olvídate de esa puta barata. No es la clase de mujer que te conviene. Mira lo liviano que estás así. Sin duda ella ya andaba a la caza de alguien más ligero.
Girlfriend se pasaba la mayor parte del tiempo llorando, en el baño o delante del televisor. Yo me pasaba todo el tiempo escuchándola y buscando trabajo por teléfono. O fumando y bebiendo. Una botella de ron y una docena de Presidentes a la semana.
Una noche tuve los cojones de invitarla a un café en mi casa. Reconozco que fui un poco aprovechado. Ella no había tenido mucho contacto humano en todo el mes, excepción hecha del repartidor del restaurante japonés, un colombiano a quien yo siempre saludaba, así que, ¿qué podía contestarme ella? ¿Que no? Pareció alegrarse cuando le dije quién era, y cuando abrió la puerta me sorprendió verla bien vestida y muy atenta. Me había dicho que subiría enseguida y cuando se sentó en frente de mí en la mesa de la cocina vi que se había puesto maquillaje y una cadena con una rosa de oro.
Tu apartamento tiene más luz que el mío, dijo.
Lo cual fue un detalle agradable. La luz era prácticamente lo único que había en mi apartamento.
Puse un disco de Andrés Jiménez especialmente para ella. Ya saben: «Yo quiero que mi Borinquén sea libre y soberana», y luego nos acabamos una cafetera entre los dos. El Pico, le dije. Solo lo mejor. No teníamos mucho de qué hablar. Ella estaba deprimida y cansada y yo tenía unos gases como no los he tenido en mi vida. Me tuve que excusar dos veces. Dos veces en una hora. Ella debió de pensar que yo era más raro que el carajo, pero las dos veces al salir del baño me la encontré mirando fijamente su café, igual que hacen las que leen la taza allá en la Isla. Tanto llorar la había puesto más bonita. Pasa a veces cuando se sufre. Menos a mí. Loretta se había ido hacía meses y yo seguía teniendo un aspecto espantoso. La presencia de Girlfriend en mi apartamento me hacía sentir más abandonado todavía. Agarró una semilla de marihuana que había en una grieta de la mesa y sonrió.
¿Fumas?, le pregunté.
Me ayuda a no pensar, dijo.
A mí me pone sonámbulo.
Eso se cura con miel. Es una vieja receta caribeña. Yo tenía un tío sonámbulo. Empezó a tomarse una cucharadita por las noches y se le pasó.
Coño, dije yo.
Por la noche puso una cinta free-style, puede que de Noel; seguí sus desplazamientos por el apartamento. Si llego a saber bailar, no la habría dejado escapar.
Jamás probé el remedio de la miel y ella nunca regresó. Cuando me la cruzaba en la escalera nos saludábamos, pero ella nunca se paraba a charlar, nunca sonreía ni me daba ninguna señal alentadora. Lo tomé como un indicio muy claro. A fin de mes apareció con el pelo cortísimo. No más tenazas, no más peines de ciencia ficción. Me gusta como te queda, le dije. Yo volvía de la licorería y ella salía a la calle con una amiga.
Te da un aspecto salvaje.
Sonrió. Justo lo que quería al hacerme este peinado.

4 Respuestas

  1. José María dice:

    ¡Qué lindo! Podría seguirlo leyendo todo el día. Es como navegar por sólo placer; aunque uno no vaya a ninguna parte.

  2. Zulma Chiappero dice:

    Tres vidas que se parecen mucho al no encontrar razones para ser feliz. Entonces sólo queda llanto, hierbas y escape. Bien contado, me deja una pregunta, ¿eso es vivir?

  3. Ada Salmasi dice:

    Muy bueno, personajes que se cruzan en sus miserias sin poder encontrarse.

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