En piloto automático

Martes 15 de noviembre

            Hoy no tuve un buen día. Quedé atascada varias veces en el infierno del tránsito cordobés y llegué tarde a todos mis compromisos. Irritable, sin ganas de involucrarme, pero obligada por mi conciencia a actuar responsablemente, cumplí con todos los deberes que me imponía mi agenda.

            Al atardecer decidí que no faltaría al taller de teatro que comencé hace poco. Es una actividad placentera, me hace bien, me ayuda a ponerme en la piel de otro, me des-estructura. Llegué tarde, por supuesto, pero no hubo reproches, aún no había comenzado el ensayo.

            La consigna del día me voló los pelos: había que improvisar, y yo no sirvo para eso. Yo sigo una agenda planificada. Y la cumplo a rajatabla. Iba a quedarme como espectadora, para aprender de los demás, pero antes de que me diera cuenta me enchufaron a Omar como  partenaire  y ya no pude zafar. Pensé en buscar una excusa para irme pero no quería quedar en evidencia frente al resto del grupo.

            El escenario preparado para esta ocasión no podía ser más inconveniente: habían montado un catre y dos mesitas de luz debajo del ventilador de techo del aula de teatro. Esa era toda la referencia con que contábamos para actuar, sin poder acordar previamente un argumento. Si me hubiese tocado improvisar con Esteban, otra habría sido mi motivación, pero Omar, con su lascivia y su impostada galantería de club de barrio…  Se me erizaba la piel con solo imaginarlo.

            Él se recostó sobre la cama y tomó la iniciativa:

            —Clara —comenzó el diálogo interpelándome con su característica mirada perturbadora.

            —¿Mmm? —dije yo, de pie, lamentándome por dentro, por haber ido al taller. No pensaba ceder ni un milímetro, no iba a acercarme a Omar bajo ningún pretexto.

            —¿Es necesario el ventilador? —preguntó señalando al techo.

            —Para mí sí. Hace calor —le respondí mientras acomodaba a los pies de la cama un chal que encontré por ahí, como si se tratase de una manta.

            —¿En serio? —fue todo lo que se le ocurrió decir a Omar y amagó a levantarse de la cama con un abrigo en la mano.

            —¿A dónde vas?  

            —A dormir a otro lado.

            La tensión entre nosotros era demasiado evidente y yo no podía contener la risa por lo absurdo y hueco que me resultaba el diálogo que interpretábamos. Cada palabra aportaba una mayor incomodidad. Por suerte alguien se apiadó de mí y apagó la luz. Sentí alivio, supuse que la oscuridad me permitiría desinhibirme y crear con más libertad.

            —Ya no tenés excusa para irte, el ventilador dejó de funcionar —dije al percibir el silencio que se había generado de repente.

            En ese instante comprendí que nadie estaba colaborando conmigo para simplificarme la tarea, que se trataba simplemente de un corte fortuito de energía.

            —Fijate si encontrás velas en la cocina. Me parece que había algunas —respondió él, mientras me entregaba una linternita que tenía en la mano.

            «¡Qué nabo este Omar! No me tira  un solo centro y encima cree que lo hace bien», me dije. Aproveché para salir de escena y dejar que la reme solo, pero Luisa, la profesora, se incorporó y se acercó a mí. Me sentí obligada a seguir actuando. Le pregunté donde estaban las velas, o algo así, ahora no recuerdo bien.

            Ella intentó aportar contenido al desafortunado guión que estábamos montando Omar y yo. Dijo que había escuchado sin querer la conversación, planteó que yo debería dejar de obsesionarme con una relación que evidentemente no tenía rumbo y concluyó: «…Omar no te quiere, siempre está tratando de huir cuando está con vos».

            «La que quiere huir soy yo, de este papelón», pensé, pero le seguí la corriente. Le reclamé que no fuera tan dura con él y, para darle contexto a su personaje, agregué: «…a pesar de todo es tu hermano».

            Luisa  me entregó unas velas que había encendido y me recomendó «actuar con lucidez».

            Esa expresión detonó en mi cabeza, la tomé  de forma literal: sentí que ella estaba juzgando  públicamente mi desastrosa performance. No pude contenerme, la insulté —a Luisa, la profesora, no al personaje—, y después del berrinche abandoné la clase.  Ahora que lo pienso, esa fue mi mejor actuación.

            Catorce kilómetros de silencio me acompañaron hasta mi casa. Rumiaba mi bronca por haber ido al taller de teatro, por haber tenido que soportar al pelmazo de Omar, por haberme desquitado con Luisa… Sentía que había dejado al descubierto, sin reservas, mi puerilidad ante esas personas que apenas conocía.

            De pronto advertí que estaba conduciendo mecánicamente, la clase había terminado y, sin embargo, mis emociones y mis pensamientos habían quedado anclados allá, en aquel espacio-tiempo que ya no existía. Aceleré a fondo y me arriesgué a pasar por el pequeño espacio que quedaba entre el cantero central de la avenida y un camión que circulaba por el medio, entorpeciendo el tránsito.  Me invadió una enorme satisfacción tras haber superado el obstáculo. Pasé el resto de los semáforos en rojo, atravesé el peaje sin pagar y me quedé en el carril izquierdo, sin dejar paso a los que venían detrás.  Cuando llegué a casa tiré la cartera en un sillón, me saqué los zapatos y, aún exultante, llamé al delivery.

            Recostada sobre la cama que permanece tendida, mientras como pizza con la mano y tomo cerveza de la botella, estoy buscando las palabras más adecuadas para atesorar esas pequeñas fugas de mi contenida rebeldía. 

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10 Respuestas

  1. Norien Alboan avatar Paulo dice:

    Que gran escritora. Una envidia.

  2. Silvana dice:

    Realmente me rapo

  3. Muy buen cuento Isabel. Bien contada una situación del día a día.

  4. Guillermo Inchauspe avatar Guillermo dice:

    Excelente modo de convertir la cotidianeidad en un buen relato. Solo me hace ruido el título, ¿sera otra forma de huida?.

  5. Isabel Roura avatar Isabel Roura dice:

    Muchas gracias Isabel y Perla por leer mi trabajo y por sus devoluciones tan amables.

  6. Perla. dice:

    Leer esta historia fue atrapante .

  7. Isabel dice:

    Excelente desenlace

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