El pibe y el mar

Llega brillante, traviesa y saltarina; rebota contra una de las patas del banco y, como aprendiz de trompo, gira sobre sí misma en una pequeña depresión que hay en la arena hasta quedar inmóvil. Por ser parte principal e indispensable de una clásica simbiosis, un pibe viene corriendo detrás de la pelota. No parece tener más de doce años, pero es muy delgado y bastante alto para esa edad; viste una remera a rayas negras horizontales, un pantalón que le llega justo arriba de las rodillas, unas sandalias bastante gastadas sin medias y una gorra roja con la visera puesta hacia atrás.

Recoge la pelota y, cuando está por patearla y empezar a correr otra vez, parece pensarlo mejor. Tras cambiar de idea, se sienta en el banco con ella sobre las piernas mientras mira hacia el mar.

Tiene la cara llena de pecas, y los ojos de un hermoso azul intenso, muy grandes y redondos. Clava su joven mirada, interrogante e inquisitiva, en el horizonte, como si esperase de esa línea esquiva una repentina y próxima revelación de secretos celosamente guardados. Desde el mar sopla una suave brisa tibia que parece acercarle débiles ecos de mundos desconocidos y lejanos.

El cálido viento sugiere imágenes de extensas e innumerables travesías a lugares ignotos habitados por personas desconocidas que hablan lenguas extrañas, escriben con jeroglíficos y observan culturas singulares; viajes al pie de erguidas montañas, al borde de enormes desiertos calcinados o siguiendo el curso de vivarachos arroyos zigzagueantes de aguas transparentes y dulzonas; o paseos frente al espejo de grandes lagos congelados en perpetua contemplación de un doble cielo.

La delicada brisa parece aludir alegorías de mil puertos con mil amores efímeros; de miles de grandiosas frases de honda pasión, de mil juramentos cincelados en el viento, que el soplo más leve deshace y transforma en innecesarias reminiscencias borrosas y lejanas, por completo deshilachadas. Alegorías de mil rostros de mujer absolutamente olvidables y para siempre enterrados en el más profundo de los abandonos.

El aire acerca el aroma de una existencia y unos sueños por fin compartidos, de aquel amor verdadero que se encuentra solo una vez; de dos vidas, en un momento fundidas en una sola, de un futuro común para llevar los momentos de dolor y felicidad; de un pasado que parece haber sido apenas un breve preludio, una simple preparación para ese encuentro trascendental.

El suave viento sugiere la indescriptible alegría por la llegada del primer hijo, con extrañas emociones nunca antes sentidas; adivinarse por unos pocos segundos en el centro mismo del mundo, como si pudiese, al menos, por ese único y asombroso instante, compartir la felicidad con todos los seres del universo. Luego, para completar la dicha, el nacimiento de otros hijos, y más tarde, el gozo de juegos compartidos con los hijos de los hijos…

Repentinamente, en un aire helado resuenan ecos de vacío, de desolación: susurran la desaparición de un gran amor, insinúan la muerte del ser más querido, gritan una brutal e insondable soledad por vivir; severos maestros que enseñan con dureza cómo subsistir aferrándose solo a tiernos y distantes recuerdos; ecos que señalan una multitud de heridas invisibles que se abren paso mientras desgarran la carne, como si un cuchillo la rasgara desde adentro hacia afuera: dolorosas heridas sangrantes que no sangran y que ningún eminente cirujano podría ser capaz de restañar…

Una gruesa lágrima se derrama desde uno de sus grandes y redondos ojos azules. Se desliza con suavidad sobre la mejilla pecosa hasta encontrar uno de los profundos surcos que la atraviesan, y allí desaparece para siempre de la vista, diluyéndose.

Entonces suspira muy triste y profundamente. Aparta los ojos del horizonte, se abrocha el saco, se coloca con calma su sombrero y toma el bastón con mano temblorosa. Se pone de pie, y, con gran dificultad, muy, muy despacito, emprende el camino de regreso hacia su casa.

6 Respuestas

  1. José María Torres dice:

    Si seguís despilfarrando adjetivos y lugares comunes, para el próximo cuento no te a quedar ninguno. Además, nadie juega a la pelota con sandalias.

  2. Isabel Roura dice:

    Me gustó mucho Juan Carlos. Me encantó la descripción de ese amor, y esa vida, con la mirada puesta en el horizonte. Bellísimo.

  3. Amadeo Belaus dice:

    Juan Carlos:
    Lo leí dos veces. Me pareció muy poético (tal vez demasiado recargado)

    Mis observaciones comolector son:

    DEMASIADOS Adjetivos… Cansan… En el primer párrafo más de 10!!
    Mucho inca pié en la brisa marina: Muchos párrafos comienzan con la “calidad” de la brisa.
    ¿EL niño “ve”, “imagina” todo lo relatado solo mirando el horizonte? No lo creo capaz si tiene solo 12 años.
    Tampoco creo que: desde uno de sus grandes y redondos ojos azules, se derrama una gruesa lágrima.
    ¿En que momento el pibe se transforma en anciano? No lo encontré

    Espero haber colaborado, cómo lector, para tu revisión general.
    Un cordial saludo
    Amadeo

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