El Algarrobo

Aprovechó las vacaciones para hacer ese viaje. Las piernas le temblaban más por la sorpresa que por el cansancio. Estaba emocionado y aterrado a la vez.  Bajó del colectivo invadido por el color verde y el aire de las sierras cordobesas. Se sentó en una humilde silla del pequeño restaurante pidiendo lo que hacía años le imploraba su estómago: un asado.

El dueño del lugar reconoció sus facciones: ya las había visto antes. Lo abrazó con fuerza y se sentó a conversar mientras el asado se asentaba al fuego. El viajero le preguntó sobre el lugar al que tenía pensado ir; él le contestó que hacía mucho no se usaban esos caminos, que todos habían quedado en la historia. «Como mi pasado», pensó.

Una vez satisfecho tomó sus cosas. El dueño se despidió de él con la calidez que tiene un pueblo que no olvida, pero antes le entregó a Patricia (la mula), quien se encargaría de llevarlo hasta lo más que pueda.

La mula paró cuando los pastos comenzaron a ser altos. Él siguió su camino viendo cómo ella pegaba la vuelta. No importó que tan agudo gritara ni que se moviera de forma rara para llamar su atención. A Patricia «le chupó un huevo».

La vista era hermosa. Desde que comenzó a subir, se vio a sí mismo caminando de chico con su familia hacia el mismo lugar. Por más que las cosas habían cambiado, se sintió acompañado. Comenzó a correr cuando solo faltaban unos pasos, la emoción le salía en forma de lágrimas. Abrazó el algarrobo, como cuando tenía diez, y se quedó así un tiempo. Sacó de la mochila el equipo de mate viejo de su abuela y lo preparó. Se sintió más argentino que turista en su propia tierra. El mate lo invitó a hablar: de él, de lo que pasó después, de cómo se escapó con sus abuelos del país por la angustia, por el miedo a la incertidumbre, de sus ganas de volver a la Argentina que lo vio nacer y que, al mismo tiempo, le arrebató lo más importante.

El atardecer comenzó a despedirse, era hora de volver. Abrazó al árbol una vez más para cicatrizar una herida vieja con las mismas fechas que se encontraban talladas en el tronco: 1976, 1982. No importaba que no hubiese lápidas ni inscripciones; él sentía el abrazo de sus padres en aquel algarrobo.

Acerca de Ariel Graziani
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4 Respuestas

  1. Melisa Alexandra dice:

    Me gusta el destino final de este cuento. Con un trabajo más profundo de edición y corrección lo harías brillar. Lugares comunes sí hay en algunas expresiones, pero lo característico del artista siempre está en poder reinterpretar una misma realidad. Y yo leí eso.

  2. Mariana Vega avatar Mariana Vega dice:

    Hola Ariel, me gustó mucho. No me parece un tema trillado, menos cómo lo tocaste vos. A mi me emocionó al leerlo. Hay frases muy fuertes de determinantes. Por ahí puede que sobre lo de la mula, porque le da un pequeño toque cómico. Pero no se fíjate.

  3. José María dice:

    Yo también le sacaría lo de la mula, también tanto adjetivo, también lo del asado: no se pide un asado sino una parrillada. Lo de la dictadura ya es un lugar común. Soltate.

  4. Ariel:
    Muy buen relato.
    Claro, emociona si lo referimos al período nefasto de Argentina. Me pareció fuera de lugar (no aporta nada) la opinión de la mula.
    Se entiende lo sucedido a esa famila.
    Cordiales saludos

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