EL ACCIDENTE

            Don Francisco, como lo llaman en el barrio, terminaba de cruzar la avenida cuando sintió como una explosión a sus espaldas. Giró sobresaltado. Un enorme camión blanco arrastraba, por efecto de la inercia, al automóvil que había impactado, haciendo que fuera metiéndose debajo de la cabina. Finalmente, se detuvieron junto al quiosco de revistas de la vereda de enfrente. Los pocos transeúntes que andaban a esa hora, quedaron paralizados, impresionados por el choque. El gigante parecía haberse tragado al pequeño, que había desaparecido de la vista.

            De inmediato descendieron de la alta cabina, tres hombres vestidos de blanco que, haciendo señas, le indicaban al conductor la maniobra de retroceso que debía realizar. Muy despacio el semirremolque comenzó a desplazarse hacia atrás, dejando a la vista los restos de chapa de color rojo, algunos hierros y trozos de plástico negro, de lo que minutos antes era un auto particular.

            Francisco pensó que era un camión frigorífico, por su color y por la carrocería cerrada, pero no tenía ninguna inscripción ni logotipo que permitiera identificarlo. A medida que los restos del vehículo menor iban quedando a la vista, los hombres los iban juntando y los cargaban en la caja del camión, por una puerta lateral que habían abierto para tal motivo. Por último, aparecieron los cuerpos destrozados, del conductor y su acompañante, los que, para estupor de quienes observaban, también fueron cargados juntos con la chatarra.

            Varios espectadores filmaban con los teléfonos celulares o sacaban fotos de lo que estaba ocurriendo. Aparecieron también algunas filmadoras profesionales, que llevó a que don Francisco creyera que se trataba de periodistas. «¿Cómo se entera tan rápido esta gente de lo que está sucediendo? ¡Y cómo llegan de inmediato! Es increíble. Si pudiera volver a ser joven, me gustaría ser reportero».  Uno de los hombres que bajó del camión le indicaba al tránsito que debían desviarse hacia el otro carril, mientras terminaban de limpiar el lugar. Por suerte no había demasiado movimiento.

            El camión puso su motor en marcha, y quienes habían descendido de él, se apresuraron a subir. Lentamente, la mole blanca se puso en movimiento y desapareció a lo largo de la avenida. A la gente le tomó unos minutos salir de su estupor y proseguir su camino. Lo hacían con extrañeza, volviendo la vista hacia el lugar del hecho. Poco después, la esquina recobró su aspecto y su movimiento habitual. Don Francisco, al igual que los demás, retomó su marcha. Intrigado, se preguntaba: «¿Cómo no había llegado la policía? Tampoco apareció ninguna ambulancia. ¿Cómo esa gente había cargado los restos del auto, incluso los cuerpos de sus ocupantes? Nadie había intervenido para que eso no ocurriera. ¡Qué raro!».

             Estaba seguro de que en los noticieros de la noche se hablaría del caso. Tal vez en algún momento lo llamaran como testigo.

            Pero nada dijeron por televisión esa noche, y don Francisco se fue a dormir repitiéndole a su mujer, una y otra vez, los detalles de lo que había presenciado. Al día siguiente prendió la radio,  como cada mañana, pero esta vez con la esperanza oculta de escuchar algún comentario sobre el accidente. No quería aburrir a la gente con su historia y sus dudas, de modo que prefirió esperar. Ya aparecería el hecho en las noticias.

            El segundo día transcurrió sin novedad y tampoco dijeron nada el tercero ni el cuarto. El anciano decidió volver al lugar. Cruzó la calle y se dirigió al kiosco de revistas para interrogar al vendedor, pero se sorprendió cuando no lo encontró porque no trabajaba más allí. Don Francisco se quedó mirando el piso. Mientras su mente pensaba en un complot, su vista recorría el lugar donde estuvieron los cuerpos de los infortunados y el sitio donde el camión se estacionó para cargar con todas las pruebas del choque. Concienzudamente, como un sabueso desconfiado y eficiente, revisó el cordón de la vereda y caminó sobre el asfalto, esperando obtener alguna respuesta. Luego observó el punto de la esquina donde se encontraba parado en aquel momento trascendente de su vida, hasta que sus ojos fueron a dar con un pequeño objeto rojo que se escondía debajo de la estructura del quiosco. Se agachó lentamente y lo extrajo de allí. Era un trozo metálico de la carrocería. Tan solo una chapita de unos cinco centímetros de largo pero con el espesor suficiente y el color adecuado como para probar que no había sido una alucinación senil.

            Con la prueba en mano, se dirigió a las oficinas del diario Crónica, pero allí le dijeron que no había nada en sus registros. Le preguntaron algunos detalles y se comprometieron en investigar. Luego se encaminó hasta las dependencias de Clarín. Allí negaron que pudiera haber ocurrido un accidente ese día, a esa hora y en ese lugar, que de lo contrario lo tendrían registrado. Por último, pasó por La Nación, con igual resultado que en los anteriores. Desconcertado y de mal humor, no tuvo fuerzas para ir a otros periódicos, donde, estaba seguro, obtendría las mismas respuestas. Prefirió ir directo a la policía de la ciudad. Allí deberían tener las filmaciones de las cámaras de seguridad. Pero tampoco en esa dependencia tuvo éxito. Le contestaron que lo registrado por esas cámaras es monitoreado en el centro de seguridad y que nada se había registrado en esa esquina el día de referencia. Tampoco se habían otorgado permisos para filmar películas o publicidades.

            Llegó tarde y cansado a su casa. Su mujer, preocupada quería saber lo que había averiguado. Francisco le contó todo, con lujo de detalles y le mostró el trozo de metal pintado de rojo que guardaba en su bolsillo. Se sentaron uno junto al otro. Se miraron en silencio. Ella, en un gesto compasivo, lo tomó de las manos. Don Francisco seguía aferrado a la prueba que consideraba el único vestigio de una realidad que no se develaba. Por último, levantó la cabeza con aire de resignación y dijo:

            — ¡Vaya uno a saber a qué cosa pertenecía este pedazo de chapa colorada!

            —Pero, ¿cómo viejo?, ¿no dijiste que era del auto siniestrado?

            —Ya no estoy tan seguro. Como no salió en ningún lado… No sé si esa pantalla refleja el mundo donde vivimos o vivimos en el mundo que ella nos muestra. Somos millones en la ciudad y sin embargo cada uno está solo, a merced de los manipuladores de la verdad. O tal vez sean los años, que me hacen una mala jugada. ¡Vaya uno a saber de qué cosa era este trocito de chapa colorada! —Resignado y pensativo dejó pasar los minutos hasta que el sonido del timbre de calle lo sobresaltó.

            — ¡Viejo!  —le gritó su mujer mientras se acercaba apresurada desde la puerta—. Son dos hombres que quieren hablar con vos. Dicen que les parece haberte visto, el otro día, mirando el accidente.

14 Respuestas

  1. Damian dice:

    Sencillo pero atrapante y un buen final abierto!

  2. Vicente Padilla dice:

    Muy bueno. Tirando a Thriller. Me deja la sensación de querer saber más sobre este apasionante cuento.

  3. Ernesto Aloy dice:

    Linda la historia

  4. Muy interesante como termina el cuento cuando ya creía que era una mala jugada de la edad.muy bueno

  5. Gustavo Silva dice:

    Buenísimo como todo lo que escribes . Yo le pondría un poco de relato y llevaría para cine . Publica los otros que cuentos que escribiste .

  6. Andrea dice:

    Que buena historia digna.de una película de suspenso y policial,, el final??? Mmmm quiero más de este.final…

  7. María Nannini dice:

    Narración atrapante. El final abierto me encantó.

  8. Vicente Padilla dice:

    Me encantó la narración, y, sobre todo ese final tan acorde a como se venía desarrollando el cuento. Felicitaciones

  9. INTIHUASI dice:

    ME GUSTO EL CUENTO. UN FINAL ABIERTO, CON EL CUAL QUE LOS LECTORES PODEMOS JUGAR DE ACUERDO A NUESTROS GUSTOS E IMAGINACIÓN. YA ELEGÍ MI FINAL. FELICITACIONES

  10. María Teresa del Viso dice:

    Me pareció inquietante la idea que plantea sobre la manipulación que sufrimos a través de los medios de comunicación.Me gustó el suspenso que se crea al final del cuento. Dispara la imaginación de los lectores sobre quiénes vienen y a qué vienen.Muy bueno!

  11. Zulma Chiappero dice:

    Muy bueno. Ingenioso. Bien tratado el estado de una sociedad que se ha quedado atrapada por la tecnología olvidándose de qué está formada por seres humanos

  12. El cuento me parece ingenioso, siniestro y muy bien desarrollado. Esperaba un final acorde con él. No está nada mal, pero puede estar mejor.

  13. Graciela dice:

    Me gustó, muy divertido y sobre todo el final.

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