Cuidado con lo que deseas

El relinche del caballo se hacía oír. Las damas de la reina, excepto una, marcharon y desaparecieron en la oscuridad del pasadizo. Se sintió el eco rechinante de la puerta al abrir. Enrique VIII avanzaba lentamente frente a la habitación fosca, mientras la primera dama de la reina encendía pequeños luceros que le daban la claridad que necesitaba el cuarto. Los ojos color mar del rey se encontraban tiesos, atrapados bajo el magnetismo constante que emanó desde siempre su amada Bolena. Con sus manos la acarició con un deseo inquietante apreciando cada detalle; desde la fina tela y la suavidad del corsé hasta la exquisitez de su piel, alcanzando a sentir el preciso filo de espada que horas atrás habría fragmentado su cuello.

***

Make a wish fue el nombre del local que llamó la atención de Vicky Xipolitakis. Hacía algunas horas se encontraba perdida en Londres y era momento de pedir ayuda. Entró al lugar: una anciana se encontraba sentada cabizbaja frente al escritorio lleno de libros viejos.

—Disculpe, ¿me podría ayudar? —dijo Vicky en castellano, y después en inglés,al recordar que estaba en Londres.

La anciana levantó el dedo señalando la silla que se encontraba al frente. Ella se sentó. La mujer levantó la mirada pidiéndole la mano. Una vez que ella se la entregó, asustada, comenzó a examinarla.

—¿Qué es lo que ve?

La anciana levantó la mirada por segunda vez dirigiéndose a los ojos de Vicky. El olor a incienso y la música celta parecían sentirse más intensos que cuando llegó.

—¡Peligro! —exclamó la adivina, que no dejaba de sostenerle la mano.

—Ay, no, pará, ¿eso es bueno o malo? —dudaba Vicky mientras intentaba recordar el significado de la palabra—. ¿Peligro?, ¿con qué?

—Destino —respondió la anciana con su voz ronca y devolviéndole la mano—. ¡Pide un deseo! –exclamó exaltada.

«Un doble cuarto de libra sin cebolla», fue lo primero que se le vino a la cabeza antes de que un anhelo antiguo golpeara por sorpresa.

—De chiquita soñaba con ser reina.

La anciana cerró los ojos mientras negaba en silencio con la cabeza. Se acercó a Vicky y, antes de poder emitir palabra alguna, sintió el reposar fogoso de la mano sobre su hombro. Un ardor intenso comenzó a quemarle por dentro como si se prendiese fuego. Sus ojos miraron por última vez a la señora que sonreía, desdentada, antes de arder en llamas y desvanecerse sobre el humo para dejar la habitación como al principio.

***

Abrió los ojos: hoy era el día. Las damas comenzaron a vestirla. Sintió un nudo en la garganta. Tomó entre sus manos el collar con la B y la apretó con fuerza mientras miraba por la ventana al rey, que escaba en su corcel. «Cobarde», se atrevió a pensar con ira.

Un ruido se sintió dentro del cajón. La reina tomó coraje mientras las demás se echaron atrás. Levantó la tapa.

—¿Cómo has llegado aquí, intrusa? —preguntó la reina.

—Mirá, si te lo digo, te caés sentada —dijo Vicky levantándose—.Estaba en Londres tomando un frapuccino y caminando de acá para allá. Entre tienda y tienda, me perdí. Entro a un local para pedir ayuda y me atiende una anciana. Me agarró la mano, y me la empezó a leer…

—Una hechicera —murmuró una de las damas de la reina.

Vicky la miró de arriba abajo desaprobando con dicho acto su vestimenta.

—Exacto, lo que dijo la arisca a la moda, una hechicera. La verdad no sé lo que me dijo, porque no le entendí. Después dijo que pidiera un deseo. Yo en lo primero que pensé fue en comida, pero después me acordé de que estaba a dieta, y respondí lo que quería desde niña.

—¿Y qué era? —preguntó una de las mujeres con intriga.

—Ser reina, claro. ¿Quién no quiere eso de niña?

La reina esbozó una pequeña sonrisa recordando su infancia, en la que se había perfeccionado para algún día convertirse en lo que era hoy. Aunque había palabras de la boca de la intrusa que no comprendía, sintió cierta confianza en ella.

—No me has dicho tu nombre.

—Victoria Xipolitakis, ¿Y el tuyo?

—Ana Bolena, reina de Inglaterra. Victoria, ¿estarías dispuesta a ser reina por un día?

—Nací para serlo —dijo, segura.

La soberana dio la orden: comenzaron a vestir a Vicky con los atuendos de Ana. Estaba feliz mientras intentaba descifrar dónde había escuchado el nombre de aquella reina tan simpática.

Llegada la hora, las damas acompañaron a la nueva reina a presentarse ante el público; le habían ocultado el rostro con un velo. Podía sentir a la muchedumbre mientras subía las escaleras. Se sintió ansiosa al recordar el discurso que tenía preparado. La brisa fresca de Londres acariciaba sus manos mientras la hacían arrodillar. Un silencio hueco, seguido del filo de la espada, fue lo último que pudo presenciar.

En la oscuridad de la noche, el rey comenzó a llorar sobre su amada, mientras la primera dama, en silencio, cerraba la puerta apretando con su mano el collar de la B, que nunca la haría olvidar quién era.

7 Respuestas

  1. María Elisa Rivarola dice:

    El toque cómico, creo, esta muy bien logrado, me sacaste una sonrisa. El cuento es atrapante, muy bien redactado. Felicitaciones!!!

  2. Ariel Graziani dice:

    Valoro sus comentarios. ¡Muchas gracias!

  3. Mariana Vega dice:

    Me gustó mucho tu cuento Ariel, es MUY original. hay que tener mucha imaginación para unir a dos personajes tan dispares y en épocas tan distintas. Felicitaciones mi niño!

  4. Amadeo Belaus dice:

    Me gustó la evolución del texto: la primera parte “histórica”, no sabía a donde me llevaba. Luego lo supe. Muy buenos los pasajes de tiempos y sus identificaciones. Dudo sobre si es conveniente el uso de un personaje real (Quien no sabe quien es Vicky, se pierde y distrae).
    Encontré (tal vez) demasiados gerundios
    Felicitaciones

  5. Santos Ionadi dice:

    Muy bueno Ariel, quedó bárbaro el cuento. Abrazo.

  6. María Elena Imberti dice:

    Me encantó! Atrapante, divertido, original… Increíble cómo el autor reunió en la misma escena a dos personajes tan distantes (en tiempo, espacio, envergadura..).

  7. Ada Salmasi dice:

    Muy bueno, me gusta como describís Londres en dos épocas distintas con pocas frases.
    Tal como personificas a Vicky, sobra preguntar el porqué de de la ingeniosa elección.

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