Bon appetit

Acomodó la última servilleta y se sentó. Le encantaban las reuniones sociales y cocinar para los amigos. Cualquier motivo era bueno para una juntada. Patricia esperaba que Rubén le dé una mano. Nunca lo había hecho en 30 años, pero ella igual le reclamaba.

Esa noche se reunían con otros cuatro matrimonios. ¡Y a su marido se le había ocurrido invitar a su madre! Y la había traído el día anterior para que “la ayude”, cuando la mejor ayuda era que no la trajera. Ella, para no fumársela, invitó su padre. Juntaría a los dos viejos, ambos viudos, para que se entretengan juntos y no jodan.

Se pasó toda la tarde cocinando, a pesar que el día anterior había dejado cosas preparadas. Se había esmerado en el sushi. Esta vez había innovado con uno de camarones fritos rebozados en panco, el pan rallado japonés, que le daba un toque especial.

La cena transcurrió amena, hacía mucho que no se veían, y todo era un enredo de noticias. Todos hablaban, pero pocos escuchaban. Los abuelos se habían integrado como podían en las conversaciones, pero parecían contentos.

Los dos viejos competían en dolencias y sufrimientos. Si a uno le dolía la rodilla, al otro le dolía la rodilla, la cadera y la espalda. Si uno había tenido un accidente, el otro había tenido tres.  Ni hablar cuando la charla viró a la maravilla de los hijos y nietos de cada uno.

Patricia, que ya había logrado relajarse, se divertía escuchando la conversación. No había sido tan mala idea invitarlos. Ahora competían por cuál de los recipientes que contenían las cenizas de sus difuntos esposos era el más adecuado.

—Mi esposo está en una cajita de cristal. Yo lo saludo todas las noches antes de irme a dormir—dijo la suegra de Patricia.

—Ah, yo no puedo hacer lo mismo. A mí me daba impresión tenerla en casa hecha cenizas, así que la tiene mi hija.

—Y, ¿en qué recipiente están los de su mujer?

—En una lata, pero no sé dónde está. Hija, ¿Dónde la tenemos a mamá? —preguntó dirigiéndose a Patricia.

—En la lata que está en la …Ah, no está. Ayer vino la empleada la debe haber cambiado de lugar. Ya la busco—le respondió la hija.

Patricia no tenía ganas de levantarse, pero quedó intrigada con la lata que faltaba. Siempre estuvo en la repisa del living. Miró rápidamente otros muebles, pero no vio la lata floreada. Se fue a la cocina, la encontró en un estante arriba de la mesada.

—Acá está. María la puso en otro lugar cuando limpió—le dijo a su padre, mientras le mostraba el recipiente.

La vieja se puso pálida de repente, empezó a transpirar.

—¿Usted también se impresiona? ¿Se siente mal? —le preguntó el viejo en cuanto le vio la cara.

Patricia la vio y le gritó a su marido: ¡Llamá a Ecco!

Rubén llevó a su mamá al dormitorio inmediatamente después de llamar a la emergencia. Al rato volvió al comedor y llamó a su esposa.

—¿Está muy mal? —preguntó ella.

—No, está bien. Quiere hablar con vos, se mandó una cagada.

—¿Qué pasa Delia?

—Nena, ¿Vos comiste del sushi ese de los camarones?

—Sí, ¿vos crees que eso te hizo mal?

—No, yo no comí de ese. Pero… yo te quise ayudar ayer, y agregué más pan rallado a la preparación. El de la lata floreada.

Patricia la miró expectante. Se negaba a creer lo que su suegra le decía. Mil ideas se le cruzaron por la cabeza: gritarle, zamarrearla, llevarla a la rastra al comedor. «Vieja hija de mil putas”, pensó. ¡Y ella, que había hecho el esfuerzo de integrarla! Salió de la habitación sin decir nada de lo que pensaba. Dió un portazo. Se cruzó con Rubén en el pasillo que hacía esfuerzos por no reírse.

—Que cagada, mamá por ayudar, metió la pata. No te enojes, no es para tanto. Nadie se va a enterar—trató de tranquilizarla Rubén.

—Nadie se va a enterar porque “tu mamita” no sale más de la habitación. Lo único que falta es que ahora nos traten de caníbales. Y que te quede bien claro, que no la quiero ver más en esta casa, a no ser que sea parte de una milanesa.

7 Respuestas

  1. Silvia Liberati dice:

    me encantó.

  2. Ada Salmasi dice:

    Já já ¡tenía que ser la suegra metida!

  3. Mabel dice:

    Gracias Guillermo! Y no, porque ahora estás con los noveleros!

  4. Isabel Roura dice:

    “No te enojes, no es para tanto” me parece genial, me hace reír cada vez que lo leo. Muy entretenida la lectura, Mabel.

  5. Me encantó. Felicitaciones Mabel, hace tiempo no leía nada tuyo. No dejes de publicar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Contenido exclusivo para quienes pertenecen a nuestros talleres.