Lydia Davis – UN HOMBRE EN NUESTRA CIUDAD

Un hombre en nuestra ciudad es tanto un perro como su amo. El amo es imposiblemente injusto con el perro y hace de su vida una miseria. Un minuto quiere jugar con él y al otro minuto lo golpea por ser tan indisciplinado. Lo golpea severamente en la nariz y el lomo porque durmió en su cama y dejó pelos en su almohada, por otro lado también hay tardes en las que se siente sólo y agarra al perro para acostarlo a su lado, pero el perro tiembla de miedo.

Pero la culpa la tiene solo un lado. Nadie más toleraría un perro como este. El olor de este perro es tan amargo y putrefacto que es más horrible y agresivo que el perro mismo, el cual es tímido y se orina incontrolablemente cuando lo toman por sorpresa. Es una criatura desagradable y molesta.

Aún así el amo apenas podría darse cuenta de esto, pues con frecuencia bebe sólo hasta caer rendido y pasa la noche enroscado contra la pared de un callejón.

Al atardecer lo vemos trotando con facilidad por los límites del parque, con la nariz al aire; baja la velocidad y camina y da vueltas en círculos para rastrear un olor, rasca su barbilla y saca un cigarro, lo prende con las manos temblorosas y luego se sienta en una banca después de haberla limpiado con una servilleta. Fuma en silencio hasta que el filtro de su cigarro empieza a quemarse. Entonces una incontrolable ira explota en su interior y comienza a golpear su cabeza y golpea sus propias piernas. Cuando se cansa, mira al cielo y aúlla frustrado. Solamente a veces, en esos momentos, acaricia su propia cabeza hasta sentirse mejor.

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