Máquina maravillosa

Publicado en los diarios Perfil y La Voz del Interior

Entró al recinto y el mundo quedó atrás. Allí sólo eran él y eso que tanto necesitaba: la raja que latía sin parar, ávida, provocándolo. “Metela. Metémela toda, maricón”, le ordenaba, latiendo desesperadamente con su luz destellante.

No se hizo esperar. Hundió su mano en el pantalón y hurgó. Con los ojos llenos de chispas, hizo aflorar su tarjeta, rígida y preparada. “¿Maricón? Tomá, a ver si te la bancás” y se la mandó hasta el fondo. Tecleó códigos, opciones y montos hasta que el cajero automático no pudo más. Comenzó con un siseo mecánico y, extasiado, abrió su boca generosa para besarle la mano con su lengua de billetes. “Máquina maravillosa”, le susurró el hombre, mientras extraía la tarjeta de sus entrañas mecánicas. Con el saldo fláccido, le hizo un guiño de ojos. Estaba agradecido por el coito. A través de la lente de su cámara, el aparato le devolvió una mirada digital.

Abrió la puerta. Al salir, se cruzó con otro cliente que entraba. Intercambiaron miradas fugaces y se sintieron hermanados, en un acto tan íntimo, que necesitaban contraseña para validarlo.

 Caminó unos pasos y volvió a meter la mano en el bolsillo. El fajito de billetes estaba ahí, agazapado. El cielo y la tierra eran suyos, más no fuere mientras le durase. “…Pero el cielo para después”, pensó. Sabía que tierra y carne son hijas de una misma pulsión.

Abrió el diario y lo hojeó hasta dar con el redondel rojo. Lo había dibujado a la salida del laburo, en el ejemplar que se había afanado de Administración. Si movía la página, parecía que latía. No era un corazón, pero le puso el suyo a mil. La gatera estaba a tres cuadras. Cuando llegó, los ojos se le volvieron a llenar de chispas.

Abrió la puerta. Al entrar, se cruzó con otro cliente que salía. Intercambiaron miradas fugaces y se sintieron hermanados, en un acto tan íntimo, que no necesitaban contraseña para validarlo.

 Sin mirar la carta, pidió el mejor champagne. Sin mirar el book, la mejor máquina “…y la mejor habitación. Con jacuzzi, un plus, ¿tenés acá?”. En el camino se tragó una azul, a fuerza de saliva.

El mundo volvió a quedar atrás. En la pieza sólo fueron él y la “máquina maravillosa” que había rentado.

La secuencia se repitió, pero a medias: su boca nunca cosechó un beso, “la próxima, te tomás el palo”; y el guiño de sus ojos agradecidos fue retribuido con una mirada más acerada que la del cajero.

Aún así no le importó. Terminaba el día colmado de coitos y borracho. Recostado en el césped del parque, se sentía más contento que feliz.

Cuando las estrellas dejaron de pestañear en su cabeza, supo que era momento de dejar atrás la tierra y ponerse a conversar con ese cielo que llevaba largos minutos contemplando en silencio.

“Yo sé que también me estás mirando, pero estás tan lejos”, le dijo con voz pastosa, asombrándose de su capacidad filosófica.  

Comenzaba a refrescar. Se abrochó hasta el último botón de la camisa, perfumada con transpiración y champagne. Estornudó un par de veces. Se pasó la manga por la nariz y continuó: “Tan lejos que no me provoca ir a donde estás y decírtelo en la cara. No tenés entrañas que conviden orgasmos. Ni siquiera carne que me hermane. Pero lo mismo dejame decirte que sos una máquina maravillosa… ¡Verdaderamente maravillosa!”, gritó.

Una estrella parpadeó. Fue menos de un segundo, pero suficiente para que la felicidad lo cubriera con un orgasmo que iba de la planta de sus pies hasta la punta de su alma. El cielo acababa de guiñarle un ojo.

5 Respuestas

  1. Lucia Nadal dice:

    muy bueno!

  2. Sandraar55 dice:

    Metáfora literaria.Un saludo

  3. Raquelagero dice:

    Buenisimas las metaforas….en realidad el cuento todo es una metafora…

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