Rick´s Cafe

Vagó por las callecitas de Casablanca hasta encontrar el lugar. Sentía las manos heladas y la punta de su pequeña nariz muy fría, aunque transpiraba por los nervios y la ansiedad: un cartel gigantesco con algunas letras apagadas de neón, en un turquesa descolorido, anunciaban que había llegado al Rick’s Cafe Americain.

Una vez adentro, vio que el local estaba vacío, en penumbras y en silencio. Buscó sentarse para mirar sin ser vista en una de las mesas más alejadas que estaba oculta tras las columnas, cerca de las esquinas del salón y apenas iluminada por la tenue luz de una lamparita decorada con caireles.

El único camarero dejó de pasar el trapo sobre el mostrador y se acercó para tomarle el pedido:

—¿Qué le sirvo?

—Un whisky, por favor.

En el mismo momento en que el mozo regresó con el vaso, un anciano negro y obeso, vestido con un frac que ya no podía ocultar manchas e hilachas, se sentó al piano y comenzó a tocar una melodía empalagosa. Verlo la llenó de tristeza: evocaba un pasado glorioso que ahora solo mostraba reliquias despojadas de sentido.

La chica levantó el vaso, fijó la vista en los hielos e hizo un fondo blanco para tomar coraje. Cerró los ojos para recordar que ella, Fleur, hija de Ilsa Lund, se presentaba en el cabaret de su padre para exigirle esa parte de la vida que él y su madre le  habían negado. Llegó persiguiendo un juramento obstinado para ajustar cuentas con su destino y ya no podía volverse atrás. Sabía que solo Rick, su padre, podría responder a las miles de preguntas que se había hecho toda su vida.  

Ni bien el músico dejó de tocar, se levantó y fue a pararse a su lado.

—Busco a Rick —dijo Fleur.

El pianista, como si no la hubiese visto ni oído, comenzó a tocar una nueva melodía.

—Sam, busco a Rick Blaine —repitió ella, con la voz entrecortada.

El músico, sin levantar la vista del teclado ni dejar de tocar, esbozó media sonrisa y dijo:

—Señorita, el gran Rick Blaine está muerto.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y quedó paralizada. Desvió su mirada hacia una de las  paredes, tratando de ocultar la mezcla de pena y enojo que se le hacían un nudo en la garganta.

Un espejo manchado le devolvió su reflejo y se sintió estúpida. Tenía puesto el mismo sombrero que usaba su madre el día en que se despidió de Rick para siempre, creyendo que tal vez, al usarlo, aquel se daría cuenta de que era su hija sin que le dijera nada; se había imaginado ser la princesa de Casablanca, vestida de gala todas las noches para recibir a los clientes, mientras jugaba a ser una Mata Hari tras bambalinas.

Pero la guerra había terminado hacía más de treinta años y ella se había convertido en una solterona amargada dedicada al cuidado de una madre depresiva y manipuladora, que de niña, no la acunó con cuentos de hadas, sino con lágrimas de abandono y corazón roto.

Eso sí, su madre nunca le mintió; le dijo que Rick era su padre y se lo recordó cada vez que pudo, tal vez porque eso le dio argumentos para dar pena. Fleur siempre se sintió desconcertada: su madre podía obnubilarla con los relatos de su glorioso pasado y al mismo tiempo, despertarla a la realidad mostrándose un despojo.

Fleur estaba convencida de que Rick era el culpable, porque dejó ir a su madre sin cuestionarlo, con la excusa de salvarla e Ilsa, al cumplir su promesa de nunca olvidarlo, se dejó morir en vida. Porque París nunca fue su salvación sino una condena que no solo purgó ella sino todos los que la rodearon, desde Lazlo, de quien se separó apenas llegó de Casablanca, y su hija, hasta el final de sus días.

El suicidio de Ilsa precipitó su decisión de venir a confrontarlo. Vendió todo lo de la muerta, salvo el sombrero de ala que usó al salir de Casablanca. A las fotos que congelaban la belleza de juventud de su madre, las quemó en una cacerolita en la cocina del departamento antes de ir al aeropuerto y embarcar hacia Marruecos.

La voz gruesa y arenosa de Sam la sacó de su ensimismamiento. Como era costumbre, sin que nadie lo pidiera, el músico volvió a tocar esa canción:

You must remember this

A kiss is just  a kiss

A sight is just a sight

The fundamental things apply

As time goes by

Ella se secó las lágrimas y regresó a su mesa. Pidió otro whisky antes de salir a tomar un taxi que la llevara al hotel. Huía sin mirar atrás, porque ella no era otra cosa que la síntesis de la cobardía, de esa cobardía disfrazada de renuncia heroica de sus padres, pero vacía, solitaria y mortal. Y eso era lo único que había aprendido de ellos.

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4 Respuestas

  1. Marcos Festa avatar Marcos Festa dice:

    Muy buen cuento, buenas descripciones ( a Sam lo estoy viendo), excelente la ocurrencia de la situación pos-película. Bien podría llamarse lo que callamos los extras, jajaja. Muy bien trasmitido el sufrimiento de la protagonista. Felicitaciones!!!

  2. Pauli! Qué buen cuento! Jugando con la intertextualidad, imaginando eso que pasó después! Las descripciones y los diálogos impecables, como siempre… Te felicito!

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