Sé impecable con las palabras

Estaba en el bar haciendo tiempo para ir al teatro. Había terminado dos cafés y leído –gratis– el diario, cuando entraron tres jóvenes –no tan jóvenes– y se sentaron a la mesa frente a la mía. Conversaban en voz alta. Mi curiosidad se despertó y presté atención a sus palabras.
—¡Mozo!…, tres cafés dobles —llamó el más alto, el de campera clara.
—¡Es bravo este profe!… Insiste en corregirme siempre lo mismo —dijo el de cabellos despeinados.
—Bronson…, ¿a vos te corrigió, otra vez el asunto de los diálogos? —preguntó Denzel, con voz quejosa y prosiguió—: A mí también: aseguró a los míos les falta poder, que son muy largos, que dicen poco y mal.
—Sí, Denzel… El profe insiste en que no son reales, que así no se habla en la calle. Pero yo digo: en la calle no, pero sí en mis cuentos en los que hay ¡cada personaje! —aclaró sin poder terminar a causa de una carcajada incipiente.
—Y a vos Magda, ¿qué te corrigió?, ¿también sobre los diálogos?
—No… A mí me sugirió que intentara mostrar más las emociones de los personajes y que ellos usaran los cinco sentidos, que así los haré más humanos… ¡Qué fácil es decirlo! —comentó ella, con una suave sonrisa femenina—. Me recalcó que sea impecable con las palabras… No sé si podré —agregó, ya seria.
—Conversemos sobre cómo escribir diálogos, así nos ayudamos entre nosotros —propuso Bronson—. Lo discutimos y aprendemos, ¿quieren? —Y bebió un poco más de café.
—De acuerdo —aseguró Denzel—. En la devolución de mi texto, insistió sobre los incisos, las acotaciones, verbos, comillas y todo lo demás. El curso es caro pero bueno. ¡Dale, hablá vos!
—Tenés razón: el profe es crítico y exigente…, y así debe ser. Te comento que el diálogo directo, ese que lleva guiones al iniciar cada parlamento, es el mejor porque el personaje se muestra tal cual es, interactúa con los otros, dice sus propias verdades…
—Sí y además hace creíble el cuento, pues son ellos los que opinan y entonces el lector los «escucha». Pero ¿cuándo debo usar esas rayas? ¿Vos lo tenés en claro? —preguntó Denzel, con leve angustia en la voz.
—Creo que sí. Tomá este viejo apunte. —Le entregó una hoja ligeramente arrugada—. Mis dudas son sobre las acotaciones: si deben ser concisas o bien explicativas de la situación, de las emociones, etcétera.
—Según el caso… supongo. Lo importante sería que se ajustasen al momento de la conversación. Debería entusiasmar al lector y ubicarlo. Por eso deben usarse palabras comunes, no de científicos o eminencias lingüísticas, siempre acorde a la cultura de los personajes y de la época en que transcurren las escenas.
—Creo que tenés razón, pero… ¿inciso es lo mismo que acotación? Además, no estoy tan seguro si cada diálogo comienza con el guion largo y en renglón nuevo —preguntó Bronson, mirando a la compañera que parecía poco atenta.
—Sí, Bronson, son lo mismo y cada personaje habla en el renglón siguiente… Magda, ya vamos a hablar de tu cuento… Tené paciencia —Y miró cómo ella asentía levemente con la cabeza.
Tras un breve silencio, mientras me parecía que meditaban, Denzel llamó al mozo. Pidió otra vuelta y algunos bizcochitos. Yo aproveché para acomodarme en la silla y mostrarme aburrido, y con disimulo miré hacia la calle. Cuando llegó el pedido y se retiró el mozo, prosiguieron conversando los tres futuros escritores.
—Che, hay otros estilos para escribir diálogos: está el indirecto y el indirecto libre. ¿Qué me podés contar de estos? —preguntó Denzel.
—De esos sé poco. Está explicado en la hoja que recién te di. Lo leí, pero no entendí mucho. Estudialo y después me lo explicás.
—¿Por qué no le pedimos al profe que nos dé suficientes ejemplos prácticos? —incursionó Magda con voz colaborativa.
—¡Buena idea! —exclamaron al unísono los hombres.
—Bueno, vamos. Ya es tarde —propuso Denzel al mirar el reloj y comenzó a levantarse.
—No…, ¡pará!… Tengo una mejor idea: yo grabé lo que hablamos. ¿Y si lo transcribimos, corregimos y se lo presentamos como un ejercicio? Estaría bueno, ¿no?
—De acuerdo, háganlo ustedes —aceptó Magda—, pero… ¿y mi tema?, ¿quién me ayuda? Ustedes solo piensan en ustedes mismos. ¡Por favor!… Utilicen sus cincos sentidos. ¡Estoy frente a ustedes!… Se los aviso por si no lo sabían. —La cara de Magda se había tornado tensa y el enojo comenzaba a desbordar por sus ojos.
—Tranquila, amiga. Terminamos lo nuestro y te ayudamos. Propongo que vayamos a la biblioteca y allá, tranquilos, lo redactamos en mi notebook. Imprimimos dos copias y después ayudamos a Magda. ¿Les parece? —consultó Bronson sonriente, como un triunfador.
—¿Y yo qué hago?
—Vos, Magda…, nos ayudás a corregir y después colaboramos con vos sugiriéndote diferentes ocurrencias y seguro que te serán suficientes, pues sos genial como escritora —sugirió Denzel con tonos relativamente falsos—. Entre los tres usaremos los cinco sentidos y el sexto también. Nos emocionaremos hasta las lágrimas… —agregó para finalizar con una risita sin gracia para nadie.
Sin la aprobación explícita de Magda, llamaron al mozo, abonaron y comenzaron a recoger sus abrigos, la notebook y abandonaron el bar.
Algo desconcertado por ese final tan abrupto e inesperado, miré mi reloj. «¡Es tardísimo!», balbuceé y llamé al mozo. Aún perturbado, le dejé demasiada propina y salí. Sabía que no llegaría al teatro. «Será la próxima función», pensé y entonces decidí regresar a casa.
Ya en camino me surgió una pregunta sin respuesta inmediata…: «¿Y si pruebo asistir a un curso de escritura?». Me detuve antes de cruzar la calle: me bullía la cabeza llena de ideas y pareceres: «Suena interesante el saber escribir bien. Me gusta leer y podría redactar cuentos fantásticos para que otros lean y conozcan el poder de la creatividad. Sí, lo voy a pensar en casa… No, mejor vuelvo y les pregunto a ellos dónde estudian».
Regresé: aquella mesa estaba desocupada, como lo supuse al instante de abrir la puerta. Me acerqué al ver en el suelo una tarjeta: «Taller virtual Los tertuliantes cordobeses». La guardé en mi bolsillo y decidí esperar la segunda función frente al teatro.

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