Papi

Empecé a chillar como cerdo en el matadero cuando el preservativo negro en que se había convertido mi novio prendió el estimulador anal.

Mi mente divagaba en un intento por escapar; retazos de memorias relampagueaban en mi psique. Giré la cabeza y vi a Felipe en un rincón.

Papi me regaló un osito. Era un osito hermoso. Le puse Felipe. Me lo dio en mi cumpleaños número diez. Cuando escupí la torta que me había hecho mamá, papi me tiró al suelo y comenzó a patearme. Luego me abrazó, me dijo que me amaba, pero que tenía que portarme bien, que no era justo que despreciase la torta que mamá había amasado toda la mañana. Después, me fue a comprar el osito. Me puse a llorar, no me lo merecía.

La máquina emitía un sonido metálico a medida que me introducía el estimulador. Nico, mi novio, se acercó a mí con la daga. La apoyó y comenzó a arrastrarla por mi torso causándome heridas superficiales. Estaba bañado en mi propia sangre, tanto de la que manaba de los cortes como de la que sacaba la máquina de mis entrañas. El sudor se entremezclaba con ella y penetraba en mi cuerpo, lo que me causaba escozor. El dolor era muy intenso.

Mi papi era un ángel. Era mecánico. Tenía manos con callos por su trabajo, el que hacía para darme lo mejor. Él era mi todo. Agradezco que conociera a Nico cuando él murió; si no hubiese muerto de hambre o de soledad. Soy muy afortunado.

Nicolás comenzaba a lamer la sangre de mis heridas y de mi interior. Gemía. Se relamía. De su traje de látex negro, surgía una erección. Él era mi dominus, mi dios. Me había dado todo y yo no tenía nada para darle; hasta la comida que le hacía causaba en él tal repugnancia que arrojaba los platos contra la pared. Era mi culpa que él fuese infeliz. Pero al menos podía darle mi cuerpo.

Cuando mi papi murió, supe que había sido mi culpa. Yo lo hacía muy triste. Él nunca pudo cumplir sus sueños por tener que hacerse cargo de mí. Eso me dijo antes de que su cabeza volase.

Tomó mi sangre y la usó para lubricar su gran erección. Se estaba masturbando. Me sentí feliz. Él lo estaba disfrutando. Lo que hacía valía la pena. Sentí cómo mi cuerpo se convulsionaba de placer. Mi placer era el suyo. Grité aún más fuerte.

En el momento del clímax, perdí la conciencia.

* * *

Desperté al otro día, pero no era el mismo. Algo había cambiado en mí. Me encontraba en el hospital. El médico me explicó que había sufrido una hemorragia severa y que había estado al borde de la muerte. Eso yo ya lo sabía, incluso sabía aún más. No había estado al borde de la muerte, había muerto y allí me encontré con Dios.

Me di cuenta de que siempre tuve un papi, uno que nunca moriría. Él me había dado todo y yo ni siquiera creía en su existencia. Desde ese entonces en adelante, consagraría mi vida a Él. Ahora solo quedaba una cosa por hacer.

* * *

Mis manos sangraban; había tenido que purificarme por el pecado que había cometido. Primero me froté lejía varias veces y luego agua bendita. Sabía que no era suficiente, pero mi Papi, mi Dios, me perdonaría. Él siempre lo hace.

Soy un nene malo. También maté a Nico. Su cabecita voló como la de papi. Pero no tuve opción, mi Papi solo puede ser uno y Él había estado mucho tiempo sin que yo lo amase.

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