Mi búsqueda

I

 

Tengo una imperiosa necesidad de subirme a un avión. Soy escritora de viajes. Estos últimos cuatro años trabajé en África. Conviví con Mauricio, periodista como yo, los dos últimos. Antes de regresar a Boston, sin nada que lo hubiese anunciado, me dijo que quería tomarse un tiempo en nuestra relación. Estaba seguro de que me amaba, pero no tan seguro de querer seguir viviendo conmigo. Quedé sin respuestas. Cada uno volvió a su antiguo departamento.

Hoy me llamó mi editor. Quiere que vaya a Florencia, pero mi meta es Sicilia. Hay un refrán que dice: << No conocés Italia si no has visitado Sicilia >>. Insisto, ahí quiero ir. Estoy dispuesta a dar una pelea si Carlo habla otra vez de Florencia.

Sueño con tirarme en la playa y mirar el azul-verdoso del mar; observar los barcos a vela mecerse suavemente siguiendo al viento. Así vuelan mis pensamientos y afectividad, como esas velas, de un lado al otro, dejándose llevar, sorteando las olas y los humores del agua. Pienso en el color sol de la isla y su olor salobre, las gaviotas en las costas del Mediterráneo, tan diferentes, con matices que hacen juego con el paisaje. Sí, necesito tomar distancia de esta relación incierta.

Necesito mezclarme con la gente, como hago siempre en mis recorridas, y por eso mis artículos son tan cotizados. Conocer sus costumbres, enredarme con el dialecto, recorrer esas calles angostas y escalonadas, sentarme a comer mariscos y pastas, bolas de mozzarela, queso de oveja y vino tinto.

Los puestos de verdura, como aquel lleno de duraznos que ví en Roma. Como una niña en Navidad, señalaba con un dedo uno y otro, según los colores y terminé llevándome una bolsa repleta. Italia es para ir a comer. Amo ese país y creo que esta isla, encerrada entre tres mares, es la que mejor lo representa.

Cada viaje está pensado para vender, pero para mí es un pasito a la libertad. A la libertad de mi espíritu inquieto que busca y busca, incansablemente. Cada escapada es una excusa para tratar de olvidar lo que me cercena el corazón y la mente. Pero me engaño, porque toda la carga viaja conmigo, el equipaje es cada vez más pesado, no se aligera nunca.

Tomo mi bolso y las llaves del auto. Cierro el departamento de un portazo y veloz me voy a la editorial.

 

II

 

Carlo me recibe con una pícara sonrisa y todo organizado para mi visita a Sicilia. No hay pelea.

-Buen viaje Marina y envíanos adelantos de tu nueva aventura.

Cinco días después llego al aeropuerto Leonardo Da Vinci, más conocido por Fiumicino, donde me espera Angelo y un cartel con mi nombre. Un italiano alto, elegante, enfundado en un traje de excelente corte. Mientras vamos en su auto rumbo al hotel me cuenta que es periodista, encargado de Internacionales de un diario de Boston y amigo de toda la vida de Carlo, quien le pidió que por dos días sea mi guía en la bella capital italiana.

Me lleva al UNA Hotel Roma ubicado en el centro histórico de la ciudad, a 250 metros de la terminal de trenes de Termini y a cinco minutos, a pie, de la Basílica de Santa María Maggiore. Una vez instalada en una  habitación con notables comodidades, me anoto para la cena en el último turno y salgo a dar un paseo por las inmediaciones. Mi acompañante, no me gusta eso de “guía”, me toma del brazo y esboza una sonrisa que deja al descubierto una dentadura impecable. Mañana viajo a Palermo. No sobra el tiempo.

Ya en la Basílica miramos hacia arriba donde un techo de oro, donado por la Reina Isabel la Católica, con los primeros tesoros traídos de América, hiere con su brillo nuestra vista. Tanta belleza.. me golpea los sentidos y las lágrimas caen silenciosas y sin preguntas. A la salida las ruinas del Coliseo me impactan y miles de hojas de historia cubren de pie a cabeza todo mi cuerpo.

Caminamos hasta el Vaticano. No puedo irme sin verlo, aunque sea desde afuera. Paseamos, luego, por la Plaza San Pedro, visitamos los distintos lugares de ventas mientras saco todas las fotos posibles y anoto rápido mis impresiones. Cuando el sol comienza a perderse en el horizonte, comemos juntos en el hotel. En Italia se cena temprano. Nos regodeamos con mostacholis con panceta, milanesas de pollo con papas y ensaladas, un flan de postre. Quedo asombrada por tantos platos, pero los pruebo a todos y disfruto con cada nuevo sabor. Ensayo con mi compañero mi precario italiano y alargamos el encuentro.

Angelo ama esta ciudad. Hace diez años que vive aquí y por ahora no piensa volver a su país, está demasiado cómodo. Ha hecho una elección: <<Viviré sólo hasta que el amor golpeé a mi puerta>>, y ríe con esa risa ronca del fumador empedernido. Lo observo atentamente, lo escucho, lo acompaño en los brindis hasta que empieza a invadirme el cansancio, sin embargo nos separamos cuando ya nadie queda en el comedor. Un suave beso en la mejilla y subo a mi habitación, abro la ventana y observo, desde el piso quinto, las luces de las calles, de los bares y cafeterías. Una escusa para darme tiempo mientras espero una llamada desde Boston. Una llamada que no se produce. Doy vueltas en la habitación, prendo y apago las luces. Regreso al balcón y frente a la computadora cumplo, sin demora, con mi tarea periódistica. Mi última imagen es la de Angelo.

A la mañana nos despedimos en el aeropuerto, promete ir unos días a Palermo.

 

III

 

Desde el momento que llego a la ciudad me entusiasmo con la magnífica vista del mar y de la imponente cadena de montañas que está detrás. Estoy muy cerca del puerto, una ubicación perfecta. Mañana comienza mi verdadero trabajo, el que aligera mis pasos y mis sentidos. Suena el móvil pero no lo atiendo.

Después del desayuno, bien temprano, me dirijo al centro de la ciudad donde polvorientos museos se mezclan con restos de arquitectura árabe y arte barroco, donde las historias se entretejen, se anudan y presentan a sus protagonistas como héroes o villanos, según de qué lado se ponga cada uno.

Palermo es visitada por millones de turistas, no solo por sus imperdibles playas a orillas del Mediterráneo, sino porque también ansían conocer la ciudad que se utilizó para la saga cinematográfica El Padrino.  Aquí hay material para un año de trabajo porque lo que tiene esta ciudad no lo tiene ninguna otra de las que conocí. Es tan divertido oír a los napolitanos gritar en su dialecto… porque aquí todos gritan, los jóvenes que están en las plazas, las mujeres que se asoman por las ventanas donde la ropa flamea al sol y los hombres que se mueven ruidosamente entre los diferentes mercados.

Me siento en un bar cerca del puerto para tomar un helado; esa es otra de las delicias que ofrece la ciudad: los helados. En Italia aparecieron las primeras cremas heladas. Los turcos y los árabes mezclaban zumo de frutas con hielo y nieve. Este refresco entró a Europa por el sur de Italia, donde lo enriquecieron con miel y nieve del Etna. Se lo llamó sorbete. Fue perfeccionándose, y hoy no hay quien se resista a un helado. Pruebo el de pistacho, riquísimo.

La gente pasa presurosa, entrando en todos los negocios, regateando, cargando paquetes y bolsos. ¿Para un amor? ¿Para la mamma?

Este lugar me subyuga y me intriga porque no es un lugar cualquiera, siento que se va apoderando de todos los sentidos, mis ojos, mis oídos, mi piel. No sólo observo lo que está sobre la superficie por mas bello que sea, sino por el contrario, es como que rasgo la tierra y busco los tesoros y recuerdos que encierra, incursiono en el tiempo pasado tratando de que no se pierda nada de lo que marcó esa parte de la historia y sus personajes. Percibo los olores que van cambiando a medida que recorro incansable las caóticas calles, o cuando tomo el tren o me subo a un ómnibus, olores que se cuelan por todos lados y me hablan de barrios tranquilos, de sitios peligrosos o simplemente del aroma de la cocina napolitana, inconfundible. Mis piernas se quejan siempre, son las que llevan la peor parte, las que se exponen, las que corren, las que hacen los paréntesis en el día, las que suben y bajan escalones de calles muy estrechas, las que se detienen de golpe para tomar notas. Soy una rehén de esta isla. Lo reconozco.

Después de varios días de trabajo Angelo me llama, viene mañana.

Vamos a la playa, yo todavía no había pisado la arena, así que me tomo un pequeño descanso. Las olas frías pero tranquilas me golpean como queriendo llamar mi atención, pero es Angelo el que sí lo hace. Sorpresivamente, me pregunta por Mauricio, quiere saber de nuestra relación, aunque por lo que percibo sabe más de lo que imaginé. Carlo resultó ser un bocón.

Pero hablo, buscando tal vez, alivianar mi carga y desatar el nudo que aprieta mi estómago. Me había aferrado a él como si fuese el último grito de libertad, con desesperación, porque mi amor era desesperado. Y ahora, al haber puesto distancia y tiempo entre nosotros comprendo que mi mochila está llena de decisiones apresuradas, de neuronas en constante guerra y de un deseo incontrolable de ser amada, mimada, considerada. No se vivir sola y  cuando amo me entrego toda, sin guardarme nada y me fundo con mi hombre hasta hacerlo desaparecer y quedo así, victoriosa, como única dueña de nuestras vidas. Angelo escucha, sabe hacerlo, raro en un hombre. Suspiro y mirando dulcemente a mi compañero le digo: -Es un momento para tranquilizarme y no tener historias con nadie. Me toma la mano apretándola. Yo levanto mis ojos claros y el los suyos, oscuros, y no decimos nada más.

Me acompaña hasta el Hotel y nos despedimos sin promesas, pero yo guardo algo así como una ilusión. En dos horas vuelve a Roma. Lo veo irse con su paso largo y atlético.

Me asomo a la terraza y dejo que entre el aire húmedo del mar. Apuro el silencio de la noche, me acurruco en una reposera y pienso en aquello que siempre orientó mi trabajo: tiene que haber un hilo conductor que mantenga en vilo al lector y es ese, para mí, el matiz sensible, humano, que lo impregna todo y que hace creíble y atrapante una historia.

Después de mucho tiempo voy recuperando la paz. Ya hice dos adelantos sobre esta ciudad llena de sorpresas. Mañana continuaré jugando con las ideas, haciéndome preguntas tontas pero sobre todo cabalgando sin final, sobre las letras. Compañeras seguras, que saben hasta cuando esperar para decir, aquello, por lo que sueño y vivo.

Acerca de Zulma Chiappero
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10 Respuestas

  1. Gracias Marcela. Tengo un estilo muy descriptivo que por ahí me impide profundizar otros aspectos. Tengo que tener más cuidado.

  2. Muy descriptivo el relato, me gustó la historia, quizás le faltó un giro, pero el párrafo final me emocionó. Y quedé satisfecha.

  3. Bien!! Muchas gracias Viviana. Qué bueno es que lo que uno escribe le llegue al lector y de alguna forma lo conmueva.

  4. Viviana Romero avatar Viviana Romero dice:

    Simplemente,¡ me encanto!

  5. Gracias Marcela muy alentador tu comentario.

  6. Marcela Flores avatar Marcela dice:

    Excelente atmósfera de cuento. (Me faltó un giro). Pero grandes descripciones que atrapan. Deberías continuarlo. Saludos.

  7. Hola Cari, agradezco tu comentario. A mi también me gustaría conocerla..ja..ja..

  8. Gracias Ada, si Germán también me aconsejó continuarlo.

  9.  avatar Ada Salmasi dice:

    Muy lindo, logrado el personaje de una viajera incansable. Podrías continuarlo.

  10. Te felicito. Hermoso relato. Me dieron ganas de conocer Sicilia!

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