CULPA

El hombre trastabilla en le vereda despareja. La mugre del sobretodo le pesa sobre los hombros. Se refugia en un zaguán y las paredes lo reconocen. El mismo olor a sudor, secado al frío, el humo de alguna fogata de diarios, el aliento a alcohol.

—¡Vení, Ramón! —dice otro espectro—. Acá llegan los chicos de la comida.

—No, andá vos…

—Mirá que después no se encuentra ni un pan en los tachos. ¡Comé! No parás de toser.

—¿Qué te importa? ¡Dejame!

***

—¡Dejame, papá!

—¡Apuren, chicos, que llegan tarde a la escuela!

—¡Ramón, que no se olviden de la bufanda y los guantes! ¡Está helado! —dice Cecilia, desde la planta alta.

—¡Sí, no te preocupes! ¡Parecen esquimales! ¡Vamos, vamos! Yo no importo, ¿no?

—¡Celoso! ¡Abrigate también!

***

Los gritos, las voces se arremolinan en el rincón de la vereda. Entibian la soledad del hombre, pero las ausencias laceran. El viento arrima las últimas hojas secas del otoño. Las pisadas repican en los oídos de Ramón. Se confunden los tiempos. Las risas se van borrando, las imágenes doradas cambian de color.

***

—¡No los lleves a pescar! ¡Son chicos! —dice Cecilia.

—El tiempo está bueno. Se tienen que curtir.

—Dejalo a Ramiro, es miedoso. No le gusta.

—Ya le va a gustar.

***

—Ramón, te traje sopa. ¡Tomá!

—¡Dejame en paz!

—¡Paz es lo que te falta!

***

El bote se bambolea en el riacho; todos parecen iguales: pastos altos, cañaverales y algunos sauces. «Tendría que haber esperado al baquiano», piensa Ramón. Se va haciendo de noche y no puede salir a río abierto. Los niños tiritan en el fondo, apretados contra el piso. Se sienten los primeros truenos que se confunden con el ruido del motor. «Poca nafta y sin encontrar el rumbo. ¡Mierda!», piensa.

***

Una garra aprieta el pecho del hombre acurrucado en el zaguán. Todas las noches la misma pesadilla. Hace diez años que espera la muerte. Se hace difícil morir. Tal vez sea la forma de expiar la culpa.

***

—¡Papá, papá, tengo frío… y miedo!

—¡Ya veo las luces! ¡No se asusten!

La rama baja del aguaribay, que barre el agua, lo saca de un golpe del bote, que sigue avanzando solo, en la oscuridad.

***

—¡Nooo! —grita Ramón, desesperado, y tira el sobretodo para salir corriendo.

—¡Pará, pará! —dicen otras sombras, que salen saltando los umbrales en patota.

—¡Vení, Ramón! ¡Ya pasó! ¡Otra vez con el mal sueño!

***

El hombre corre por la calle y, al llegar a la esquina, los faros de un camión se convierten en las sonrisas de dos niños que lo esperan del otro lado de la vida.

 

 

 

Acerca de María Teresa Nannini
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6 Respuestas

  1. mariela dice:

    Hermodo cuento. Felicitaciones

  2.  avatar Ada Salmasi dice:

    ¡Qué historia! seguir vivo muriendo de a poquito.En pocas escenas presentás un drama que da lugar a imaginar el antes y el después.Muy buena

  3. Isabel Roura avatar Isabel Roura dice:

    Me pareció muy original esta forma de contar la historia en pedacitos, yendo y volviendo en el tiempo. Como lectora senti que me tocaba a mí armar el rompecabezas para interpretarlo. Muy creativo el relato, María!

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