¿CUANDO ESTOY?

El sol andaluz de ese medio día escaldaba el campo de batalla. Los morteros  cruzaban bocanadas de fuego raleando a la maza y los mosquetes descargaban hasta la última bala en el enemigo. El coronel a diestra y siniestra ensartaba su espada en el invasor. Su vista atenta y mente ágil detectaron la daga a punto de zanjar la espalda de su compatriota y en un impulso brutal y experto hundió su metal en el adversario. Hierro en mano, su estampa imponente se lanzaba contra un francés que recargaba el fusil cuando sintió  un ardor punzante en su costado que no frustró su objetivo. Su ardor de guerrero y estratega no tenían parangón. Mordiendo el aire saltó encima de otro cortándole la existencia y allí de cara al marchito, escuchó al general galés ordenar la rendición de las tropas francesas. Al ponerse de pie vio la insignia de España flamear entre el humo y la polvareda, y volvió a caer.

             Los pocos médicos y muchas mujeres del pueblo español no tardaron en llegar y asistir a los heridos. Alguien acudió hacia el coronel pero él mirando a sus huestes dijo:

            — ¡No! encárguese de aquel que está peor que yo.

            Recostado en el campo, comenzó a sentir frio y sudor intenso, en su boca reseca se empastaba la sangre y la tierra, quedó en blanco su visión y se debilitó casi por completo.  Un viento se llevó el sopor calcinante y dejó  una brisa distinta. Sonidos desconocidos y manos seguras lo tomaron y lo recostaron en un catre. No podía sujetar el temblor de su cuerpo, sus párpados pesados peleaban contra su voluntad de ver, lo que escuchaba lo desconcertaba.” Herida profunda y sangrante, con lesiones de estructuras internas y material contaminante en su interior, urgente al quirófano”.

            Como su voluntad era inquebrantable logró abrir levemente sus ojos y ante él, muy cerca, una mujer de la cual sólo vio su rostro le dijo dulcemente:

            —Descanse, piense algo lindo—volvió a nublarse su vista,  «los pasos pequeños calzados con zapatos de cuero lustroso y medias impecables bajaban ansiosos la escalinata desde la casona hacia las filas de naranjos que se perdían en el horizonte. Iba en busca de los descalzos, los pequeños guaraníes. El aire perfumado de Yapeyú armonizaba con las risas cantarinas de los amigos. El pequeño José Francisco y los hijos del peón eran llevados por el hilo invisible de la música hasta el violín del viejo indio. Y, en ese aura cadencioso y frutal, el menor de los San Martín dibujaba las escenas del Quijote de la Mancha ».

            Nuevamente  los ecos forasteros se hicieron presentes, otra vez luchaba contra sus párpados pesados. Una mano tibia y firme sostenía su muñeca, por fin abrió los ojos y un rostro noble preguntó:

            — ¿cómo se siente, puede decirme su nombre?

            —José  Francisco y me siento bien, ¿dónde estoy?—dijo, aún débil.

            —Mucho gusto—tomó su mano—soy el doctor René Favaloro. Usted está en la Clínica de la Fundación Favaloro, en Buenos Aires.

            —Vuesa merced—retumbó el español e intentó incorporarse—debo volver a España.

            —José Francisco, debe quedarse unos días para retomar fuerzas, si bien es increíble su rápida evolución, le aseguro que su cirugía fue compleja. Usted, ¿a que se dedica?

            —Soy coronel del ejército español, ¿cómo llegué aquí?

            — No sabemos quien lo trajo, yo lo recibí en el quirófano.

            — ¡René!—exclamó otro médico entrando con un diario en la mano—llegó el New York Times, escucha: “Rene Favaloro, un héroe mundial que cambió parte de la medicina moderna y revolucionó la medicina cardíaca”, ¡felicitaciones! No te olvides, a las 20 horas en el auditórium, la conferencia por el trasplante número 400, ¡ah! y te esperan los residentes—saludó con un abrazo a su colega y se retiró.

            —Mis respetos y admiración hacia usted—dijo el paciente.

            —Gracias. Hay que aprender a no marearse con la altura, en la montaña de la vida nunca se llega a la cumbre.

            —Usted me salvó la vida  doctor, lo compensaré.

            —Confío en usted. Mis pacientes me han demostrado más honestidad que aquellos burócratas que cacarean su moralidad.

            —Esos no van al campo de batalla a regarlo de sangre, viven en el letargo de sus certezas.

            — Estoy dejando mi vida para que la ciencia y la conciencia estén del lado de la humanidad, ese es mi ideal.

            —Serás lo que debas ser sino no serás nada.

            —Así es coronel, dejaría de existir sino pudiera contribuir al desarrollo pleno del hombre, especialmente aquí, en mi tierra, estoy prendido a ella.

            —Hermosa tierra, yo nací en Yapeyú.

            — ¡Ah! nada mas bello que un atardecer de camalotes y cardenales sobre el Paraná.

            —O un guaraní cantando en el naranjal.

            Ambos sonrieron cómplices, se extendieron la mano—ha sido un placer charlar con usted, cuídese.

            —Doctor Favaloro,  ha sido un honor conocerlo, nos volveremos a ver.

            Tras la puerta, desapareció el médico, el hombre que sin saber le reveló un camino, que instaló en su conciencia la lucha por la gente que honraba la paz y la libertad, que iba a la vanguardia, que construía sobre utopías, y dejaba su sangre en la batalla. Soñando se quedó dormido.

             Despertó reconfortado en su casa en Madrid. Aquella mañana de 1811 entró a la Logia Lautaro, germen del movimiento independentista latinoamericano. Traicionaba a España, pero tomaba el camino de su conciencia. Por el guerrero que le salvó la vida, rompería el yugo colonial sobre su tierra natal

            El 29 de julio del 2000 el sol porteño desgarrado no quiso salir, el frío inocente cumplía su labor, los que no se desgarraban ni cumplían su labor eran los burócratas que cacareaban su moral. Mientras un guerrero herido escribía:

            «Estoy pasando uno de los momentos más difíciles de mi vida, la fundación tiene graves problemas. En este último tiempo me he transformado en un mendigo..»

            — ¿General San Martín?

            —Sí, doctor Favaloro, nuevamente vuelvo por usted.

5 Respuestas

  1. Ada Salmasi dice:

    ¡Hermoso cuento! Estimula pensar en la superación del hombre.

  2. Miguel Cabanne dice:

    Un cuento inteligente y conmovedor. Reúne a dos de las personalidades más admiradas y queridas de nuestro país, en un encuentro deseable. Me encantó.

  3. Viviana Romero dice:

    Gracias Marcela, por leer, comentar y corregir en esta aventura de cazadoras, saludos

  4. marcela dice:

    Muy original el encuentro de estas dos personalidades de la historia. Un final muy conmovedor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Contenido exclusivo para quienes pertenecen a nuestros talleres.