EL MANSO

Eliseo Ramos se detuvo frente a la oficina de Sebastián. Percibió que estaba tenso y trató de serenarse antes de entrar. Respiró profundo, relajó los hombros, golpeó levemente y entró.

            —Pasá, Ramos, pasá y sentate. —El escritorio estaba lleno de papeles con listados de nombres, grillas y esquemas.

            Hacía tres años que trabajaban juntos en el aeropuerto. Fueron buenos compañeros, hasta que a Sebastián le encargaron que se ocupara de los horarios del personal. Desde entonces se había distanciado del resto de los maleteros. Eliseo lo trataba con afecto y simpatía, pero fue notando que Sebastián por momentos era amable, y por otros, displicente.

            Muchas veces lo había citado en su oficina para explicarle los cambios de horario. Una vez fue:

            —Mirá, Ramos, el domingo es el día del padre y tengo que darle franco a los que tienen  hijos, ¿no te parece? Y como vos sos soltero, me vas a tener que cubrir los dos turnos, porque no tengo suficientes solteros para todo.

            —Contá conmigo, no hay problema —le contestó bien dispuesto.

            Luego hubo otras causas para los cambios:

            —Ramos… vos vivís cerca y venís en bicicleta, así que te voy a poner de noche, porque a esa hora hay pocos colectivos y tengo un par de personas que me llegan siempre tarde.

            Y después comenzó a quitarle el descanso:

            —No lo tomés a mal, pero te voy a cortar el franco un par de semanas, por la enfermedad              

de Ramírez. Pero esos días se te pagan doble, así que te conviene.

            Las propuestas parecían razonables y Eliseo entendía que no era nada fácil ocuparse de cubrir la grilla de personal según la cantidad de vuelos y organizar los francos, las vacaciones, suplir enfermos, etc. «El pobre Sebastián hace lo que puede», pensaba.

             Pero las cosas cambiaron cuando conoció a Mercedes. Ella tenía dos hijos: Rocío, de diez años, y Juan Cruz, de cuatro; más que una novia, tenía toda una familia. Esos chicos lo habían cautivado. Entre las imágenes infantiles, se coló la voz de Sebastián, diciendo:

            —Mirá, Ramos, no va a ser posible que tengas franco el próximo domingo y lunes, como está publicado.

             ¡Era de imaginarse! Pero esta vez estaba dispuesto a protestar. Ya no recordaba cuándo había sido la última vez que había tenido libre un día del fin de semana. Cuando leyó que le tocaría domingo y lunes, no cupo en sí de la alegría. ¡Por fin cumpliría la promesa de llevar a los chicos al parque de diversiones! Debió suponer que no sería posible tanta felicidad. En su cabeza se cruzaban las palabras de su novia: «Tenés que hacerte respetar. No es necesario enojarse. Solo explicale que vos tenés tus compromisos»; con aquellas que el Jefe de personal le había dicho cuando entró a trabajar: «Si usted hace lo que le dicen, acá no va a tener problemas, y si no…»

             Eliseo estuvo dos años desocupado. Fueron años duros, llenos de amargura, que prefería no recordar. Cuando lo llamaron de la aerolínea, sintió que le devolvían la dignidad y se dedicó de lleno a su trabajo. Hasta que conoció a Mercedes. Entonces, un hombre nuevo comenzó a crecer adentro suyo. Alguien que no creía en esas palabras que ahora rebotaban contra las paredes de la oficina.

            — ¿Sabés lo que pasa? Vos sos el único tipo en quien confío para reemplazar a Baigorria, que sale de vacaciones el sábado.

            A Eliseo le empezó a faltar el aire. «¡Esta vez no!» Empezó a buscar la frase adecuada para decir que no aceptaría el cambio. Miró hacia la ventana. Estaba abierta, sin embargo, le costaba respirar. Su vista se perdió en la plataforma donde un Boeing comenzaba su rodaje. Sintió que hacía muchísimo calor y que algo le apretaba el estómago. A cualquiera de sus compañeros le hubiera resultado sencillo negarse al cambio, pero él se paralizaba ante cualquier enfrentamiento. Nunca había sido rebelde; nunca había dicho que no; nunca se había peleado con nadie. Cuando no soportaba una situación, optaba por retirarse, pero Mercedes se merecía un hombre con mayúscula, con honor: un hombre respetable, que fuera un ejemplo de padre para sus hijos. Las gotas de sudor le corrían por las sienes. El pelo de la nuca se le erizaba y le temblaba la mandíbula. 

      —Vos sabés, negrito, que yo soy tu amigo —decía Sebastián al tiempo que a él comenzaba

a nublársele la vista.

            Otras voces continuaban resonando en su interior: «Amor, perdoname que te lo diga así, pero… ese Sebastián te está cagando. Siempre se aprovechó de vos. ¿Cuándo se pone franco él? Todos los sábados y domingos. ¿Y vos? ¿Hace cuánto que no sabés lo que es un domingo libre? ¿Hace cuánto que no podemos salir un sábado a la noche?».

            El estómago le apretaba cada vez más. Estiró el cuello para que el aire pudiera pasar. El calor aumentaba y, sin embargo, tenía los brazos agarrotados como si se estuviera congelado. ¡Justo cuando le había tocado un domingo! Bajó la vista y vio que sus puños cerrados se iban endureciendo. ¡Con todo el plan armado! Y ahora se esfumaba, como una hoja de papel tirada al fuego. ¿Con qué cara miraría de frente a aquellos niños?

            —Entonces, Ramos… ¿estamos de acuerdo? Venís el domingo y lunes, y yo voy a ver si te consigo el miércoles. No te puedo prometer más de un día. Me falta gente responsable.

            Eliseo sintió las palmaditas en la espalda haciéndolo cómplice de la situación. Ya no podía soportar la presión interna. Se dio cuenta de que no era capaz de pensar, ni de dominar su voluntad. No veía nada, excepto la cortina húmeda de las lágrimas que querían saltar de sus ojos. Sebastián tomándolo del hombro, lo empujaba hacia la salida.

 

 

            El supervisor contestó el teléfono

            —Sí, señor, acá no quedó nadie. A Sebastián lo llevaron al hospital, señor… sí, está fuera de peligro, pero seguramente no va a poder venir a trabajar por unos cuantos días. ¿Cómo dice? ¡Ah! El agresor se llama Ramos, señor. Sí, lo tienen los de la policía aeronáutica. Le haré el informe por escrito… sí, así Ud. después podrá decidir qué se hace con este chico. No sé… habría que ver, hasta ahora parecía un tipo manso.

 

8 Respuestas

  1. Ernesto Aloy dice:

    La verdad excelente pque algo de mi hay en esta historia eso dos año sin trabajo fijo fue muy duro para mi y salí gracias a vos que siempre me diste una gran mano que nunca te voy a terminar de agradecerte muy lindo

  2. Vicente Padilla dice:

    A medida que el cuento avanza, uno imagina, espera y desea un final de ese tipo. Creo que casi todos hemos vivido una experiencia similar en cualquier ámbito en el que se aprovechan de uno o un semejante. Ojo cuando el manso se enoja, decía mi vieja. Felicitaciones Miguel

  3. Adriel Pellegrini dice:

    Me pareció muy bueno. Tienta la idea de conocer el final, como se resuelve la situación.

    • Miguel dice:

      Durante mucho tiempo criticaron (no aquí) que mis cuentos lo decían todo y el lector no tenía ninguna posibilidad de intervenir. Por eso trato ahora, de q cada uno complete, de una o varias maneras, aquello q no fue dicho y se apropie un poco del texto. Es una forma de compartir la creación. Gracias por el comentario.

  4. Me gustó mucho. Un hombre manso que sabe lo que es quedarse sin trabajo, entonces cuida el suyo. El amigo se aprovecha de su mansedumbre y de ese miedo inconsciente. El amor le da valor, pero lo canaliza mal. También la situación tiene como desencadenante el no saber decir, no. Muchos tienen ese problema. Muy bien llevadas todas estas situaciones. Felicitaciones.

  5. Ayelen dice:

    Muy bueno! Mucha tensión, terminé con un nudo en la panza!

  6. Andrea dice:

    Miguel excelente y atrapante,,,yo no supuse el final,,,podría haber sido otro final perfectamente,,me encanto

  7. María Teresa del Viso dice:

    Si bien el cuento tiene un final previsible,logra despertar en el lector la misma tensión que vive el personaje Eliseo Ramos.También invita a la reflexión sobre lo difícil que resulta hablar,plantear posiciones que entran en conflicto con un compañero o un amigo.Excelente Miguel!

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