Mate amargo

                Silvia está sentada en el comedor.  Ha pasado la noche sin dormir. En el silencio de la madrugada manotea la pava y ceba un mate. Lo siente frío y amargo.

– Como si no bastara con la vida– dice en voz alta.

                En un rato vendrán a buscar a su hijo, el Rafa. Por enésima vez recuerda la carta. La sabe de memoria.

 

Sr. Juez:

   Sé que mi hijo ha matado. Lo sé desde ese día en el cual volvió temprano del teatro. Tenía las manos tan rojas que no parecían de payaso ni pintadas con pintura de utilería. Estaba alterado. Hablaba mucho. Aturdía.  Me pidió un mate con total naturalidad, sin reparar en que lo rojo de las manos se había vuelto oscuro y parecía la costra de una herida.

   Hablamos y lloramos. También reímos. Desesperamos. Después lo ayudé a limpiarse las manos y la cara.  Sacamos toda la sangre y la pintura de labios, el resaltador de pestañas y la base blanca que usa cuando se viste de mimo. Y la sonrisa, pura ficción, pura geometría, quedó en las toallas de papel, doblada al revés, como un despojo.

   Lo último que dije fue:

– Rafa, no puede ser. Todo esto tiene que ser mentira.

   Él me miró a los ojos y se calló. Es un muchacho inteligente y en su mirada  leí lo que sabía: que actuar la muerte es una cosa pero que matar de verdad es pura cobardía y que no hay actuación posible que vuelva la víctima a este mundo, ni ficción que justifique, ni escenario donde pasar la vida.

   Después pretendió ahogar ese saber en la sinrazón de días vueltos noche, de compañías ocasionales y sustancias prohibidas. Pero ha fracasado, porque tarde o temprano siempre aparece un espejo improvisado, la ventanilla de un auto o la concavidad de una cucharita, donde se ve sin reconocerse a sí mismo. Se ha vuelto melancólico, añora otro tiempo y otras voces.

   Nadie sospecha aún, pero no puedo vivir más con esto. Ya no es el mismo. Se ha vuelto taciturno, sombrío. Lo he visto empequeñecer, a mi Rafa, dentro de lo que era su alegre vestido de mimo, tanto, está ahí tan chiquitito, que temo que se convierta en un embrión de bestia y cometa otro desatino.  

   Por eso me dirijo a usted en secreto, para preservarlo del entorno y de los vecinos. Por momentos pienso que sólo lo hago por egoísmo, para sobrevivir, porque no soporto más este gusto a veneno que tiene el dolor cuando se instala y domina. Pero también pienso que está bien hacerlo, porque confío en que la justicia bien entendida salva también al victimario, no sólo a la víctima.

   Si fue la fatalidad o un error, no lo sé. Estará en usted descubrirlo. No tengo la suerte de creer en Dios, pero confío en usted y en la Justicia.  Tal vez, si existe, en su veredicto asome un atisbo de la divina.

   A su disposición. Silvia.”

 

                Silvia termina de leer la carta y va hasta el dormitorio. Mira a sus hijos durmiendo. Piensa que con todos no llega. Cree que será el juez quien la ayude con el Rafa y ella hará lo que pueda entre los hijos que quedan en casa y el que entrega a la Justicia.

                -Pensar que llegarán en cualquier momento  – murmura.

                Silvia se pregunta si es eso el amor. También, si su hijo la entenderá algún día.

                -¿Qué pasará después? – pronuncia con desesperación – ¿Habremos ganado o perdido?

                La luz del sol entra a través de la ventana. Golpean la puerta. Silvia traga con dificultad y con una voz que le suena distinta, dice:

                -Llegaron. Comienza otro día.

6 Respuestas

  1. Franco Puricelli dice:

    Muy buen relato, felicitaciones! Recuerdo cuando lo leíste en el grupo. Me encanta el final, después de la carta. Ese momento de incertidumbre y de cierta distancia, luego de haber expuesto el drama. Otra vez te felicito, saludos

  2. Evangelina Luciani dice:

    Felicitaciones!!! Hermoso relato…y la primera que publica del grupo!! aplausosssss

  3. Betina Marcato dice:

    Bellísimo, Paula! Casi suelto una lágrima…

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