El mejor postor

Julieta camina hacia la puerta del hotel. “Ese hotel”, el de la esquina cheta, donde solamente paran Audi, Mercedes, y BMW. “Esa esquina”, donde cobra un poco más por alquilar su cuerpo que las chicas de la Cañada. Las otras la envidian, tiene condiciones como para ser la “puta vip”. Así les dicen a las carilindas, de culo natural y sin el teñido rubio oxigenado.
Se acomoda los rulos colorados, dejando notar las graciosas pecas de su rostro. Se apoya contra la pared empedrada, y enciende un cigarrillo. La calza símil cuero y la blusita transparente le sientan bien. Mira su reloj pulsera color fucsia brillante, faltan más o menos quince minutos para que empiece la subasta, y el mejor postor se lleve su adquisición por una noche, o quizás por unas horas;
Cuando terminaba de fumarse el segundo cigarrillo mentolado, la encandilan las luces de un auto que llegaba a la esquina. Al estacionar, el conductor se quedó mirándola un momento, hasta que se bajó del coche.
Un tipo como todos los que andaban por esa zona, trajeado, atractivo y con plata. La única diferencia es que no la miró “con esas ganas”, como los otros.
Ella tenía sus clientes ya casi fijos, así que suponía que este no tenía idea a que se dedicaba. “Uno más que entra al hotel”, pensó.
-Señorita, ¿tiene fuego?
-Sí, tomá- le dijo sacando un encendedor verde, de esos transparentes.
Él encendió el cigarrillo, le agradeció, y se puso a fumar sus Benson tranquilo al lado de la puerta. Efectivamente, no era ningún cliente nuevo. Además, hacía mucho que no la trataban de “señorita”.
Volvió la mirada hacia la calle. “Ahí viene el viejo choto ese, el que ni pelos ‘allá abajo’ tiene”. Le daba asco, pero era el que mejor pagaba.
Si el morocho que le pidió fuego le hubiese guiñado un ojo, no lo pensaba. Aunque fuera gratis, se metía a una habitación con él antes que tener que encamarse con el viejo.
-¿Cómo andás, mamita? Ya reservé la habitación. Hoy cobrás aguinaldo -le dijo entre sonrisitas, mostrando los dientes amarillos. Julieta tragó saliva.
-Bueno, vamos. “Si no queda otra.” No pensaba quedarse toda la noche con el asqueroso este. Era puta, pero todavía le quedaba algo de estómago, así que con media hora le bastaba y sobraba. “Total, este no aguanta ni diez minutos. Los otros veinte van de bonus track, presencia y nada más.”
El viejo se bajó del BM y le metió un beso. Sudaba el whisky importado que había tomado, estaba borracho.
A todo esto el morocho del encendedor seguía a la par de la puerta del hotel, con los bracitos cruzados y cara de nada. Escuchó y por supuesto, vio todo.
-¡Señorita!
Julieta se dio vuelta, y el viejo, que no podía más de calentura, blanqueó los ojos.
– ¿Cuánto le va a pagar este hombre?
-¿Por? ¿Tenés una oferta mejor?- preguntó ella, aprovechando la situación.
-Depende.
Ella le sonrió. Lo agarró del cuello de la camisa negra de seda, y le dijo al oído:
-si me salvás de esta, no te cobro.
Pasaron la noche en el hotel, sin dejar rincón de la habitación por explorar.
Ya de madrugada, Julieta se sacó la envoltura de sábanas blancas, y se puso la calza y la blusita transparente.
-No te había visto antes por acá, ¿De dónde sos? -le preguntó mirándose al espejo, limpiando el Rímel corrido de sus ojos.
Él, se abrazó a la almohada con la pachorra propia después de una noche de guerra-. Soy el dueño del hotel. ¿Dónde vivís? ¿Querés que te lleve?

Y el morocho la rescató, todas las noches por un año. Ella apoyada en la pared fumando, él pidiéndole fuego y ofertando más que cualquier cliente. Ella sin cobrarle. Igual que aquella afortunada primera vez.
Ahora no le tocan el culo ni con la varita mágica de Harry Potter.
Él la sacó de “esa esquina”. El mejor postor se llevó su adquisición, no por una noche, para toda la vida.

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