La memoria del elefante

Fue en aquel entonces, cuando el tiempo era un grano de arena que buscaba moverse dentro de un reloj, que el niño caminaba hacia el elefante.
El animal, que ya lo había presentido, había abierto los ojos y lo distinguió acercándose hacia él.
Visto de lejos, el niño era un pequeño brote. Uno que germinaba en el horizonte, cuando todavía no era la línea que separaría tierra y cielo, y desvelaría a los pintores.
¡Apenas si había cielo! E, incluso, el fuego del que surgirían las estrellas como chispas y los soles como brasas, todavía no se había encendido.
Sabiendo interrumpida su siesta, el elefante bufó disimuladamente.
Cuando el niño estuvo frente a él, se arrodilló y abrió ese libro donde esbozaba sus relatos.
Sus hojas no eran de papel. Eran ventanas incoloras que mostraban distintos puntos del universo. De la mayoría emergía un vapor seco y sobrecogedor, que tomaba la forma de una mano ávida por aferrar algo que completara el infinito vacío que a estas se asomaba. Pero unas pocas, ya tenían algo garabateado: unas esferas terrosas, algún que otro cometa errático y mucho color negro de fondo.
El niño siguió hojeando el libro, hacia atrás y adelante, una, dos y más veces, hasta que por fin dio con la página que buscaba.
“¡Aquí está! Míralo”, dijo. “Este es el mundo que acabo de crear”. Y mientras el elefante se acomodaba para escucharlo, el niño continuó narrándole: “Primero dejaré que tempestades y terremotos acicalen su superficie. Pero luego de un tiempo, le pondré animales como tú, ¡e incluso mucho más grandes al principio!”, exclamó, mientras abría sus brazos de par en par, moviéndolos en elipses exageradas. “Ellos volarán, nadarán, correrán, flotarán y caminarán…” y, tras una pausa silenciosa, en la que repasó la enumeración, ayudándose con los dedos de su mano, continuó: “¡Ah! Y haré unos que repten… pero esos no serán mis preferidos. ¡También crearé un hombre y una mujer!”, agregó con el entusiasmo inocente de quien se sabe poderoso y creativo como un dios. “Y su descendencia hará todo eso mismo que te dije, por los siglos de los siglos. ¡Pero como a las serpientes, a los hombres que repten, tampoco los querré!”, concluyó tajante y bajando su mano, estirada y en filo como una espada.
Ese último gesto despertó a la brisa, que dormía en la orilla del Destino donde ambos estaban. Y entonces, el elefante, que hasta ese momento pensaba en preguntarle cómo se llamarían ese primer hombre y esa primera mujer, escuchó que esta, de algún rincón de su memoria, le traía dos nombres: ‘Adán’ y ‘Eva’.
…Otra vez Adán y Eva.

Acerca de Germán Maretto
Creo en lo que creo

8 Respuestas

  1. Es un relato increible sobre la creación, visto desde la óptica de un niño. Pero es un cuento para niños y adultos, me parece. Unas imágenes bellísimas “cuando todavía no era la línea que separaría cielo y tierra”, “sus hojas no eran de papel”, eran ventanas incoloras que mostraban distintos puntos del universo”,”ese último gesto despertó a la brisa, que dormía en la orilla del destino donde ambos estaban”. Felicitaciones. Chaly

  2. Graciela dice:

    hola German este relato es muy dulce, me queda la esperanza que en las otras hojas del libro, de este Dios inocente, tengamos otro futuro como humanidad, en el cual no llevemos la cruz a cuesta de nuestros padres bibliocos.

    • Germán Maretto avatar german71 dice:

      Grace:

      Estoy de acuerdo con lo que decís. Quizás lo importante sea que nosotros aprendamos a olvidar lo que es la culpa y el castigo bíblico que se nos impone.

  3. Myrian dice:

    German, tienes una imaginación prodigiosa. Felicitaciones!!!!

  4. Raquelagero dice:

    me gustan los cuentos para ninios de hoy…que nos llevan anios luz a los adultos !

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